SOBRE LA AUTORA
L a doctora en Psicología Susan David, ha sido galardonada por la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Es cofundadora y codirectora del Instituto de Coaching del Hospital de McLean y dirige la empresa Evidence Based Psychology, una pequeña y exclusiva consultora de negocios.
Su libro, que ha sido superventas del Wall Street Journal, se basa en la idea de la «Agilidad Emocional», concepto que fue considerado como «Idea de gestión del año» por la Harvard Business Review y ha sido destacado por numerosas publicaciones como el New York Times, el Washintong Post o la revista Time.
Susan David ofrece conferencias y asesoramiento en numerosas organizaciones de alto nivel como la ONU o el Foro Mundial Económico.
Para más información: susandavid.com
Los nombres y las características identificativas de las personas a las que se hace referencia se han modificado, y en algunos casos se han semielaborado, con el fin de proteger su privacidad.
Ni el editor ni el autor tienen el compromiso de prestar asesoramiento o servicios profesionales al lector. Las ideas, los procedimientos y las sugerencias contenidas en este volumen no tienen la intención de sustituir la consulta con el médico. Todos los asuntos relacionados con la salud del lector requieren supervisión médica. Ni el autor ni el editor serán responsables de cualquier pérdida o perjuicio que supuestamente derive de cualquier información o sugerencia presente en este libro.
Título original: EMOTIONAL AGILITY: GET UNSTUCK, EMBRACE CHANGE, AND THRIVE IN WORK AND LIFE
Traducido del inglés por Francesc Prims Terradas
Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.
Maquetación y diseño de interior: Natalia Arnedo
© de la edición original
2016, Susan David
Publicado con autorización de Avery, un sello de Penguin Publishing Group,
filial de Penguin Random House LLC.
© de la presente edición
EDITORIAL SIRIO, S.A.
C/ Rosa de los Vientos, 64
Pol. Ind. El Viso
29006-Málaga
España
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I.S.B.N.: 978-84-18000
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Capítulo 1
DE LA RIGIDEZ A LA AGILIDAD
H ace años, a principios del siglo XX , un prestigioso capitán estaba de pie en el puente de mando de un acorazado británico, mirando cómo el sol se ponía en el horizonte. Según se cuenta, el capitán estaba a punto de irse a cenar cuando un vigía anunció de repente:
–¡Luz, señor! Justo delante, a dos millas.
El capitán se volvió hacia el timonel.
–¿Está fija o en movimiento? –preguntó. Los radares aún no existían.
–Fija, capitán.
–Entonces, haga señales a ese barco –ordenó el capitán, bruscamente– Dígales: «Están en rumbo de colisión. Modifiquen el rumbo veinte grados».
La respuesta, desde la fuente de la luz, llegó momentos después:
–Es aconsejable que ustedes modifiquen su rumbo veinte grados.
El capitán se sintió insultado. ¡No solo habían desafiado su autoridad sino que, además, lo había presenciado un marinero novel!
–Mande otro mensaje –gruñó–: somos el buque de Su Majestad Defiant , un acorazado de treinta y cinco mil toneladas de peso. Modifiquen el rumbo veinte grados.
–Fantástico, señor –fue la respuesta–. Soy el grumete O’Reilly. Modifiquen su rumbo inmediatamente.
Furioso, rojo de ira, el capitán gritó:
–¡Somos el buque insignia del almirante Sir William Atkinson-Willes! ¡C ambien su rumbo veinte grados !
Se produjo un momento de silencio antes de que el grumete O’Reilly respondiera:
–Somos un faro, señor.
* * *
A medida que transcurren nuestras vidas, los seres humanos contamos con pocas maneras de saber qué rumbo tomar o qué nos aguarda. No tenemos faros que nos mantengan alejados de las relaciones tormentosas. No tenemos vigías en la proa o un radar en la torre que nos alerten de las amenazas sumergidas que podrían hundir nuestros planes profesionales. En lugar de ello, disponemos de nuestras emociones –sensaciones como el miedo, la ansiedad, la alegría y la euforia–, un sistema neuroquímico que evolucionó para ayudarnos a navegar por las complejas corrientes de la vida.
Las emociones, desde la ira que nos ciega hasta el amor que nos hace tener los ojos bien abiertos, son las respuestas físicas inmediatas que da el cuerpo a señales importantes procedentes del mundo exterior. Cuando nuestros sentidos recogen información (señales de peligro, indicios de interés romántico, signos de que estamos siendo aceptados o excluidos por nuestros semejantes), nos adaptamos físicamente a estos mensajes que nos llegan. Nuestros corazones laten más deprisa o más despacio, nuestros músculos se contraen o se relajan, nuestro enfoque mental no se aparta de cierta amenaza o bien se calma entre la calidez de una compañía de confianza.
Estas respuestas físicas, corporales, mantienen nuestro estado interno y nuestro comportamiento externo en sintonía con la situación del momento y pueden ayudarnos no solamente a sobrevivir, sino también a prosperar. Al igual que el faro del grumete O’Reilly, nuestro sistema de orientación natural, que se desarrolló a través de ensayos y errores evolutivos a lo largo de millones de años, es mucho más útil cuando no tratamos de combatirlo.
Pero no siempre es fácil lograrlo, porque nuestras emociones no son siempre de fiar. En algunas situaciones, nos ayudan a ver más allá de los fingimientos y las poses; funcionan como una especie de radar interno que nos da una lectura más exacta y perspicaz de lo que realmente está ocurriendo en una situación dada. ¿Quién no ha experimentado esas sensaciones viscerales que nos advierten que «este tipo está mintiendo» o «algo está inquietando a mi amiga a pesar de que dice que está bien»? Sin embargo, en otras situaciones, las emociones desentierran viejos asuntos y distorsionan nuestra percepción de lo que está sucediendo al hacernos entrar en contacto con dolorosas experiencias del pasado. Estas potentes sensaciones pueden imponerse completamente; pueden nublar nuestro juicio y conducirnos directamente contra las rocas. En estos casos, tal vez perdamos los estribos y, por ejemplo, tiremos una bebida en la cara del hombre mentiroso.
Por supuesto, la mayoría de los adultos raramente cedemos el control a nuestras emociones hasta el punto de tener comportamientos públicos inapropiados que tardan años en olvidarse. Lo más probable es que actuemos de una forma menos teatral pero más insidiosa. Muchas personas, la mayor parte del tiempo, operan en un piloto automático emocional; reaccionan a las situaciones sin verdadera conciencia o incluso sin ejercer su voluntad. Otros individuos son muy conscientes de que gastan demasiada energía tratando de contener o reprimir sus emociones; en el mejor de los casos, las tratan como niños indisciplinados y, en el peor, como amenazas a su bienestar. Y también están los sujetos que sienten que sus emociones les impiden alcanzar el tipo de vida que desean –esto ocurre especialmente con las que encontramos problemáticas, como la ira, la vergüenza y la ansiedad–. Con el tiempo, nuestras respuestas a las señales del mundo real pueden volverse cada vez más débiles y antinaturales, lo cual nos lleva a perder el rumbo en lugar de conducirnos a proteger lo que más nos interesa.