Mamá... No me quieras tanto
Carmen Muñoz Delgado
Mamá... No me quieras tanto
Carmen Muñoz Delgado
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A mis hijos Beatriz y Rodrigo
Carmen, en su primera obra hermanada a su experiencia, nos traslada a un devenir aparentemente incierto, cuyo desarrollo lleno de sufrimiento nos puede sumir en la confusión.
De una manera sucinta, a modo de cuentos hilados en las " Mil y una noches", relata la intimidad de un encuentro terapéutico con la madre. Son viajes sentidos en lo profundo de un malestar, sediento de afecto, sin fondo, anaclítico, sin posibilidad de salida. Son recuerdos dormidos, de un destino sin pasado reconocido y sin senderos, ni caminos hacia un futuro cierto.
Es un silencio hablado en lo terapéutico, donde la neurosis universal del sufrimiento primero (separación de la madre), felizmente se desliza en el lecho de un reencuentro, que es bálsamo y esperanza: la terapia.
Andrés de Miguel Lillo
―Médico Psiquiatra―
Índice
Mamá... No me quieras tanto
Prólogo
La naturaleza provee a las madres de mecanismos esenciales que intervienen en la relación afectuosa de una madre y un hijo. La oxitocina es un neurotransmisor conocido como la "molécula del amor". En las mujeres, se libera en grandes cantidades, tras la distensión del cérvix uterino en la vagina y durante el parto y como respuesta a la estimulación del pezón por la succión del bebé; se facilitan así el parto y la lactancia. Se afirma también que ésta hormona potencia el instinto maternal de las mujeres y las hace extremadamente sensibles a la hora de dar respuesta a sus bebés y protegerles de todo lo que pueda suponer una amenaza. Tal vez es esta, una de las razones por las que la relación entre una madre y un hijo es especial... casi mágica.
Por otra parte, el hombre es sin duda el animal que más capacidad de adaptación tiene de todos los seres vivos. Pero, incluso para nosotros, el mundo que hemos creado, evoluciona a una velocidad de vértigo. En los últimos doscientos años el hombre ha cambiado la tierra más que en los 40.000 años que llevamos habitándola. ¿Es posible pensar que los mecanismos que nos sirvieron para sobrevivir y adaptarnos hace tiempo, evolucionen a la misma velocidad a la que lo hace nuestra sociedad? Yo creo que no; ni siquiera una máquina tan perfecta, como es nuestro cerebro, puede afinar los mecanismos, con los que nos provee la naturaleza, al compás de ese ritmo tan vertiginoso de cambios.
Algunos científicos opinan que el ser humano es poseedor de tres cerebros superpuestos. El cerebro humano estaría así formado, por varias zonas diferentes que han ido evolucionando en distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados, crecía una nueva zona, la naturaleza no desechaba las antiguas, sino que las retenía; y acoplaba la sección más reciente encima de las anteriores.
El orden de evolución del cerebro del hombre, se creó partiendo de un mecanismo igual de simple que preciso: el cerebro reptiliano (llamado así por ser una estructura que compartimos con los reptiles). Este cerebro es el encargado de coordinar la actividad vital, la respiración y los latidos del corazón, que sirve como ejemplo de la actividad que tiene lugar en el subconsciente y que nos mantiene vivos.
Posteriormente, apareció el cerebro emocional (sistema límbico). Su función principal es controlar la vida emotiva, que incluye los sentimientos, la regulación endocrina, el dolor y el placer. Es considerado como el cerebro afectivo, el que energiza la conducta para el logro de las metas-motivación. Los desequilibrios producidos en este sistema conducen a estados agresivos, depresiones severas y pérdida de la memoria, entre otras disfuncionalidades; es también el que controla nuestros sentimientos y nuestras emociones, dos funciones de extrema importancia, ya que de ellas dependen en gran medida nuestras respuestas al entorno y por ende nuestras conductas.
Por último la evolución nos trajo la "corteza cerebral"; un invento reciente con el que la naturaleza nos dotó del pensamiento racional. Esta capa, controla los procesos de alto nivel, la creatividad, el pensamiento abstracto, el lenguaje y la integración de la información sensorial.
Es muy importante que las personas entrenemos y eduquemos los tres cerebros a lo largo de nuestra vida. En la sociedad, existe una conciencia cada vez más extendida, sobre la importancia del ejercicio físico para nuestra salud. Los centros de enseñanza se hicieron eco de esta evidencia y hoy día la educación física, es una realidad en todas las escuelas. Podemos decir por tanto, que ayudamos a nuestro cerebro reptiliano desde que somos pequeños (aunque general y paradójicamente lo descuidamos en nuestra edad adulta).
Por otra parte, el sistema educativo se basa exclusivamente en el entrenamiento de nuestro neocortex. Desde pequeños, en la escuela, nos hacen pensar, memorizar y repetir largos textos cual loros; entrenamos nuestro pensamiento lógico como si fuera el único que importara; como si fuera el único que garantizara nuestro éxito y adaptación en la vida adulta.
Pero hoy día sabemos que esto no es así; y lo peor es que los responsables de diseñar los programas educativos no se han dado cuenta todavía. Un neocortex entrenado o un cerebro intelectual (CI) elevado, no garantiza la consecución de los objetivos programados para el futuro. Las experiencias demuestran que niños con capacidades cognitivas excelentes no consiguen prosperar. El caso más significativo es el de los niños superdotados, donde la máxima expresión de la eficiencia lógica, tiene grandes dificultades para encontrar su camino hacia la felicidad y el éxito. Pero no son los únicos; los trastornos emocionales hoy día han dejado de ser problemas exclusivos de los adultos y vemos como los índices de niños y jóvenes con problemas de ansiedad o depresión son ya sobrecogedores. Esta evidencia, lleva a pensar que tal vez nos estemos olvidando de algo fundamental en el desarrollo de nuestros niños.
Decía, que entrenamos nuestro cerebro reptiliano y nuestro cerebro lógico, de forma insistente, como alma mater de nuestra supervivencia; pero... ¿Qué ocurre con el cerebro emocional? ¿Quién nos enseña a manejar nuestros sentimientos o a reconocer emociones, ya sean las nuestras o las de los otros? ¿Quién nos ayuda a comprender, qué es la tristeza o la alegría? ¿Quién nos enseña a gestionar nuestro estado de ánimo?
Autores como Greenspan (1989), Salovey (1990) ó Daniel Goleman (1965) nos descubren la relevancia y efectos de la educación emocional en las personas. Las emociones condicionan al cien por cien nuestras conductas, comportamientos y respuestas a nuestro entorno. Son el motor de nuestras motivaciones, es lo que nos hace actuar con pasión o con desgana, son capaces de desencadenar conductas agresivas o afectuosas. Las emociones son las responsables de que el hombre haya sobrevivido a lo largo de la historia y se haya adaptado, desde épocas ancestrales, a los peligros de su entorno, antes de convertirnos en el depredador implacable que somos ahora. Si tuviera que ubicar el alma, sin duda lo haría en nuestro sistema límbico (cerebro emocional), ese gran olvidado del sistema educativo.
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