Cada ser humano, en su inmensidad y pequeñez, es una llama que brilla con luz propia y destaca sobre todas las demás. El mundo es un mar de fueguitos, cada uno con su particular historia. Una llama inmemorial que se transmite entre generaciones. Es inevitable que en ocasiones se agite, resplandezca y queme, del mismo modo en que se deja llevar por una pequeña brisa, enferma o incluso se apaga. Esta es una metáfora que ha servido durante siglos para definir nuestra existencia, que a veces nos duele o desafía más de lo que esperábamos.
Este libro nos instruye, con extrema sensibilidad y virtuosismo, en el arte de caminar la vida y superar sus asuntos clave, y nos ofrece un mapa preciso para salir airosos de cualquier tempestad evitando que quedemos anclados en el sufrimiento. En él hallaremos la oportunidad para crecer y aprender a vivir en paz con nosotros mismos. Un sugerente viaje hacia nuestro interior que nos llevará a reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida.
Joan Garriga, uno de los psicólogos más reconocidos e influyentes en España y América Latina, nos enseña, como si estuviésemos sentados en una sesión de terapia y mediante ejemplos reales, a acoger el sufrimiento y convertirlo en fortaleza.
A todas aquellas personas por las que, en algún lugar, en algún momento, en algún modo, me sentí lastimado, lo que indica que fueron importantes para mí.
Con el deseo sincero de que encuentren luz
y calor en su corazón.
A mis hermanos, y también a los buenos amigos del camino. Con todos ellos mis alegrías (y las suyas) se multiplican y mis penas (y las suyas) se reparten.
Al niño interior, alegre, expansivo, vivaz y confiado que sigue viviendo en todos nosotros, a pesar de los pesares.
Por realidad y perfección entiendo la misma cosa.
El dolor es el precio que pagamos por estar vivos.
El mundo es eso —reveló—, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
Con esta hermosa metáfora, Eduardo Galeano resume la condición humana en El libro de los abrazos: somos fueguitos; el mundo es un mar de fueguitos. Ardemos en la hoguera de la vida y del corazón, cada cual a su manera propia, con su luz particular, su singular historia, su propia familia, sus circunstancias específicas, su brillo personal y sus particulares sombras.
La llama de la vida que arde en el interior de cada persona es una llama inmemorial que va transmitiéndose de generación en generación a través de los padres, que aportan las dos partículas germinales que conforman el tres: como dos maderas que se frotan, encienden un fuego y entregan una vida a su propia chispa, pasión, movimiento, fuerza, alegría, pena, lealtad, traición y mil etcéteras. Es decir, a su propio viaje. Será inevitable que este fueguito a veces se agite y queme, que deslumbre al mundo o se quiebre, zarandeado por grandes vendavales o pequeñas brisas. Será inevitable, incluso, que a veces parezca enfermar o apagarse.
La metáfora del fuego para definir una vida y el calor que emana de su centro interno no es nueva. Otros relatos la describen como una vela que mengua sin pausa, con su tiempo más o menos programado de consunción y extinción, según la calidad de su cera, del medio ambiente que la rodea y en especial de los aires que la circundan. Las parcas trabajan infatigables en su inmenso palacio de bronce, cuenta la mitología griega, en cuyos muros suelen inscribirse los destinos humanos con letra imborrable; o tal vez esos muros de ultratumba alberguen miles de millones de cirios obsolescentes, y cada vez que alguno se apaga, alguien muera en algún lugar, aquí en la tierra, cerca o lejos...
El fuego que vive en cada uno es energía que se expande y calienta al exponerse al laudatorio, venturoso y alegre canto de la vida, y se contrae y enfría con el canto plañidero de los dolores, traumas, zozobras y pérdidas. Expansión y contracción, en alternancia, conforman el instintivo latido que anima a todo ser humano, a todo ser vivo, al Universo entero. Risa en la expansión y llanto en la contracción. Así lo refleja la emotiva y poética letra de Violeta Parra, que conocí a través de la maravillosa versión cantada por Mercedes Sosa:
Gracias a la vida, que me ha dado tanto,
me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes, que es el mismo canto.
Cantemos pues, elevemos nuestra voz, entonemos la canción que alienta nuestro fueguito, pase lo que pase, con dignidad y amor a la vida. Asumamos también el llanto y los quebrantos, y aprendamos a gestionarlos, transitarlos e integrarlos. Este libro quiere abordar, precisamente, la gestión y superación de las inevitables abolladuras, pérdidas, insatisfacciones y decepciones que todos experimentamos en nuestras vidas; del sufrimiento, en suma. Esos momentos, o tiempos, en los que la llama tiembla, se contrae, y se nos exige sabiduría y virtuosismo existencial para transitarlos. Ya que cuando el llanto y la pena, con sus hilos negros, nos visitan, parece que la vida se retrae y que la llama que nos impulsa se consume a mayor velocidad. Entonces nos convertimos en fueguitos que ardemos sin armonía, tronchados, angustiados, sufrientes. Enfermamos a veces. Sufrimos. Y, si no somos capaces de sortearlos adecuadamente, hacemos sufrir a la vida, que se duele y alarma de nuestra dificultad para tomarla tal como viene.
La vida a veces nos duele. Así, con un enunciado simple y rotundo, lo establece la primera noble verdad de Buda en su sermón de Benarés. Y nos duele de maneras relativamente parecidas a todos, aunque se expresen de formas muy variadas: con el desamor que recibimos de los demás o con el que nos envenenamos a nosotros mismos —lo que constituye tal vez una de las mayores plagas psíquicas de nuestro mundo contemporáneo: la falta de un genuino amor propio—, con abandonos, con traiciones, con expectativas frustradas, con riesgos no asumidos, caminos no emprendidos, muertes y pérdidas, violencias e injusticias de distintos tipos, culpas, engaños, enfermedades y fragmentos de realidad indeseada como estos: