Agradecimientos
En primer lugar, me gustaría agradecer su inmediata predisposición para realizar el prólogo a Rosa García, que en el mismo momento de mi propuesta me dijo: «Adelante».
Agradecer a los expertos en las distintas materias José Manuel Casado, María del Mar Ruiz Andújar, José Cabrera, Pilar Jericó, Pilar López, Jaime Moreno, Carlos Barrabés, Juna Carlos Cubeiro y Rafael Matesanz, que han encontrado un hueco en sus apretadas agendas para colaborar en los distintos capítulos de este libro para darnos su visión sobre los cambios que se están produciendo.
A Jesús Vega, que en cada interactuación me hacía salir de mi zona de confort; a Luis Martín, con el que he debatido más de una de las ideas contenidas en el libro; a Luis García, que siempre ha estado al pie del cañón resolviendo dudas y animándome a seguir (y a cumplir las fechas); a Quique Rodríguez, que me ha ayudado con el estilo literario; a José Manuel Pérez Ariza, cuyo conocimiento de la tecnología y continuas reflexiones me han obligado en más de una ocasión a revisar y mejorar capítulos casi finalizados…
… a Alberto Vaca, Elena Alfaro, Gustavo Piera, Carlos Piera, Néstor González, Adolfo Ramírez y Sergio Ramírez, cuyos consejos han ayudado en el resultado final.
A Roger Domingo, editor del libro, en el que un novel como yo ha encontrado la máxima colaboración para llevar el trabajo a buen puerto.
Les agradezco a todos la ayuda que he tenido la suerte de recibir.
A DOLFO R AMÍREZ
Madrid, julio de 2017
Capítulo 1 La necesidad de entender
Cada día sabemos más y entendemos menos.
A LBERT E INSTEIN
Le he dado muchas vueltas a cuál sería la mejor manera de comenzar y en una de esas reflexiones me vino a la cabeza un pequeño cuento de Jorge Bucay que leí hace tiempo, y que creo que encaja perfectamente con las ideas que quiero compartir. El cuento, que seguro que muchos habéis leído, es «El elefante encadenado». En él cuenta el autor:
De pequeño me gustaba el circo. Me encantaban los espectáculos con animales y el que más me gustaba era el elefante. Me impresionaban sus enormes dimensiones y su fuerza descomunal.
Después de la función, al salir de la carpa, me quedaba extrañado al verlo atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que le aprisionaba una de las patas. La cadena era gruesa, pero la estaca era un ridículo trozo de madera clavado a pocos centímetros de profundidad. Era evidente que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo también podía tirar de aquel minúsculo tronco y huir.
«¿Por qué no la arranca y se escapa?», pregunté a mis padres. Me contestaron que era porque estaba amaestrado. La respuesta, sin embargo, no me satisfizo. «Si está amaestrado, ¿por qué lo tienen atado?», pregunté a parientes y maestros.
Y pasó mucho tiempo, mucho, hasta que alguien que resultó ser un sabio me dio una respuesta convincente: «El elefante del circo no se escapa porque está atado a una estaca parecida desde que era muy muy pequeño».
Entonces me imaginé el elefante recién nacido y atado a una estaca. Seguro que el animal tiró y tiró tratando de liberarse. Debía de terminar el día agotado porque aquella estaca era más fuerte que él. Al día siguiente debía de volver a probar con el mismo resultado y al tercer día igual. Y así hasta que, un día terrible para el resto de su vida, el elefante aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Desde entonces, el elefante tenía grabado el recuerdo de su impotencia. Y lo que es peor, nunca más volvió a cuestionarse ese recuerdo y nunca más volvió a poner a prueba su fuerza.
Más allá de las reflexiones que cada uno podamos hacer a título personal, muchas veces en las organizaciones nos ocurre lo mismo. Estamos encadenados a rutinas que limitan nuestra evolución. Pensamos que no podemos hacer tal cosa o tal otra, porque no se tiene una cultura de innovación o porque un día lo intentamos y no lo conseguimos; en cualquier caso, eso reduce nuestra energía y, lo que es peor, nos puede llevar a generar el pésimo hábito de no volver a intentarlo, de no tener un espíritu de mejora.
Igual que le ocurría al elefante que según crecía iba teniendo más fuerza, las organizaciones, a medida que se desarrollan, van adquiriendo paulatinamente más conocimiento, más capacidades y, en situaciones normales, van teniendo un desarrollo estable, incluso sin alejarse mucho de la «estaca».
Estar en el ámbito de la estaca (en todos los sentidos) es permanecer en la zona de confort y eso nunca es una buena opción, pero además hoy, en un contexto de cambio continuo, es la peor decisión y puede resultar fatal para el futuro de la empresa.
La disrupción en los negocios que se está produciendo como consecuencia de la revolución digital ofrece nuevas posibilidades a las empresas para afrontar su futuro, por lo que hoy resulta más fácil «destruir la estaca» rompiendo viejas rutinas. Sólo existe una clave: ¡Entender el cambio y aprovechar la oportunidad de la revolución digital!
Lo que ocurre es que, como en toda revolución industrial o económica, las diferencias entre las organizaciones que entiendan y aceleren su transformación y las que estén más dubitativas va a ser exponencial, lo que supondrá para algunas su desaparición, como ocurrió en algunos casos que a todos nos vienen a la cabeza.