Este, mi segundo libro, intenta preguntar y reflexionar sobre nuevos aspectos de la vida del adolescente. Temas que fueron surgiendo como interrogantes en los diversos encuentros con padres, docentes y jóvenes.
En este libro me he ubicado del lado del adolescente, de su mirada, de lo que nos devuelve. Al igual que Decir que no, no es un manual de autoayuda, aunque comparte cierta intención. No es un libro científico aunque se basa en hechos y fenómenos de las ciencias médicas. No es un libro para profesionales pero puede ser útil para ellos. Es un libro para el público en general. Su objetivo es ayudar a entender y, mejor, acompañar a los adolescentes, cuya lógica y estilos de vida nos desorientan. Y como es un libro singular, es decir, desde mi particular mirada y opinión, es por lo tanto discutible.
Quiero agradecer a mis queridos pacientes, a sus familias y a las escuelas donde tuve el placer de trabajar, haberme permitido el privilegio de compartir su intimidad y este tramo de la vida.
Capítulo 0. ¿Cómo son los adolescentes de hoy?
ADOLESCERE: del latín. Crecer.
¿Cuántos son?
Según el informe de Unicef de junio, 2017, en Argentina hay más de 5 millones y medio de adolescentes de entre 10 y 18 años.
¿Cómo son?
La adolescencia, “la segunda década de la vida” según la OMS, suele dividirse en temprana, media y tardía. No es lo mismo un adolescente de 11 años (adolescencia temprana) que uno de 18 (adolescencia tardía). De hecho un adolescente o joven de 18 años considera a un congénere de 13 años prácticamente de otra generación. Gustos, música, lenguaje y códigos totalmente diferentes.
“Los jóvenes –dice nuestro maestro– son concupiscentes de carácter y les encanta hacer siempre lo que desean. Son muy seguidores de las pasiones venéreas. Son variables y se hartan con facilidad, son fuertemente concupiscentes, pero sus deseos son agudos, no prolongados, pues se les pasa la pasión de prisa, como la sed y el hambre de los enfermos. Son apasionados, de cólera pronta, y se dejan llevar con facilidad por los impulsos. Se dejan llevar por la ira, no soportan ser tenidos en poca consideración y se irritan sobremanera si se consideran víctimas de la injusticia. Les gusta el honor, la victoria, el sobresalir. En cambio, no son codiciosos, porque nunca han pasado necesidad. No son malvados de carácter sino más bien cándidos, porque les falta la experiencia, el no haber visto muchas maldades. Son confiados por no haber sido engañados muchas veces. Y son bien esperanzados, como los borrachos, porque a ellos también los caldea, si no el vino, sí su propia naturaleza. Y viven por la mayor parte llenos de esperanza, porque la esperanza es lo propio del futuro, como el recuerdo es lo propio del pasado, y resulta que los jóvenes tienen ante sí un largo futuro y tras de sí un muy breve pasado. Son fáciles de engañar porque esperan con facilidad, y son sobremanera valerosos porque están llenos de esperanza. Son vergonzosos, pues todavía no conciben otros bienes sino los de su convencional educación.Son magnánimos porque la vida todavía no los ha humillado suficientemente y porque por eso mismo están aún llenos de esperanza. Se lanzan a hacer el bien con más facilidad que a llevar a cabo lo que les conviene, pues viven más de acuerdo con su carácter que con su reflexiva razón, ya que prefieren la virtud de lo bueno al cálculo de lo conveniente. Son más amigos de sus amigos y compañeros de sus compañeros que los que tienen edad más avanzada, porque les complace y hasta embelesa la convivencia y nunca piensan en la utilidad ni, por tanto, tampoco, cuando escogen a los amigos. Se pasan en todo, todo lo hacen exageradamente, lo suyo es por doquier la demasía, pecan por exceso, aman con exceso, odian por exceso, no tienen término medio. Se creen que lo saben todo y hacen siempre afirmaciones contundentes, de lo que deriva su conducta exorbitante y descomedida. Son compasivos por creer que todos los demás son buenos y aún mejores que ellos mismos, dado que miden al prójimo con la carencia de maldad que a ellos mismos les es propia. Les encanta la risa y la chanza, pues la chanza no es sino la insolencia educada” (Aristóteles. La Retórica).
Como vemos, poco han cambiado. Solo que ahora sabemos que esto es así por el efecto de las hormonas y la maduración neurológica.
Las hormonas aumentan: ocho veces el estrógeno (hormona femenina) y dieciocho veces la testosterona (hormona masculina). Esto se debe a cambios en el cerebro. El cerebro deja de inhibir a las hormonas y estas se disparan. Pero no solo el área del control hormonal se modifica (hipotálamo). Sabemos por los estudios de neurociencias que el cerebro continúa madurando hasta los 25 años. Esta maduración significa que van aumentando las conexiones entre las neuronas, la sustancia gris. Algunas conexiones que no se usan, se podan, determinadas por las experiencias y los estímulos. Se produce así un proceso de arborización y poda.
Pero no todo el cerebro madura igual. La zona prefrontal, que controla los impulsos y la capacidad de planificar y organizarse, demora más. La zona del placer también tarda en lograr su correcta regulación. Este sustrato neurológico explicaría las conductas de los adolescentes desde Aristóteles hasta este siglo.
Por ello algunas cosas no cambian.
Me pregunto qué pasará en las próximas generaciones con los estímulos de la tecnología: circuitos nuevos que se abren y otros, como las lecturas prolongadas sin atractivo visual que quizás se “poden”.
Volveremos sobre este aspecto neurobiológico de la conducta al hablar de las sustancias que ingieren los adolescentes. Su etapa evolutiva determina la dificultad en regular los consumos y cómo estos pueden afectar su cerebro en formación.
Los adolescentes, como colectivo, son un grupo heterógeneo. En primer lugar, esto se debe a la inequidad presente en Argentina. Esto se refleja en el lugar donde viven, la alimentación a su alcance, la educación y las oportunidades que se les brindan.
Reconozco que este libro comenta, describe y discute la situación de los adolescentes urbanos, que asisten a la escuela o universidad, con alimentación suficiente y oportunidades económicas. Es decir que nos referimos a la mitad de los adolescentes, la mitad no pobre (Unicef informa que uno de cada dos adolescentes de 13 y 17 años es pobre).
Hay dos preguntas que me inquietan en especial: qué rol tienen los adolescentes en nuestra cultura, qué nos aportan y qué rol cumplimos los adultos en el desarrollo de nuestros adolescentes.
La primera es de alguna manera sorprendente, ya que los medios de comunicación y la sociedad en general, a través de sus distintas manifestaciones, nos transmiten que los adolescentes son una molestia, algo así como un mal necesario, ese colectivo de la “edad del pavo” que hay que soportar, sobrevivir y esperar a que maduren para volver a tener un vínculo “civilizado”.
Pero qué pasa si invertimos la ecuación y vemos que los adolescentes nos muestran nuestras faltas, nos increpan con su bronca, nos abofetean con sus ideales y sueños, nos fascinan con su creatividad.