Título original: BINBO NYUMON por Ryūnosuke Koike
© 2009, Ryūnosuke Koike
Edición original en japonés publicada por Discover 21, Inc., (Tokio, Japón)
Publicado con el acuerdo con Discover 21, Inc.
© 2016, de la traducción: Montse Triviño González
© 2016, de esta edición: por Antonio Vallardi Editore S.u.r.l., Milán
Todos los derechos reservados
Primera edición: enero de 2016
Primera edición en formato digital: enero de 2016
Duomo ediciones es un sello de Antonio Vallardi Editore
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ISBN: 978-84-16634-05-7
CÓDIGO IBIC: DN
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Introducción Mi rica vida de pobre Primera parte
Para empezar, quisiera presentaros la vida «de pobre» que he elegido. Para ser fiel a esa elección, evito en lo posible utilizar dinero –lo tenga o no–, e intento poseer pocas cosas, con el objetivo de poder vivir libre de preocupaciones económicas.
Empecemos por mi casa.
Hasta hace poco tiempo, el lugar en el que vivía y que también utilizaba como «templo» (Tsukuyomiji) era una vivienda construida en la parte posterior del taller de un cristalero, situado junto a la estación de trenes en un barrio residencial cercano a Gotokuji, en Setagaya, Tokio.
Constaba de dos habitaciones de madera bastante viejas, levantadas a mediados de los años cincuenta: una de cuatro tatamis y medio y otra, de tres, que era la que utilizaba habitualmente para dormir. Cuando estaba buscando casa, me conmovió la atmósfera típicamente shōwa de aquel lugar, con los antiguos motivos de madera y de bambú que decoraban las ventanas, y decidí instalarme allí de inmediato.
Ateniéndome a mis principios, no quería gastar nada para arreglar la casa y tampoco tenía intención alguna de depender del dinero: no había bañera y, si bien disponía de retrete, era de un estilo japonés que no se ajustaría a los gustos actuales de la mayoría. La casa estaba orientada al oeste, lo cual significaba que solo veía el sol por la tarde, antes del ocaso. La parte positiva era la existencia de un jardín contiguo, de casi seis tatamis, donde coloqué un bidón metálico que llenaba de agua con una manguera. Hacía las veces de bañera y en verano me bañaba en él. Pagaba un alquiler no demasiado elevado.
Pasemos ahora a mis efectos personales.
Lo que más a menudo sorprende a mis invitados es que la casa está vacía, porque poseo muy pocas cosas. Si tuviera que hacer una lista de las principales, incluiría una mesita baja que cumple el doble cometido de mesa para comer y de escritorio; unos pocos libros sagrados; los artículos necesarios para escribir y un reloj de pared. También cuento con un hornillo de gas para cocinar, una vajilla, unas cuantas ollas y un recipiente para nukazuke que utilizo desde hace casi cinco años para conservar el nukadoko que utilizo en la preparación de las verduras.
Por lo que respecta a prendas de vestir, mi indumentaria monástica consiste en la túnica propiamente dicha y la prenda que se lleva debajo. Tengo dos de cada.
Es muy raro que yo me vista con ropa occidental, pero en las situaciones en las que –por hache o por be– lo considero oportuno, puedo recurrir a un traje que todavía conservo de mi época de estudiante.
Por lo que respecta a electrodomésticos, intento limitarlos al máximo: cuento únicamente con un horno pequeño que utilizo para cocer pan y galletas, y un frigorífico para conservar los alimentos. He intentado vivir sin frigorífico durante seis meses y debo admitir que me ha resultado tremendamente difícil. Aparte de eso, tengo unas cuantas lámparas y un ordenador. Para actualizar mi página web, no puedo prescindir del ordenador, pero siempre pienso que me gustaría deshacerme del móvil… aunque de momento no lo he hecho. (Mientras procedía a la segunda revisión de este libro, he aprovechado la ocasión sin pensármelo dos veces y he dado de baja el contrato telefónico.)
Si no me falla la memoria, esas son mis únicas posesiones que consumen energía eléctrica. Por tanto, mi factura mensual está muy cerca del mínimo del canon fijo que se paga en Japón.
El resto de mis efectos personales se reduce a la bicicleta que uso para mis desplazamientos y… ah, sí, una vieja estufa de petróleo. En verano, el calor no me da muchos problemas, pero dado que soy de complexión delgada, en invierno paso frío. Por eso, durante esa estación debo añadir a mis gastos el coste del queroseno.
Profundizaré en estas cuestiones a lo largo de los próximos capítulos, pero ya puedo adelantar que puesto que la premisa de cada una de mis posesiones es que las utilizaré largo y tendido y con el máximo cuidado, intento comprar objetos que resulten estéticamente agradables y estén fabricados con materiales de primera calidad. Aunque sean algo más caros, no me importa y los compro igualmente. Este es un detalle importante para evitar comportarnos como si fuésemos pobres.
Con los elementos que acabo de enumerar, la lista de las cosas que poseo está prácticamente terminada. Pasemos ahora a la forma en que utilizo mi dinero.
Aparte de la factura de la luz y del gasto del queroseno durante el invierno, el importe mensual del gas se sitúa en algo más del 2,5 % de lo que gasto al mes, dado que para mis dos comidas diarias preparo el arroz en una cazuela de terracota. Luego tengo el gasto de agua corriente, pero no supera los mil yenes mensuales, lo que sería un 1 % de lo que gasto. No tengo bañera ni lavadora, de modo que mi consumo de agua se limita a la que necesito para cocinar.
Dado que no ingiero alimentos ricos en grasa, no sudo mucho, de modo que las vestiduras talares que siempre llevo se ensucian muy poco. Me basta con lavarlas cada tres o cuatro días. En verano, cuando me baño en el bidón metálico del jardín, las froto a conciencia en la tabla de lavar. En invierno, cuando voy al sentō, las lavo en una lavandería automática. El gasto más importante, claro, es el de la comida. De forma un poco egoísta, me doy el lujo de hacer la compra en una tienda de productos naturales: lo que gasto en arroz, verduras, especias y condimentos ecológicos se sitúa en una cuarta parte de lo que gasto mensualmente. Los productos ecológicos cuestan de media casi un veinte por ciento más que los convencionales y, en algunos casos, el precio casi se duplica, pero dado que no como ni carne ni pescado, con esa suma me alimento de una forma más que satisfactoria.
Aparte de todo lo que ya he enumerado, mis gastos se limitan al transporte, al ocio y a la vida social. Con ese propósito y desde que me he distanciado de las formas actuales de «entretenimiento educativo», mis «salidas» no van más allá de un paseo por el parque o de una visita a alguna cafetería. Si estoy trabajando en algún manuscrito, por ejemplo, o me encuentro con algún amigo, me concedo el lujo de ir a una cafetería o al parque, o tal vez a algún