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Arce Carlos de - Mademoiselle de Maupin

Aquí puedes leer online Arce Carlos de - Mademoiselle de Maupin texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2010, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España;Literatura Random House, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Arce Carlos de Mademoiselle de Maupin
  • Libro:
    Mademoiselle de Maupin
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España;Literatura Random House
  • Genre:
  • Año:
    2010
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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Mademoiselle de Maupin: resumen, descripción y anotación

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Una de las obras más subversivas de la narrativa francesa del siglo XIX.

Ofrecemos aquí la primera traducción al castellano de una de las obras más subversivas de la narrativa francesa del siglo XIX. La obra cuenta la historia de una mujer que, harta de los hombres, decide hacerse pasar por uno de ellos. Así, la joven muchacha se convierte en Théodore, un joven de una extraordinaria belleza que seduce por igual a hombres y mujeres hasta el punto de que el apuesto y viril DAlbert, siempre en busca de la mujer ideal, se enamora de él, obligándole a romper con todas sus ideas preconcebidas y a entrar en un embarazoso y divertidísimo juego de seducción y desconcierto.

Obra sin parangón sobre el amor, mascarada sobre la condición de la mujer y las relaciones sentimentales, MademoiselledeMaupin llega por fin al lector español.

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PREFACIO DEL AUTOR Una de las cosas más burlescas de la gloriosa época en que - photo 1
PREFACIO DEL AUTOR

Una de las cosas más burlescas de la gloriosa época en que tenemos la suerte de vivir es, sin lugar a dudas, la incontestable rehabilitación de la virtud emprendida por todos los periódicos, sean del color que fueren: rojo, verde o tricolor.

La virtud es, con certeza, algo muy respetable, y no es nuestra intención faltarle. ¡Dios nos libre! ¡La buena y digna señora! Encontramos cierto brillo en sus ojos a través de los impertinentes, que lleva las medias bien puestas, que toma el tabaco de su cajita de oro con toda la gracia imaginable y que su caniche hace las reverencias como un maestro de baile. Así la vemos. Hasta estamos de acuerdo en que no está tan mal para su edad y lleva sus años de un modo inmejorable. Es una abuela muy agradable, pero una abuela. Me parece natural que se prefiera, sobre todo si se tienen veinte años, alguna pequeña inmoralidad ligera, pimpante, coqueta, buena chica, con cabello mal rizado, la falda más corta que larga, el pie y el ojo impacientes, la mejilla ligeramente encendida, la risa en la boca y el corazón en la mano. Los periodistas más monstruosamente virtuosos no sabrían pronunciarse de manera diferente, y si dicen lo contrario es muy probable que no lo piensen. Pensar una cosa y escribir otra es algo que sucede todos los días, sobre todo entre gente virtuosa.

Me acuerdo de las pullas lanzadas antes de la revolución (me refiero a la de julio) contra aquel desdichado y virginal vizconde Sosthène de La Rochefoucauld, que tuvo la ocurrencia de alargar los vestidos de las bailarinas de la Ópera y aplicó con sus manos patricias un púdico emplasto en el centro de todas las estatuas. El señor vizconde Sosthène de La Rochefoucauld ha quedado superado. El pudor se ha perfeccionado mucho desde aquel entonces, y ahora alcanza refinamientos que ni siquiera él hubiese imaginado.

Yo, que no acostumbro a mirar determinadas partes de las estatuas, encontraba, igual que otros, que la hoja de parra recortada por las tijeras del señor encargado de Bellas Artes es la cosa más ridícula del mundo. Al parecer me equivoqué, y la hoja de parra es una institución de lo más meritoria.

Me han dicho, y yo me he negado a creerlo, de tan singular como me pareció, que hay gente que, ante el fresco del Juicio Final, de Miguel Ángel, no vieron nada más que el episodio de los prelados libertinos, ante el cual se cubrieron el rostro gritando abominación y desolación.

Esa misma gente del romance de Rodrigo no saben sino la copla de la serpiente. Si hay alguna desnudez en un cuadro o en un libro, van derechos a ella como el cerdo al fango, y ni las flores abiertas ni los frutos maduros que abundan por doquier les merecen la menor atención.

Confieso que no soy tan virtuoso como ellos. Dorina, la desvergonzada doncella, puede mostrar su rollizo pecho ante mí que, ciertamente, no sacaré el pañuelo de mi bolsillo para cubrir ese seno que otros no sabrían ver. Miraría su pecho como su rostro, y, si es blanco y bien formado, lo contemplaría con placer. Pero no palparía para ver si el vestido de Elvira es suave, ni la empujaría santamente sobre el borde de la mesa como hacía el pobre Tartufo.

Esta gran afectación por la moral que reina actualmente sería de risa si no fuese tan molesta. Cada folletín se convierte en un púlpito, cada periodista en predicador; solo faltan la tonsura y el alzacuello. El tiempo está para lluvia y homilías. Nadie se libra de la una ni de las otras si no es saliendo a pasear en coche y releyendo Pantagruel en compañía de botella y pipa.

¡Señor, señor! ¡Qué desenfreno! ¡Qué furia! ¿Quién os ha mordido? ¿Quién os ha picado? ¿Qué diablos os pasa para gritar tan alto, y qué os ha hecho ese pobre vicio para que estéis tan resentidos con él, que es un buenazo y fácil de llevar y no pretende más que pasarlo bien sin molestar a los demás, si es que esto es posible? Actuad con el vicio igual que hizo Serre con el gendarme: abrazaos y que todo concluya. ¡Creedme, os sentiréis mejor! ¡Y, además!, señores predicadores, ¿qué haríais sin el vicio? Quedaríais desde mañana mismo reducidos a la mendicidad si hoy todos nos volviésemos virtuosos.

Supongamos que los teatros se cerraran esta tarde. ¿Sobre qué base montaríais vuestro folletín? Ni bailes en la Ópera para rellenar vuestras columnas, ni novelas para escudriñar, porque bailes, novelas y comedias constituyen las verdaderas pompas de Satán, si damos crédito a nuestra Santa Madre la Iglesia. La actriz despediría al caballero que la mantiene y ya no podría pagaros vuestras reseñas elogiosas. No habría suscripciones a vuestros periódicos; la gente leería a san Agustín, iría a la iglesia y rezaría el rosario. Esto puede estar muy bien, pero a buen seguro que vosotros no saldríais ganando. Si fuésemos virtuosos, ¿dónde colocaríais vuestros artículos sobre la inmoralidad del siglo? Ya veis que el vicio sirve para algo.

Pero ahora está de moda ser virtuoso y cristiano; es adoptar un cariz; dárselas de san Jerónimo como antaño de don Juan; es andar pálido y mortificado, peinado como un apóstol; caminar con las manos juntas y los ojos clavados en el suelo con cierto aire de estar bañado en la perfección; es tener una Biblia abierta sobre la repisa de la chimenea, un crucifijo y boj bendecido en la cabecera de la cama: es no jurar nunca, fumar poco y apenas mascar tabaco. Entonces se es cristiano, se habla de la santidad del arte, de la elevada misión del artista, de la poesía del catolicismo, del señor de Lamennais, de los pintores de la escuela angélica, del concilio de Trento, de la humanidad progresiva y de mil otras cosas bonitas. Los hay que insuflan a su religión un poco de republicanismo. No son estos los menos curiosos. Emparejan Robespierre con Jesucristo de la manera más jovial, y amalgaman con seriedad digna de encomio los Hechos de los Apóstoles y los decretos de la «santa» convención, un epíteto sacramental. Otros añaden como último ingrediente unas cuantas ideas sansimonianas. Estos últimos son terminantes y no tienen igual; después de ellos quedó roto el molde. No es humanamente posible un mayor ridículo (has ultra metas… etcétera). Son las columnas de Hércules del ámbito burlesco.

El cristianismo está tan de moda por la beatería actual que incluso el neocristianismo goza de cierto favor. Se dice que hasta cuenta con un adepto, y eso incluye al señor Drouineau.

Una variedad extremadamente curiosa del periodista propiamente moral es la del periodista con familia femenina.

Este lleva la susceptibilidad púdica hasta la antropofagia, o poco le falta.

Su manera de proceder, no por mostrarse sencilla y fácil al primer golpe de vista resulta menos bufona y recreativa, y creo que merece que se la conserve para la posteridad (para nuestros sobrinos nietos, como decían las pelucas del pretendido gran siglo).

En primer lugar, para erigirse en periodista de esta especie, hace falta disponer de algunos pequeños utensilios preparatorios, tales como dos o tres mujeres legítimas, alguna madre, el mayor número de hermanas posible, un surtido de hijas al completo e innumerables primas. A continuación se necesita una obra de teatro o una novela cualquiera, una pluma, tinta, papel y un impresor. Bien pudiera ser que se necesitara una buena idea y varios abonados; pero se puede pasar sin ellos con mucha filosofía y el dinero de los accionistas.

Cuando se dispone de todo esto, ya es posible erigirse en periodista moral. Las dos recetas siguientes, convenientemente variadas, bastan para la redacción.

Modelos de artículos virtuosos

para una primera representación.

«Después de la literatura de sangre, la literatura de fango; tras la morgue y el presidio, la alcoba y el lupanar; tras airear los trapos sucios del homicidio, airear andrajos del libertinaje; después de… etcétera (según las necesidades y el espacio se puede continuar en ese tono desde unas seis líneas hasta las cincuenta o más). Es de justicia. Véase adónde conducen el olvido de las sanas doctrinas y la desvergüenza romántica. El teatro se ha convertido en una escuela de prostitución, donde no hay quien se arriesgue a entrar si no es temblando con una mujer a la que respete. Acudís con la fe puesta en un nombre ilustre y os veis obligados a retiraros en el tercer acto con vuestra hija muy turbada y confundida. Vuestra esposa oculta su sonrojo tras el abanico; su hermana, su prima, etcétera.» (Pueden diversificarse los parentescos con tal de que sean hembras.)

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