En general, su camino era sereno, gozoso, en sintonía con su espíritu y con su naturaleza personal. Tampoco estuvo exento de los pesares naturales que la vida impone, pero sentía que aquel sí era el camino de su vida.
Un día se acercó a la persona de la que se había enamorado pensando que tenía las monedas y le dijo:
—Durante mucho tiempo he tenido un problema de visión y ahora que veo claro te digo: Lo siento, fue demasiado lo que esperé. Fueron demasiadas mis expectativas, y sé que esto fue una carga demasiado grande para ti y ahora lo asumo. Me doy cuenta y te libero. Así, el amor que nos tuvimos puede seguir fluyendo. Gracias. Ahora tengo mis propias monedas.
O tro día fue a su hijo y le dijo:
—Puedes tomar todas las monedas de mí, porque yo soy una persona rica y completa. Ahora ya he tomado las mías de mis padres.
Entonces el hijo se tranquilizó y se hizo pequeño respecto a él. Y se sintió libre para seguir su propio camino y tomar sus propias monedas.
Al final de su largo camino, un día la persona se detuvo a repasar la vida vivida, lo amado y lo sufrido, lo construido y lo maltrecho. A todo y a todos logró darles un buen lugar en su alma. Los acogió con dulzura y pensó:
—Todo tiene su momento en el vivir: el momento de llegar, el momento de permanecer y el momento de partir. Una mitad de la vida es para subir la montaña y gritar a los cuatro vientos: «¡Existo!». Y la otra mitad es para el descenso hacia la luminosa nada, donde todo es desprenderse, alegrarse y celebrar. La vida tiene sus asuntos y sus ritmos sin dejar de ser el sueño que soñamos.
BREVE ENSAYO SOBRE EL CUENTO DE LAS MONEDAS
Espero que esta breve historia, como sucede con la mayoría de los cuentos, te haya resultado evocadora. Sus muchas ramas de significado pueden haber tocado alguna fibra de tu ser y haberte provocado tristeza o alegría, rabia o, por el contrario, paz interior. Cada persona habrá entresacado sus propias reflexiones o sentimientos, incluso sus propias conclusiones.
Dado que el cuento evoca más de lo que explica, te propongo seguir leyendo para entender más o mejor, para descubrir cosas que tal vez se te habían escapado o confirmar que tus emociones tienen pleno sentido.
Aunque este breve ensayo no es necesario para disfrutar y aprender de ¿Dónde están las monedas? (el cuento funciona por sí solo), me atrevería a decir que en esta especie de anexo explicativo encontrarás una clarificación y un desarrollo de sus mensajes, de sus enseñanzas principales, de su moraleja, en fin, aunque se trate de una moraleja desprovista de moral (valga la paradoja), pues no se trata de adiestrar a nadie en un comportamiento u otro, sino de ofrecer caminos de reflexión y entendimiento que promuevan mayor felicidad en nuestras relaciones.
He estructurado este breve ensayo a mi imagen y semejanza, es decir, no tiene una estructura clásica de tesis, antítesis y síntesis, sino una más caprichosa y menos sistemática, más intuitiva y personal, por decirlo así. Mi planteamiento es sencillo: es como si estuviera ahora mismo en una sala frente a ti y otras personas y, después de explicar el cuento, empezarais a preguntarme sobre su significado. Entonces, lo que os explicaría sería más o menos lo que sigue.
¿Qué representan las monedas que reciben los protagonistas de manos de sus padres?
Las monedas de nuestros padres representan el abundante caudal de experiencias que hemos tenido con ellos, tanto agradables como desagradables, alegres o tristes, afortunadas o desgraciadas… Todas, sin excepción. La concepción, el nacimiento, la infancia, la adolescencia, etcétera. Todo lo que, como hijos, hemos vivido en relación con nuestros padres en todos los periodos de nuestra vida, pero muy especialmente en la crianza, justo cuando éramos más frágiles y dependientes.
Las monedas simbolizan, por tanto, todo lo que hemos recibido de ellos, incluyendo, por supuesto, el regalo más grande que es la vida.
Además, podemos añadir su pasado y su historia, eso es, sucesos y vivencias anteriores a nuestro nacimiento o concepción, ya que habitualmente antes de nacer pertenecemos al deseo y al pensamiento de nuestros padres; y también, en un sentido transgeneracional, por nuestras venas corre la sangre y la experiencia de muchos anteriores, concretados en las respectivas familias de origen de los padres, con todas las vicisitudes que les tocó vivir. Cada familia es una matriz de fuerza y también de dolor, visitada por los grandes poderes del vivir, esencialmente la sexualidad y la muerte.
En resumen, las monedas son todo lo recibido en nuestras raíces y en nuestra pertenencia, y todo lo vivido en lo concreto de la vida con nuestros padres.
¿Qué significa tomar las monedas?
Tomar las monedas significa tomarlo todo. Todo exactamente como fue, sin añadir ni quitar nada, incluyendo lo dulce y lo cruel, lo alegre y lo triste, lo ligero y lo pesado. Todo. Por la simple razón de que esa es nuestra herencia y el conjunto de experiencias vividas que nos constituyen.
Las monedas también pueden incluir abusos, hechos dolorosos o terribles y brutales. Tomar las monedas conlleva tomar también aquello que nos hirió, aquello que lastimó la inocencia y la belleza natural del niño.
Es posible, aunque resulte difícil, decir sí a todo lo que nos llega a través de nuestros padres, sin añadir ni quitar nada. Podemos tomarlo tal y como nos ha llegado, con todas sus consecuencias, sin dejar de seguir nuestro propio camino, cumpliendo con el trayecto personal y teniendo el coraje de transformar los pesares en recursos.
Si tan difícil nos resulta tomar las monedas es porque no sabemos qué hacer con el dolor, no sabemos cómo manejarnos con nuestros sentimientos heridos ni con nuestras turbulencias emocionales. Así, cerramos los ojos y el corazón y nos inventamos un mundo soportable que nos permita seguir adelante.
Muchas tradiciones, y concretamente las tablas de Moisés, imponen el mandamiento de «honrar a los padres», conscientes de su poder liberador y del bienestar que aporta a las personas. Pero a este lugar se llega tras un arduo proceso interior. En realidad, no se puede fabricar como un mandamiento ni erigirse en imposición ficticia.
Las tradiciones señalan con el dedo sabio la ruta adecuada para alcanzar este lugar y, si tiene sentido para nosotros, debemos recorrerla. Si decidimos hacerlo, ahí comienza todo un proceso.
Por eso, muchos abordajes psicoterapéuticos, mientras buscan soluciones a los problemas de las personas, se plantean un objetivo integrador, unas veces explícito y otras implícito: restaurar el amor hacia nuestros padres, recuperar el movimiento amoroso natural y espontáneo que sentía el niño hacia sus progenitores.
Las personas que avanzan en este proceso suelen sentirse más íntegras, congruentes y amorosas. Mejoran en sus relaciones personales y afectivas, ganan madurez, serenidad y sobre todo autoestima. Se alinean con el misterioso fluir de la vida con más fuerza.
Pero, si algo no nos gusta de nuestros padres, ¿por qué debemos tomarlo?
Es un clásico en psicoterapia el caso de los pacientes que juraron de niños no parecerse a sus padres para luego descubrir, en la fase media de su vida, que son y actúan como ellos…
La respuesta a esa pregunta es muy sencilla: nos encadena lo que rechazamos, y sólo lo que amamos nos hace libres.
Por eso, es importante tomar conciencia de lo que rechazamos, para investigarlo a fondo en nuestro interior y hacer espacio a todos los componentes emocionales que sobrevengan hasta que se complete el proceso hacia la paz.
Es cierto que muchos problemas se originan por heridas de amor, por traumas y por lo terrible de lo vivido. Esto configuraría una primera línea argumental. Pero adentrándonos en una segunda línea argumental, es importante no olvidar algo aún más profundo: tenemos problemas porque amamos mal. Si miramos sin prejuicios el alma familiar y las dinámicas del niño, encontramos que éste se inserta en su sistema familiar de forma que ama incondicionalmente, suceda lo que suceda. Simplemente es un programa biológico que activa todos los resortes emocionales. Y vemos que por amor ciego trata de asumir sacrificios, cargas o culpas que corresponden a sus padres, hermanos, abuelos o a la familia extensa. Puede intentar morir o enfermar en lugar de sus padres, preso de un pensamiento mágico que le hace creer que de esta manera conseguirá salvarlos. Puede seguirlos hacia la enfermedad, la muerte, la adicción u otros destinos, pensando también mágicamente que así su corazón o el de los que ama encontrará calor y reposo. Incluso en casos de abusos, llegamos a ver que un hijo o una hija puede tratar de consolar la desesperación o soledad de uno de los padres, implicándose o tomando el lugar del otro progenitor. Son dinámicas que muestran el poder de los vínculos y la dignidad del amor entre las personas.
Página siguiente