Alejandra Crail - Resiliencia para pandemials: Crianza y acompañamiento en tiempos de Covid

Ninguna inversión es más redituable que aquella que se hace en la infancia. Lo ha dicho UNICEF en diversos informes: cada peso invertido en un niño o una niña tiene una tasa de retorno de más de 200% a largo plazo. Ninguna obra pública tiene este nivel de alcance, de beneficios.

Sin embargo, según advirtió la misma institución, los recursos económicos para proteger a la infancia en México —­y en gran parte de los países del mundo—­ no aumentan, incluso se notan ligeras disminuciones que alejan cada vez más la posibilidad de que niñas y niños accedan a sus derechos más básicos: educación, salud y una vida libre de violencia.

La pandemia de covid-19 puso el dedo sobre la llaga; hizo que asociaciones civiles y activistas se unieran para alzar la voz y señalar la urgencia de un mayor presupuesto, de que se creen nuevas políticas públicas, de que escuchemos las necesidades de niñas y niños. La pandemia es una enorme ola que no ha terminado de caer y ya los especialistas prevén que la infancia será el sector más afectado a largo plazo, lo que arreciará la pobreza y desigualdad que ya la caracterizaban.

Ricardo Bucio Mújica, uno de los mayores defensores de la infancia en México, explica que hay varias problemáticas que ya existían pero que se han incrementado con la pandemia; la primera —­y una de las más preocupantes dado el aislamiento obligatorio—­ fue la violencia dentro de los hogares, reflejada en el aumento en los ingresos a unidades hospitalarias de emergencia. Esto, asimismo, coadyuvó a que se presentaran problemas de salud mental, como estrés, ansiedad y depresión que, sin una intervención temprana, pueden dejar secuelas para el resto de la vida. En suma, repercuten en toda la sociedad, pues esta absorbe los problemas sociales que pueden derivarse e invierte grandes recursos en la atención a sus secuelas.

Otro eje que quizá como adultos no relacionamos directamente con las niñas y los niños es la pobreza. Según detalla Bucio Mújica, al verse reducido el ingreso de las personas adultas trabajadoras, tanto formales como informales, con los cierres de negocios, los despidos y las reducciones de las jornadas laborales a cambio de un salario menor, las niñas y los niños, en consecuencia, incrementaron sus niveles de pobreza.

De acuerdo con los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), poco más de 40% de la población en México vive en una situación de pobreza moderada o extrema, pero el panorama se amplía si miramos más de cerca dentro de ese porcentaje y nos concentramos en niñas, niños y adolescentes de cero a 17 años: según los análisis del Coneval, 49.5% de ellos son pobres, y de estos, los más afectados son los más pequeños, aquellos que viven la llamada primera infancia, que va de los cero a los cinco años de edad, pues la mitad de los infantes de este sector vive en pobreza.

Con esa mirada microscópica es posible medir no solo la pobreza por ingresos y satisfactores, sino cómo esto se reparte dentro de un grupo familiar, no proporcionalmente por número de integrantes, sino en lo referente a sus necesidades. Es posible responder ciertas preguntas, por ejemplo, cuánto acceso a alimentos tiene una persona de determinada edad, a servicios de salud, a seguridad social o si vive en hacinamiento, todo para poder determinar qué carencias sociales tiene cada persona. Tristemente, los resultados muestran que son las niñas y los niños los que más carencias presentan en relación con la población adulta.

Bucio Mújica explica la importancia de esta medición que se ha replicado en otros países del mundo y que puede mostrar los contrastes que se viven en una misma casa. Descubrimos, así, la desventaja en la que se encuentran los más pequeños de las familias por acciones que pudieran pasar desapercibidas, como cuando los padres que tienen seguridad social o servicios de salud se olvidan de inscribir a sus hijos. Una disminución en el ingreso y en el empleo de los adultos tiene una repercusión directa en los índices de pobreza de las niñas y los niños bajo su cuidado.

Por ejemplo, una familia compuesta por dos padres y tres hijos se ve en la necesidad de dejar su hogar e irse a vivir a casa de los abuelos a causa de la pandemia. La casa nueva, en la que habitan en conjunto, tiene tres habitaciones: los abuelos ocupan una, los padres otra y los tres hijos tienen que compartir la habitación restante. Esto sería un indicador de hacinamiento para los niños, aún más que para los adultos.

La Encuesta de Seguimiento de los Efectos del covid-19 en el Bienestar de los Hogares Mexicanos (Encovid-19) durante el primer semestre de 2020 encontró a 4.6 millones de personas que habitan en hogares en los que hay niñas, niños y adolescentes, las cuales reportaron estar desempleadas porque fueron descansadas sin goce de sueldo o no podían salir a buscar trabajo. Son estos hogares con presencia de niñas y niños los más afectados en la pérdida de empleo o fuentes de ingreso.

“En México se calcula que estas disminuciones de ingreso y de empleo, que son las que te permiten los demás satisfactores, van a incidir mayoritariamente en niñas y en niños, y se espera que la pobreza en el sector de cero a 17 años se eleve hasta un 59%”, afirma el especialista. Esto quiere decir que seis de cada 10 niños en México vivirán en pobreza después de la pandemia, o sea, un total de 24 millones de niñas, niños y adolescentes.

En este mismo rubro, la situación actual vulnera aún más la vida de niños que no cuentan con cuidados familiares, infantes miembros de población callejera, indígenas, niñas y niños con alguna discapacidad, migrantes, aquellos que habitan en centros de privación de la libertad o instituciones de cuidado, como hogares de acogida o centros de salud mental, además de todos aquellos a los que la pobreza impide tener acceso a una alimentación adecuada y a internet o medios de comunicación —­la principal fuente instaurada en la pandemia para tener acceso al derecho humano básico de la educación—­.

La educación es, de hecho, el tercer aspecto que se debilitó con la llegada del covid. Una de las primeras acciones que los gobiernos del mundo decretaron como medida de mitigación de la pandemia fue la suspensión de clases presenciales. Entre prueba y error se apostó por virtualizar la educación de manera improvisada y aparentemente temporal.

Fue un cúmulo de confusión. Padres y madres tuvieron que acomodar sus horarios laborales, aún presenciales, para apoyar a sus hijos con la escuela desde casa y después coexisitir en un mismo espacio 24/7, tratando de organizar su vida. Los profesores reinventaron de forma obligada y con poca asesoría las maneras de dar clases.

Al menos en México, esta medida significó que 30 millones de niñas, niños y adolescentes dejaran las aulas para ir a estudiar a sus casas con sus propios recursos, sorteando por cuenta propia y sin ningún apoyo obstáculos que las autoridades no contemplaron en esta implementación, como que solo dos de cada 10 hogares pobres tienen acceso a internet en el país y que, en general, sin importar el nivel socioeconómico, hay un 30% de la población que no tiene acceso a él. Aunque no se reconozca abiertamente, la educación se volvió elitista e inequitativa, se visibilizaron las carencias, que para muchos significó la imposibilidad de continuar sus estudios porque no tenían una computadora en casa, internet o lo más básico, luz.

Rocío Guzmán, una veterana y experimentada profesora de preescolar que lleva más de tres décadas impartiendo clases en colegios privados, se enfrentó a una forma de enseñanza nunca antes pensada. En una entrevista en la que hablamos sobre los retos con los que lidiaban maestras y maestros de escuelas públicas y privadas en México, confesó que se sentía en desventaja respecto a profesores más jóvenes y, en suma, le era terriblemente difícil dar una clase a pequeñitos menores de cinco años a través de una pantalla.