Joyce Meyer - Auténtica y única: Viva libre de las comparaciones y la necesidad de complacer

Ser auténticas y únicas, en un mundo que procura hacernos a su imagen o que trata de convertirnos en algo que no somos, es un desafío con el que vamos a lidiar la mayor parte de nuestra vida. Todos somos únicos, y eso es bueno. Las cualidades que nos hacen especiales nos benefician y bendicen de muchas maneras. Según el diseño de Dios, ninguna persona es precisamente igual a otra. Incluso los gemelos idénticos tienen huellas dactilares distintas y el patrón del iris de sus ojos también es diferente. Su ADN es muy parecido, pero no exactamente el mismo.

Nadie en el mundo es exactamente igual a ti. Esto no solo te hace única, sino también muy especial. Las cosas inigualables son, por lo general, muy valiosas y altamente deseadas. Lo cual hace que me pregunte por qué tantos de nosotros tratamos de ser como otras personas. La mayoría de nosotros se esfuerza mucho en tratar de ser o de parecerse a alguien o a algo que no es. Creo que lo hacemos porque no nos hemos aceptado y acogido a nosotros mismos, y tememos que los demás tampoco nos acepten.

Durante muchos años sufrí tratando de ser como las personas a las que admiraba; cuando menos, admiraba los rasgos que veía en ellas, pero no en mí. Aún no había aprendido que Dios nos da a cada uno rasgos únicos, pero que no nos da a todos los mismos rasgos singulares. Todos somos buenos en algunas cosas, pero ninguno es bueno en todo. Aceptarlo es el primer paso hacia estar en paz con uno mismo y con los demás.

Es posible que intentemos con tanta fuerza ser como muchas otras personas que nos olvidamos de quiénes somos. Durante su carrera como actor, Peter Sellers representó tantos roles que, a veces, no podía distinguir entre él mismo y el personaje. Cuando uno de sus seguidores se acercó a preguntarle: “¿Es usted Peter Sellers?”, respondió: “Hoy no”, y siguió su camino.

Cuando dejamos que las otras personas nos presionen a ser quienes no somos, podemos llegar a sentirnos frustrados. Aquellos que nos rodean pueden frustrarse de igual manera cuando esperamos que hagan cosas para las que no están dotados o que sean cualquier otra persona menos ellos mismos. Jesús vino a libertarnos, y parte de la libertad que Él ofrece es la de ser y disfrutar quienes somos sin compararnos con los demás ni competir con ellos.

Las personas que son auténticas han aceptado su singularidad y aprendido a disfrutarse a sí mismas tal como son. No luchan por ser lo que otros quieren que sean, sino que desean ser como Dios las diseñó y tener el valor de seguir su corazón mientras Dios las guía. No tienen necesidad alguna de fingir o ser hipócritas. En cambio, tienen el corazón puro y la motivación correcta para lo que hacen. Les agrada cómo son y disfrutan estar en paz consigo mismas.

Todos podemos mejorar en nuestro carácter y en nuestra conducta, podemos y debemos colaborar con el Espíritu Santo para hacer los cambios necesarios en nuestra vida. Sin embargo, también tenemos muchas cualidades que, aunque tal vez no nos gusten, no podemos cambiar porque Dios las ha hecho parte de nuestra identidad. Por ejemplo, yo pasé años sin que me agradara mi voz, ya que es más grave que la mayoría de las voces femeninas, y cuando llamo a personas que no me conocen, muchas veces me han confundido con un hombre. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que Dios me dio una voz única para su propósito, y aprendí a aceptarla y a disfrutarla.

Es posible que seamos tentados a preocuparnos por los aspectos que nos gustaría cambiar en nosotros, pero Jesús dijo que la preocupación no puede añadir una sola hora a nuestra vida (Mateo 6:27). Dios ya ha planeado la silueta de nuestra vida, y ninguna cantidad de trabajo o esfuerzo podrá cambiarla jamás.

Más de cuarenta años de experiencia en el ministerio me han enseñado que las personas infelices y frustradas son así, porque generalmente no sienten agrado por sí mismas. En vez de aceptarse y convertirse en todo lo que Dios quiere que sean, se esfuerzan continuamente para ser lo que los demás quieren que sean o lo que ellas imaginan que deberían ser. Todos queremos complacer a la gente, y la Palabra de Dios nos dice que deberíamos esforzarnos por vivir en armonía con los demás, incluso cuando eso tenga un costo (Romanos 12:16 y 15:1). Sin embargo, si complacer a las personas hace que no complazcamos a Dios, entonces debemos obedecer a Dios y no a la gente (Hechos 5:29).