Naranjo Mesa, Jorge Alberto, 1949-2019
Las invenciones de mi alegría: educación, escritura y lectura – entrevistas / Jorge Alberto Naranjo; presentación y compilación Nicolás Naranjo Boza. -- Medellín: Editorial EAFIT, 2019
360 p.; 21 cm. -- (Biblioteca Jorge Alberto Naranjo M.)
ISBN 978-958-720-598-5
1. Ensayo colombiano. 2. Naranjo, Jorge Alberto, 1949–2019 – Entrevistas.3. Educación. 4. Lectura. 5. Escritura. I. Naranjo Boza, Nicolás, comp. II.Tít. III. Serie
C864 cd 23 ed.
N218
Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
Las invenciones de mi alegría
Biblioteca Jorge Alberto Naranjo M.
Primera edición: septiembre de 2019
© Herederos Jorge Alberto Naranjo Mesa
© Del prólogo, Nicolás Naranjo Boza
© De esta edición, Editorial EAFIT
Carrera 49 No. 7 sur - 50
Tel.: 261 95 23, Medellín
http://www.eafit.edu.co/fondoeditorial
Correo electrónico:
ISBN: 978-958-720-598-5
Coordinación editorial: Claudia Ivonne Giraldo
Edición: Juan Felipe Restrepo David
Corrección: Juana Manuela Montoya
Compilación de textos: Nicolás Naranjo Boza
Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes
Fotografías internas: archivos personales de herederos
Imagen de carátula: Miniatura árabe medieval (detalle)
Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158 emitida el 13 de febrero de 2018
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial
Editado en Medellín, Colombia
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
La BIBLIOTECA JORGE ALBERTO NARANJO M. recoge la obra escrita, publicada o inédita, de quien fuera el profesor, el amigo, el hombre que marcó a varias generaciones con su fuerza y su palabra intensa y profunda; un ser humano que era como un dínamo de pasión por la vida, por el conocimiento, por el amor. Un maestro riguroso que no se permitía ni apoyaba la mediocridad o la mentira. Rendimos homenaje con esta Biblioteca a Jorge Alberto, a su risa contagiosa, a su talante y rectitud, a su mirada inolvidable, a su escritura deslumbrante, a su legado y testimonio de una vida cumplida a cabalidad.
Claudia Ivonne Giraldo
Nicolás Naranjo Boza
Para el ingeniero hidráulico y el escritor Jorge Alberto Naranjo Mesa (1949-2019) la mayor fuente de alegría en el mundo y en la vida eran sus propias obras, y hechas a tiempo. Se trata de “la elocuencia de los actos” como decía y luego dejaba un silencio donde se captaba el fuego vital y donde lo más adecuado era llenarlo poniéndose a trabajar… Enfrentaba la tristeza mediante la creación, la cual requiere de hondo estudio, de contemplar, de adentrarse en los asuntos, de fortalecerse, de pasar por encima de sí, de superar problemas y de gozar haciéndolo, de “paladear” sin temerles a los retos. Obtenía alegría de ayudarles a otros quitándoles impedimentos para acceder a universos de alegría, al deleite con el saber. Lo definiremos con la expresión que acudía con frecuencia a sus labios: era “un hombre de conocimiento”. Una persona así constituida nos hace trabajar muy duro para alcanzar lo que deseamos: dominar conocimientos, jugar con lo que sabemos, cambiar lo que no nos gusta, confrontarnos, encauzar flujos vitales para irrigar regiones áridas en muchos órdenes, darnos salud en la vida, avanzar en este camino de la existencia, gozar genuinamente… en fin, entrar al reino de Afrodita. Nunca sin esfuerzo, pues sostenía, por ejemplo, que todo ser deseoso de aprender algo debe pasar por ciertos puntos y nadie puede suplantarlo en eso (el maestro está es para evitarle perder tiempo, pero el trabajo real debe hacerlo quien aprende). Por ende, sus textos debían dejar tareas a realizar por el estudiante. A propósito, como ejemplo de tareas sugeridas, véase la conferencia sobre Leibniz y el pliegue, una de las últimas que ofreció.
Tenía cómo modificar el curso de las cosas a través del saber. Es otra prueba de que aquí, en nuestro medio –al cual amaba y padecía también, al cual estudiaba como historiador y analista– se pueden lograr cosas realmente grandes. Son claros en sus textos su amor y su preocupación por Medellín y por la patria. En cuanto a la capital antioqueña, en ella encontró su lugar para vivir y por ella veló (decía haber nacido en Bogotá “por accidente”). La estudió desde que era un niño y podía recrearse en diversos espacios vitales, arquitectónicos o no, que la constituyeron. Tenía buen conocimiento de muchos sectores y barrios que la conforman. O era palpable su inquietud por los desposeídos y quienes no tienen recursos. ¡Cómo le dolían aspectos de la ciudad y los rumbos extraviados que tomaba a veces! ¡Cómo trató de poner al servicio de otros su saber para que las acciones referentes al Valle de Aburrá fueran las más acertadas!
Era a la vez un maestro, en medio de la academia y como un pilar de la misma sabía cuestionarla y al mismo tiempo proponer otros modos de desarrollar la vida académica; pero no era solo un académico, sino un creador por encima de miras cortas que alcanza muchas veces la universidad. Paciente, pasaba horas dando explicaciones a quienes iban a su hogar para comprender un tema. Hizo parte de asociaciones profesorales (el texto “Pares o nones” es buena muestra de ello). Porque defendía la educación pública, entendía la constante necesidad de llamar la atención a quienes administran dicha educación acerca de los problemas que iban surgiendo o de los enquilosamientos en que se puede estancar dicha educación cuando es mal llevada. Muchos administradores no acaban de comprender que ellos están al servicio de la educación, no al contrario. Visitaba centros educativos formales y no formales donde exponer sus conocimientos de ciencia, de literatura y de filosofía. Le dolía el estado de la educación y quería un mejor país. E hizo algo al respecto. No solo fue maestro, participó en diversos comités y asambleas estudiantiles a lo largo de décadas. Dice su esposa, Marina Barrera: “Hasta antes de jubilarse estuvo pendiente de las necesidades de los estudiantes. Esa fue su lucha toda la vida”.
Hay que decirlo también: tuvo enemigos y algunos de ellos ni siquiera supieron llevar la pelea ideológica con la altura necesaria, sino que recurrieron a la amenaza velada, a la bajeza, al mensaje encubierto para hacer que dejara de poner en práctica su certeza de que la educación es la que nos sacará de los pozos donde hemos caído a pesar de que la violencia parezca ser más fuerte. Pensar, ocuparse de las cosas, enfrentar los demonios –los internos y los externos– con arte, amor y ciencia, ese era su credo. Ni los arbitrarios pudieron frenar su caudal de conocimientos, y se llevó la palma peleando contra los dogmáticos y retrógrados, contra los que no quieren la vida plena para abrirle caminos a ella, la única que vale la pena… Se le identificó como un revolucionario de Los sesenta y los setenta. Pues lo fue, pero no por lo que se cree. Los sesenta y los setenta implicaron unas revoluciones a niveles que hacen sentir que aún están por pasar los años sesenta y setenta. De quien hablamos lo sabía y buscaba abrir nuevos caminos. Hasta se le rechazó por ser barbado. Eso dado que no se comprendía que el hombre barbado no siempre es “un dejado” –la barba del sabio indica que no vale la pena ser excesivamente riguroso en la apariencia personal–. Para quien se ocupa de conocer muchos mundos y de compartirlos hay cosas mucho más relevantes que “aparentar transparencia” con rostros pulidos y corbatas: no dispone de tiempo para acicalarse más allá de lo necesario. Y un rostro barbado puede ser tan bello como un rostro desprovisto de barba... ¿O será que habría que excluir, digamos, a todos los barbados de
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