Eugenia Tobal - Esa nueva piel: Sobre la maternidad, el duelo y sus alrededores

Hora de sentarme a escribir. Doy vueltas, acomodo el escritorio una y otra vez. Me hago un té, cambio la lámpara de lugar, busco un almohadón. Y, sobre todo, busco excusas para postergar el momento de apoyar las manos sobre el teclado y emprender esta aventura. ¿Por qué me metí en esto? ¿Cómo empiezo? ¿Qué tiene de interesante mi experiencia?

Intento pensar, colocar todo en su lugar y me lleno de dudas, de inseguridades. De pronto, la escucho reír a Ema. Está con Fran, preparándose para ir a la plaza. Y solo entonces mis dudas desaparecen. Acá estoy, con esta familia que armamos y con el recuerdo imborrable de mi madre que me acompaña a todas horas. La imagino sonriendo también a ella, contenta y tranquila. ¿Qué me diría si estuviera a mi lado? “Viste, Negrita, todo llega, todo se acomoda de la mejor manera”.

En mi cabeza se construyen nítidas imágenes de nuestras charlas, de nuestras risas cómplices. De cuando, con cuanta emoción, me dijo: “Tenés que escribir un libro, tenés que contar el lado B de la maternidad, pero con esa honestidad, lejos de los cuentos de hadas, con la que me lo contás a mí. Sería un bestseller”. Todavía guardo esos mensajes en que nos intercambiábamos ideas para contar, escribir y no olvidar.

Como en tantas cosas de mi vida, ella también fue una inspiración para lanzarme a la aventura de escribir este libro. Era una gran lectora y esa es otra pasión que me contagió.

Le encantaba guardar frases y fragmentos de diferentes autores y así, en algún momento especial de felicidad o de tristeza, regalarnos algún escrito para reconfortarnos. Tenía una letra tan hermosa... Este ritual de escribir a mano también lo heredé de ella.

En el último tiempo, cuando ya le costaba mucho hablar, escribía. “Escribo para no olvidar”, me decía. Tenía miedo de que la memoria no la acompañara y de que sus recuerdos se escaparan. También guardo esas libretas con sus anotaciones. Instalada de a ratos en la alegría, de a ratos en la nostalgia, no dejo de leerlas. Una manera más de tenerla cerca.

Cuando iba a visitarla al hospital, a veces se sumaba a la charla una doctora a la que mamá adoraba, Vicky. Ella había sido madre unos meses antes que yo. Las tres nos reíamos de todos los descubrimientos con los que, de manera sorpresiva, te vas topando después de ser madre. ¿Cómo es que nadie te lo cuenta? ¿Qué mecanismo de defensa hace que olvidemos los aspectos más difíciles de la maternidad?

Pero pasa. A mí también me ocurre. Si no fuera por el ejercicio de recordar al que me obliga este libro, seguramente ya me hubiera olvidado de muchas cosas. Supongo que ese “borrado” es necesario para seguir teniendo hijos. Es una manera de resetear. Ponemos el disco rígido a cero y empezamos de nuevo, entendiendo que algunos datos estarán encriptados y todos los temores de las primeras experiencias tendrán menos control sobre nosotras.

De eso hablábamos en esa habitación. El recuerdo tira con vehemencia y sin ningún miramiento de todas las emociones y me hace sonreír y llorar al mismo tiempo. Dos meses después del nacimiento de Ema, mi madre murió, así que mi soñada y flamante maternidad coincidió con un duelo que en este momento presiento eterno.

Sin embargo, qué mejor homenaje puedo brindarles a mi madre y a mi hija que reunirlas en Esa nueva piel, prolongando el encuentro entre las tres, escribiendo nuestro linaje en este libro, con palabras que van a perdurar en el tiempo.

Sé que no será fácil, tengo la sensación de que mi madre me guía, la siento, pero soy consciente de que también estoy sola. Repentinamente descubro por dónde y qué quiero escribir. Quiero hacer un libro que a mi mamá le hubiera gustado leer. Que la hiciera sentir orgullosa de mí. La casa está en silencio. Ema y Fran todavía no regresan.