Edición en formato digital: febrero de 2022
© 2022, Laia Aguilar
© 2022, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / David Ayuso
Fotografía de portada: Westend61 / Gettyimages
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ISBN: 978-84-18055-30-0
Composición digital: M.I. Maquetación, S.L.
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Índice
PRÓLOGO
Hoy es el tercer día, me dan el alta.
No hace ni 72 horas y tengo que cruzar esa puerta. Todos creen que sé lo que hago, o al menos eso parece, pero yo solo sé que quiero huir. ¿Voy a saber cuidar de esta personita de tres kilos y poco? ¿Y si no sé? ¿Y si hago alguna cosa mal?
Me duele, me duele mucho. La cicatriz que me han dejado de recuerdo en el periné me molesta tanto... Intento entrar en el coche y no puedo sentarme, no sé cómo colocarme para que no me duela. Creo que es inútil; me duele, me ponga como me ponga. Es un dolor sordo, silencioso, constante y que no me deja pensar en nada más. Mi madre siempre me dijo que lo peor de un parto era la cicatriz de la episiotomía, y tenía toda la razón. Por suerte, el pecho no me duele; le doy el pecho a demanda cada tres horas —tardé 17 días en entender que la lactancia a demanda no era eso— y creo que va bien, come y duerme. Parece que es «buena» o eso dice todo el mundo. Ahora a mí no me miran, la miran a ella. Está claro que he cedido el papel protagonista de esta historia. El ginecólogo me ha dado cita para dentro de 40 días, tengo hora para la pediatra en una semana... y yo subo al coche con esa cosita pequeña con el miedo constante a no ser capaz.
Me desnudo al llegar a casa; tengo ganas de ducharme en mi casa. No me miro al espejo, paso al lado evadiendo la mirada, sin ganas de enfrentarme a la imagen que refleja; de todas maneras, creo que no soy yo y es otra persona, seguro, la que vería en el espejo. No quiero verme el vientre, no quiero tocarme las heridas de la vulva, no me atrevo.
Cuarto, quinto, sexto, séptimo...
Estoy en casa. Siempre estoy en casa. No soy capaz de salir a la calle, me da miedo salir. ¿Y si salgo y quiere teta? Además, me duele todo y tengo las piernas hinchadas. No me he probado la ropa de antes del embarazo, seguro que no me entra, y la ropa del embarazo no sé si me apetece ponérmela. Voy todo el día con el camisón que me compré para ir al hospital y un pantalón de pijama cómodo. Llevo unos días que ducharme parece una aventura. Espero a que la niña esté dormida, pero sé que tengo poco tiempo. Mientras me ducho, no dejo de escuchar. ¿Está llorando? Creo que sí, mejor salgo ya.
Paso horas y horas sola. Entre que es invierno y que ninguna de mis amigas está en esta etapa, no sé a quién preguntar. Hay cosas que mi madre no recuerda.
¿Por qué nadie me dijo que esto sería tan duro?
Pero tengo que estar agradecida: yo estoy bien, la niña también, está mamando bien porque no me duele nada y ella crece, ¡vaya si crece! Aún tiene en la cara una marca de los fórceps que usaron para sacarla; me han dicho que se irá en unos días. Tengo que llamar a la pediatra que me recomendaron y pedir cita.
El dolor de la vulva sigue, me han dicho que los puntos se reabsorben solos; ya los he tocado con el dedo. He intentado ver si se caen; están secos, duros... A ver si se caen, porque hacer pis es una experiencia que no le deseo a nadie. He encontrado una solución: humedezco una toalla de papel, me la pongo en la zona y hago pis para que no me duela tanto.
Vivo pendiente de la hora en que me toca tomar los antiinflamatorios; es lo único que me produce algún alivio. Que conste que lo he intentado todo: que si un guante frío, que si un jabón o no sé qué crema... Esto duele y no quiero tocar. Mi tía es médico, le ha dicho a mi madre que no puedo tomarme esos medicamentos, que por eso la niña duerme tanto, porque se los paso por la leche. ¿Y qué hago si el dolor no se va?
Por fin, días después, salgo a la calle. La niña ya tiene 17 días y creo que puedo intentar salir. Me encuentro con una vecina, me dice que me ve cansada, que tengo ojeras. Me pregunta si como bien. Bueno, comer, lo que se dice comer... Como con una mano, en minutos. Más que comer, intento mantenerme viva. Esto de cuidar a otra persona 24 horas es agotador, ¿por qué nadie me lo había dicho? Seguramente yo tampoco lo pregunté. La imagen que yo tenía de esto no es la que está siendo.
40 días
Me toca revisión con el ginecólogo, por fin. Me quita un punto que no se había caído. Dice que ya estoy, que todo está bien. Yo sigo con dolor y me dice que es normal, que ya se me pasará. ¿Será que tengo poca paciencia?
Parece que ahora toca hablar de métodos anticonceptivos. ¿Perdona? El ginecólogo me suelta un rollo sobre las opciones que tengo para no quedarme embarazada de nuevo. No lo escucho. Me pregunta cuál de ellos voy a elegir y le respondo que ahora mismo no me hacen falta métodos anticonceptivos, que tener relaciones sexuales con mi marido es lo que menos me apetece del mundo, y me responde entre risas: «Tú no tienes ganas, pero él igual sí».
Tocada y hundida. Me da el alta.
(...)
Os he contado las sensaciones de mi primer posparto. Ahora algunas cosas las veo diferentes, otras las veo igual. Y es que a pesar de estar rodeada de mucha gente, me sentía sola. El dolor, el dolor en el periné es algo que he arrastrado durante años, y a ese dolor de la vulva se unía una fisura rectal que nadie detectó. Yo opté por un parto a través de la mutua y, no, no tenía acceso a una comadrona. De hecho, no sabía ni que tenía derecho a acceder a ella en mi centro de salud. Quizá las cosas hubieran sido diferentes. Y es que tenía dudas a cada momento; por supuesto, las dudas relacionadas con mi hija parecían tener prioridad máxima, y las mías, las que tenía sobre mí, sobre el dolor, sobre los cambios en mi cuerpo, mis emociones y sentimientos, eran las eternas olvidadas. Si estás embarazada y lees este prólogo, es probable que te asustes un poco. No tiene que pasarte lo mismo que a mí, solo debes saber que lo que relato sí es algo que les pasa a muchas mujeres. Y si acabas de dar a luz o hace poco que eres madre, estoy segura de que te has visto reflejada en algunas de las cosas que he contado.
Parece imposible que el posparto sea una etapa de la que se hable tan poco. Una etapa en la que parece que no te puedes quejar y que tienes que estar feliz, cuando no siempre todo es de color rosa. Tenéis entre las manos este maravilloso libro, un tesoro lleno de respuestas, lleno de afirmaciones. Y este libro viene de la mano de una gran comadrona, de una mujer a la que le apasiona su trabajo y que pone a la mujer, a la madre, en el centro. Y esta es la clave: que después de dar a luz tú sigas siendo lo más importante. Laia lo sabe como nadie; es una apasionada de su trabajo, está comprometida con las mujeres y sus decisiones, es respetuosa... El alta me la dieron a los 40 días, pero el posparto dura más de 40 míseros días. Los cambios que produce en nuestro cuerpo y mente van mucho más allá. Tenéis la suerte de tener este libro para acompañaros, tenéis a Laia a vuestro lado, ¡no estaréis solas y tenéis poder! La información es poder, así que, hablemos del posparto.