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Un día puse una frase en Facebook que simplemente decía: “Dios no está enojado contigo”, y la respuesta que recibimos en el ministerio fue abrumadora. En sólo unas horas, miles de personas respondieron favorablemente. Muchas de ellas decían: “Eso es exactamente lo que necesitaba oír hoy”. Obviamente, eran personas que tenían temor a que Dios estuviera enojado con ellas y necesitaban desesperadamente estar seguras de que no era así.
Mediante mi propia experiencia en mi relación con Dios, y al ministrar a otras personas, he llegado a creer que un gran porcentaje de personas, ya sea vagamente o quizá incluso claramente, creen que Dios está enojado con ellas. Esta creencia evita que recibamos su amor, su misericordia, su gracia y su perdón; nos deja sintiéndonos temerosos, con falta de confianza y con un sentimiento de culpabilidad. Aunque puede que pidamos perdón a Dios por nuestros pecados y fracasos, con frecuencia seguimos sintiendo que Dios está decepcionado y enojado porque no llegamos a ser lo que Él quiere y espera que seamos.
¿De dónde proviene este concepto de Dios? Quizá de un padre enojado a quien era difícil agradar; o del dolor del rechazo por parte de padres o de amigos que no sabían cómo dar amor incondicional. ¡Quizá provenga de la iglesia! De la enseñanza religiosa que nos ofrecía reglas y normas que seguir, y daba a entender que seríamos inaceptables delante de Dios si no las seguíamos. Nosotros queríamos ser buenos, intentábamos ser buenos, pero cuando descubrimos, como todo el mundo descubre, que constantemente fallamos, en silencio aceptamos el mensaje de que éramos una importante decepción para Dios y merecedores de su enojo. Sin embargo, seguíamos intentando cambiar y comportarnos mejor porque amamos a Dios, y sin duda alguna no queremos que Él esté enojado con nosotros.
En esta condición nos enfrentamos con toda una vida de desengaño, porque cualquiera que intente servir a Dios bajo la ley (reglas y normas) está destinado a la decepción, según el apóstol Pablo.
Todos los que viven por las obras que demanda la ley están bajo maldición.
Gálatas 3:10
En nuestras relaciones con nuestros padres o con otras personas, puede que hayamos tenido que rendir o comportarnos de cierta manera a fin de ganarnos su amor, pero el amor de Dios es incondicional, y se ofrece libremente a todo aquel que lo reciba por la fe.
En este libro aprenderás que aunque Dios sí se enoja por el pecado y la maldad, no es un Dios enojado. Dios aborrece el pecado, ¡pero ama a los pecadores! Él es bueno, y está listo para perdonar nuestras maldades, alejándolas para siempre. Él es “bueno y perdonador; grande es tu amor…” (Salmos 86:5). Permíteme ser clara: Dios no aprueba, y nunca aprobará, el pecado, pero Él ama a los pecadores y seguirá trabajando con nosotros hacia el cambio positivo en nuestras vidas. Dios nunca deja de amarnos ni siquiera durante un segundo de nuestras vidas, y debido a su gran amor se niega a dejarnos solos, perdidos y abandonados en pecado. Él sale a nuestro encuentro y nos ayuda a llegar donde necesitamos estar.
La Biblia es un relato de pecado, engaño, inmoralidad de todo tipo, desobediencia, hipocresía y la increíble gracia y amor de Dios. Los héroes que admiramos eran personas como nosotros. Fracasaron miserablemente a veces, pecaron regularmente, y aun así descubrimos que amor, aceptación, perdón y misericordia son los regalos gratuitos de Dios. Su amor los atrajo hacia una relación íntima con Él y les capacitó para hacer grandes cosas, y les enseñó a disfrutar de la vida que Él ha proporcionado.
Ya que ellos experimentaron esa aceptación, creo que también nosotros podemos experimentarla, si tomamos la decisión de creer lo que la Palabra de Dios nos dice en lugar de lo que nosotros pensamos, sentimos o escuchamos de otras personas. Deberíamos asegurarnos de que nuestras creencias estén en consonancia con la Palabra de Dios, y no sean meramente imaginaciones de un modo de pensar mal guiado y confundido. Alguien podría creer que Dios no le ama y está enojado con él o ella, pero eso no es lo que dice la Palabra de Dios; por tanto, el modo de pensar equivocado debería ser rechazado como falsificación, y lo que Dios dice debería ser aceptado por la fe y sin cuestionarlo. Dios nos ha dado su Palabra para que siempre podamos tener la verdad a nuestra disposición. Es imposible para nosotros vivir una vida de engaño y decepción si hacemos de la Palabra de Dios nuestra fuente de toda verdad y la creemos por encima de todo lo demás.
Puede que pienses: “No hay razón alguna para que Dios me ame”, y tienes toda la razón. Pero Dios sí te ama. Él decide hacerlo, y debido a que Él es Dios, tiene todo el derecho a hacerlo. La Biblia dice que Él planeó amarnos y adoptarnos como sus propios hijos porque fue su voluntad, le agradó, y fue su propósito (Efesios 1:5). Dios nos ama porque quiere hacerlo, y no porque lo merezcamos. Me gustaría sugerir que dejes de leer por unos minutos y repitas en voz alta varias veces: “Dios me ama porque Él quiere, y no porque yo lo merezca”. Cada vez que lo digas, toma un momento y deja que cale en tu conciencia. Ser consciente del amor de Dios es el principio de toda sanidad y restauración; es la fuente de toda justicia, paz y gozo. Deberíamos aprender a ser conscientes de Dios en lugar de ser conscientes del pecado; a enfocarnos en la bondad de Dios en lugar de hacerlo en nuestros fracasos. Enfocarnos en nuestra debilidades solamente les da más fuerza y poder sobre nosotros.