Manual sobre el gluten y la celiaquía
Dr. Luis Miguel Benito de Benito
Manual
sobre el gluten
y la celiaquía
© Luis Miguel Benito de Benito, 2019.
© de las ilustraciones: Francisco Javier Guarga Aragón, 2019.
© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2019.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: noviembre de 2019.
ref.: ODBO643
isbn: 978-84-9187-538-3
depósito legal: b.22.027-2019
Coordinadora de la colección: Laura González Bosquet.
preimpresión • dâctilos
Impreso en España • Printed in Spain
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CONTENIDO
Prólogo
La historia de la medicina nos enseña cómo esta ha ido evolucionando con el paso de los años. Al leer textos de nuestros antepasados sobre las enfermedades nos sorprende su enfoque, y sonreímos pensando en su ingenuidad, en la explicación, en ocasiones mística o esotérica, que hacían de los procesos patológicos. Y todavía nos asombramos más con los remedios que proponían. Algunas veces, aquellos tratamientos eran verdaderas atrocidades desde el punto de vista actual, pero, cuando no se conoce otra manera de hacer las cosas, uno se somete a lo que los sabios dicen que es lo mejor. Seamos benévolos a la hora de juzgarlos, porque también nosotros seremos juzgados por las siguientes generaciones cuando se descubran otros remedios para enfermedades que, por ejemplo, hoy tratamos «salvajemente» con quimioterapia.
Poder enjuiciar el proceder más o menos correcto de los médicos con sus pacientes requiere, entre otras cosas, situarse en el contexto histórico, saber qué grado de conocimiento se tenía entonces, con qué medios se contaba... Esto es lo que ha dado lugar al concepto latino lex artis ad hoc, que debe regir las actuaciones médicas y que significa algo así como «hacer la cosas según el estado actual del conocimiento que se tiene de ello». Y hoy en día no hay nada más efímero que la ciencia médica, que a cada instante está cambiando su manera de hacer las cosas.
Hace poco, hablando con mis compañeros de la universidad con ocasión de las bodas de plata de nuestra promoción, uno de ellos reparaba en que el libro de farmacología humana que estudiamos no incluía ni uno solo de los modernos anticuerpos monoclonales, que pasan del centenar y que hoy son esenciales para el manejo de enfermedades reumatológicas, autoinmunes o tumorales. Son el pilar básico de la inmunoterapia, ¡y hace veinticinco años no existían! No hace falta saber de medicina para percibir el vértigo de la evolución tecnológica, pero los avances de la medicina se suceden al ritmo de la propia tecnología. Años atrás (no tantos), las ediciones de grandes tratados médicos tenían una vigencia de cinco o diez años. Hoy, en ese periodo de tiempo todo ha cambiado radicalmente. Apenas acaba de publicarse un avance cuando ya ha quedado obsoleto, superado. Por tanto, resulta arriesgado pronunciarse por escrito en un tema tan cambiante como efímero, ya que lo que se deja impreso caduca pronto y queda sometido al juicio de los que vienen después.
Sin embargo, mientras que el médico y el científico se muestran cautos o recelosos con el vertiginoso desarrollo de la ciencia —si se detienen a escribir, se les escapa el tren de la investigación—, el destinatario de esa ciencia, el paciente, demanda una atención, unos cuidados, unas directrices...
Quiero hacer un comentario acerca de la evolución de los pacientes, porque, al igual que la ciencia cambia, también lo ha hecho —y mucho— el perfil del paciente, el demandante de soluciones a sus problemas de salud. De la misma manera que podemos echar un vistazo a la historia de la medicina mirando las vitrinas de los médicos de hace cien años y descubriendo artilugios de tortura de lo más siniestro, también podemos hacer un recorrido por los tipos de pacientes que había antes y por los que llenan ahora los centros de salud y los hospitales: el panorama no tiene nada que ver. Aparte de la universalización de los accesos a los servicios médicos —al menos en España—, también podemos coincidir en pensar que los pacientes de antes tenían enfermedades «de verdad», aunque no se supiera lo que eran, a diferencia de muchos de los pacientes de ahora, que tienen un gran número de afecciones psicosomáticas. En gran medida, los pacientes de ahora no acudirían a los médicos de antes porque no serían atendidos, y no solo porque hubiese menos recursos económicos, sino porque también había una mayor resignación por parte de los pacientes, que entendían que una contrariedad de la vida no era una depresión que debía ser tratada. Quizá para dar explicación a esto se inventó el término de resiliencia.
Así pasamos por el siglo xx y nos instauramos en el xxi, con una ciencia que avanza exponencialmente y que se enfrenta a pacientes con enfermedades que antes no existían, o no existían en la proporción que ahora se presentan. ¿Y cómo se traduce esta combinación de información médica por doquier y el aumento de frustración en la práctica clínica diaria? Los pacientes que acuden a la consulta con alguna queja desean que el médico les diga qué les pasa, cuál es el origen de sus molestias y cuál considera que es el mejor remedio. Pero muchas veces acuden ya con un dosier de documentación extraída de «doctor Google», de foros o de chats de pacientes, algo que a la mayoría de mis colegas les exaspera, a causa del tiempo que deberán emplear en deshacer mitos y leyendas que circulan por la red. Muchas personas navegan por internet, y algunas naufragan, porque internet es el principal generador de hipocondríacos.
Si hay algo que los occidentales del siglo xxi toleran especialmente mal es la incertidumbre. Les han vendido que la ciencia está tan avanzada que eso de que haya cosas que no pueden saberse les resulta increíble. «Con la inteligencia artificial tocando a las puertas de todas las disciplinas, ¿cómo es posible que nadie sepa lo que a mí me pasa?», se preguntan.
Voy a centrarme en el motivo de consulta posiblemente más frecuente con el que nos encontramos los médicos del aparato digestivo: «Doctor, como y me hincho». Y recalcan: «Se me pone la tripa así de hinchada por las tardes». Los pacientes que yo veo por este motivo ya han visitado a numerosos médicos; aportan pruebas, analíticas, radiología, TAC, endoscopias, biopsias, pruebas de aliento..., que ya les han realizado; han seguido numerosos tratamientos médicos con resultados dispares; han seguido las dietas más variadas y diversas, amplias o restrictivas, caprichosas o guiadas según los resultados que emanan de numerosas pruebas que supuestamente analizan las intolerancias alimentarias… Solo analizando las pruebas que aportan ya se invierten más de veinte minutos, y en los tiempos que corren eso es una eternidad en la consulta de un médico. Atender los requerimientos de este tipo de pacientes al médico no le sale rentable, y por eso suelen ser víctimas de dietas veleidosas o de terapias alternativas. Un error que deriva en otro. Muchos pacientes de estas características refieren que perciben en la cara del médico una mueca de hastío apenas comienzan a explicarle sus males. Incluso alguno me ha explicado que tuvo que sujetar la muñeca al médico porque, sin haber pasado medio minuto en la consulta, ya estaba escribiendo una petición (una analítica, una ecografía o una prueba de aliento), cualquier cosa con el fin de quitárselo de encima cuanto antes.