Introducción
El sistema inmune —también llamado «inmunológico» o «inmunitario»— es un potentísimo y complejo ejército de defensas que despliega por todo el organismo una gran cantidad de bases interconectadas, cuya principal misión es rastrear cada rincón, cada célula de nuestros órganos, de nuestros tejidos, en busca de invasores que puedan resultarnos perjudiciales. En este sentido, afinan con mucha precisión sus radares para poder diferenciar aquello que forma parte de nuestro sistema y aquello que es ajeno, que es extraño, que se ha colado por alguna vía.
Vivimos en un ambiente, en un entorno, que ha mejorado muchísimo en las últimas décadas. Las condiciones de higiene de los hogares han evolucionado enormemente en poco tiempo, sobre todo por la llegada del agua corriente a cada hogar, algo que nos parece normal, pero que no lleva tanto acompañando al ser humano si tenemos en cuenta sus miles de años de evolución. Sin duda este hecho, unido a la red de alcantarillado, las recogidas diarias de basura, los productos cada vez más sofisticados para la limpieza y un largo etcétera, han ayudado a crear un ambiente bastante seguro, pero aun así en cualquier superficie proliferan microorganismos potencialmente dañinos con una tremenda velocidad, implacables en su reproducción. Y, como llevamos viendo desde hace meses, no estamos libres de infecciones, ni tampoco de pandemias.
Por ello, aunque tú no lo notes ni lo percibas, el sistema inmunológico está trabajando las 24 horas; no cesa en su tarea, no hay días libres, ya que tiene que estar discerniendo constantemente si esos microorganismos que llegan a nuestra boca o nariz, solo por rozarnos la cara, suponen algún tipo de amenaza. Son una enorme máquina de clasificación: van ordenando y valorando todos los datos que le llegan en milésimas de segundo y calibrando el potencial peligro para retirarse o lanzar un ataque inmediato.
Desde la llegada de la COVID-19 hemos sufrido casi una intoxicación, pero en este caso informativa, con 24 horas de noticias, infinidad de artículos, audios, etc., sobre el virus, el sistema inmune, su funcionamiento, a veces con muchas contradicciones que generan más confusión que certezas. Por ello, en este libro me he planteado organizarlo todo de forma sencilla, aunque rigurosa y científica. Para que aprendas no solo cómo funciona, sino cómo proteger y mejorar tus defensas a través principalmente de la alimentación, pero también de otros hábitos.
Espero arrojar luz a esa maraña informativa, y que cuando termines de leerlo te quede todo clarísimo e, incluso, puedas ayudar a los que te rodean explicándoles mejor qué es esto de las defensas y del sistema inmunitario.
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Qué es y cómo funciona el sistema inmune
El sistema inmune es un ejército de defensas muy complejo, con muchas interacciones y mecanismos que se ponen en marcha si se ve atacado por un extraño. Se pasa el día rastreando cada rincón de nuestro organismo diferenciando lo propio de lo extraño, lo beneficioso de lo perjudicial.
Está diseñado para defendernos de procesos infecciosos originados por virus, bacterias, hongos y parásitos que ingresan principalmente a través de la boca, la nariz, la piel... y pueden aparecer en cualquier parte de nuestro organismo, por ello el sistema inmune debe desplegarse por todo el cuerpo. Las defensas, las células protectoras, tienen la capacidad de moverse allí donde surge el problema; luego veremos los órganos donde se crean y se almacenan.
Este ejército está formado, entre muchos otros, por los famosos glóbulos blancos (también conocidos como leucocitos). Son las células inmunes, de las que hay de 4.500 a 10.500 por milímetro cúbico de sangre. Quédate con el dato de que es un ejército numerosísimo.
Vivimos en un ambiente donde todo lo que nos rodea está poblado de microorganismos, de ahí que nuestro sistema inmunológico esté actuando siempre, en todo momento; es imparable. Su eficacia dependerá del proceso infeccioso a combatir, de ese microorganismo, pero también, y muy importante, de la fortaleza de esas defensas, de su capacidad de reacción y actuación.
Los microorganismos externos que vienen con ganas de dañarnos tienen una capacidad de reproducirse impresionante, rapidísima, en apenas un día habrán tenido millones de descendientes; por eso nuestros soldados deben estar preparados, entregados a la lucha, fuertes, en forma, entrenados.
A las células inmunes les resulta más fácil enfrentarse a pocas unidades, así que tendrán que actuar de manera veloz en los primeros minutos; deben reconocer cuáles son las estructuras ajenas, aquellas que no pertenecen a nuestro organismo. Además, nuestro sistema debe clasificarlas, saber de qué invasor se trata, reconocerlas. No será lo mismo que nos invada una gran potencia como Estados Unidos que un pequeño país como Chipre, por lo que la estrategia y el número de efectivos que emplearemos serán diferentes en cada caso.
Para esta función de identificación e intensidad en la reacción, los leucocitos, es decir, los glóbulos blancos, tienen más de un centenar de receptores patrullando por nuestro organismo para intervenir de inmediato; fagocitarán a los microorganismos, los destruirán y también a las células infectadas. Poseen además la capacidad de migrar, de moverse en la sangre hasta el foco infeccioso, donde intentarán erradicar o contener la infección.
Vamos a ver de qué tipo de soldados está formado este ejército de defensas para que te hagas una idea de lo complejo de este sistema y de lo importante de cuidarlo (te dejo una tabla al final del capítulo para que puedas consultarla más fácilmente):
• Neutrófilos: cada día producimos 100.000 millones de neutrófilos, cuya principal misión es fagocitar, comerse las bacterias patógenas, dañinas. Un neutrófilo puede fagocitar hasta 10 o 20 bacterias en pocos minutos, son muy competentes.
• Macrófagos: promueven la fabricación de neutrófilos; también se encargan de devorar al enemigo y son de los primeros en reaccionar ante un ataque.
• Natural Killer (células asesinas naturales): actúan contra virus y tumores, matan células infectadas; no atacan directamente a los virus, sino a las células infectadas, evitando así la propagación.
• Células dendríticas: son el motor y el cerebro de la inmunidad, pues activan la fabricación de glóbulos blancos.
• Células epiteliales: la mayor entrada de patógenos se produce por las mucosas epiteliales del tracto respiratorio o gastrointestinal. Estas células reducen la posibilidad de entrada de patógenos por los principales cauces, o sea, la respiración y la comida. Tienen capacidad de destrucción mediante la respuesta inflamatoria.
• Anticuerpos: presentan una función protectora contra los diferentes microorganismos patógenos, están muy especializados en cada microorganismo invasor. Muchas veces la creencia general es que los únicos agentes del sistema inmune son los anticuerpos, y ya estamos viendo que el listado de células implicadas es largo.
• Eosinófilos: actúan directamente contra gusanos que puedan estar presentes en los alimentos.
• Linfocitos: nos otorgan memoria para recordar a los invasores que han entrado con anterioridad y para saber cómo actuar contra ellos.
• Plaquetas: son de las más conocidas; lo que hacen es matar los glóbulos rojos infectados y taponar las heridas.
En definitiva, se trata de un sistema con muchos elementos que deben actuar de forma sincronizada para evitar males mayores, infecciones graves. Quizá con un ejemplo práctico lo veamos más claro.