¡Bienvenido a tu nueva vida!
Si tienes este libro entre tus manos, probablemente sea porque te has cansado de probar dietas, consejos, recomendaciones y hasta alguna que otra idea peregrina para perder peso, ponerte en forma y llevar una vida saludable. Seguramente, muchas veces te ha faltado la motivación y hayas llegado a pensar que no vas a ser capaz de conseguirlo. Déjame decirte dos cosas:
La primera, ¡quiero darte la bienvenida! La lucha por tener una relación sana con la comida e incorporar el deporte a tu vida de una vez por todas no es una batalla que libras en soledad. Son muchas las personas que comparten este deseo. Precisamente porque yo fui una de ellas he escrito este libro.
La segunda, tú puedes hacerlo igual que lo hice yo, que también estuve desmotivada y creí que nunca lo conseguiría. Te digo más, no es que puedas, es que ¡acabas de dar el primer paso para conseguirlo!
Yo era una niña delgada, comía todo lo que mi madre cocinaba, jugaba con mis amigos, hacía deporte por divertirme y, de vez en cuando, asaltaba el kiosco y disfrutaba de una tarde de chucherías sin pensar en ningún momento ni en las calorías ni en cómo iba a afectar eso a mi peso.
Las cosas cambiaron sobre los dieciocho años. Es curioso, pero recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que pensé que tal vez debía perder peso. Un verano, al llegar a mi pueblo y reencontrarnos con todos los amigos después de muchos meses, uno de ellos me dijo (sin maldad ninguna): «Isa, ¡te has puesto de buen año!».
Días después, el grupo de amigas fuimos a casa de una de las chicas a probarnos la ropa que solíamos intercambiarnos y, al sacar sus vaqueros, fui la única que no pudo ponérselos. «Ah, es que llevas una 33 y yo una 29», me dijo. Os juro que, hasta aquel día, jamás había pensado si la talla de mi ropa era grande o pequeña y, mucho menos, si era mayor o menor que la de las otras chicas. Sin embargo, algo cambió en mí aquel verano, porque al volver a casa decidí empezar una dieta. Y ese fue el comienzo de los muchos años de restricciones y preocupaciones vinculadas a la alimentación que vinieron después.
Hice todas las dietas habidas y por haber: la del melocotón y la pechuga de pollo, la de la sopa mágica, la disociada, la de nada de proteínas o la de todas las proteínas del mundo... y alguna que otra que llevaba el nombre de un médico o de una clínica famosa. Con unas perdí poco peso, con otras bastante, pero el camino era siempre el mismo y el resultado final también.
El camino: alimentos prohibidos, combinaciones imposibles, cantidades minúsculas, hambre, tristeza, agobio... El resultado final: perdiera el peso que perdiera, en cuanto dejaba la dieta comenzaba a recuperarlo de nuevo hasta volver a estar como al principio o aún peor, con el consiguiente desánimo, frustración y pérdida de fuerza y autoestima que me minaban las ganas de volver a intentarlo. Tiempo después, algún día me veía realmente mal y decidía volver a empezar con la dieta y, así, caía una y otra vez en la famosa espiral que, estoy segura, te está resultando muy familiar...
¿Por qué ocurría esto? Pues porque el concepto era equivocado. Hacía una dieta en la que seguía una serie de reglas temporales para conseguir mi objetivo, a sabiendas de que, una vez alcanzado, las abandonaría porque ni podía ni quería mantener de por vida aquellas imposiciones que no me permitían llevar una vida normal, disfrutar de una comida familiar, salir con los amigos o acudir a una fiesta de cumpleaños sin pensar en si habría algo que pudiera comer...
Por otro lado, el campo de la nutrición siempre me interesó. Aunque no cursé estudios reglados, leía todo lo que podía al respecto: informes, libros, nuevas investigaciones... Y hasta hice algún curso por el mero afán de aprender sobre el tema. Cierto día, cambié el chip y me dije: «¿Por qué no te dejas de dietas de moda y te aplicas lo que has aprendido a lo largo de todos estos años?». La verdad es que tuve que hacer un trabajo de fe importante, porque cada dieta que había seguido había grabado en mí algún miedo. Arrastraba la prohibición de algunos alimentos, de ciertas formas de cocinarlos, combinaciones vetadas y horas a partir de las cuales no podía ingerir nada.
Ahora, quiero pedirte que pares un momento y respondas: ¿cuántos de esos miedos arrastras tú? Si has hecho más de una dieta, seguro que acierto alguno: la patata engorda mucho; evita la zanahoria cocida, que tiene el IG muy alto; el plátano y las uvas están prohibidos; el pan, ni tocarlo, sobre todo el blanco; no comas nada al menos dos horas antes de acostarte; por la noche, nada de hidratos ni de fruta; ¡ah! y ni se te ocurra comer fruta de postre. Yo las he llevado todas a rajatabla y ¿sabes qué? Lo único que conseguí fue que la alimentación, más que un placer maravilloso del que disfrutar y una fantástica fuente de energía, se convirtiera en una gran preocupación.
A día de hoy tengo muy buena salud y un peso adecuado que apenas varía desde hace mucho tiempo. Salgo a comer con los amigos, me reúno con la familia, voy a fiestas, bodas y eventos, y como siempre lo que hay. Pero, lo más importante, lo hago disfrutando, sin ningún tipo de cargo de conciencia porque ni siquiera me preocupa saber el menú, ya que puedo comer de todo.
Y esto es gracias a un cambio de concepto: aprender a comer bien para poder llevar una vida sana y feliz para siempre. Suena bien, ¿verdad? Pues es posible. Solo tienes que proponerte dejar aquí y ahora todas esas creencias absurdas que te han limitado durante tanto tiempo y, créeme, desde hoy, nada volverá a ser igual.
El antes y el después
Como bien es cierto que una imagen vale más que mil palabras..., esta era yo antes y esta soy yo ahora.
Lo primero que se aprecia es que he perdido peso. Sí, como resultado de dejar todas esas creencias absurdas y restricciones en la alimentación y comenzar a cuidarme de una forma tranquila y consciente, fui bajando de peso. El deporte me ayudó a hacerlo correctamente, de modo que, además de perder grasa, fui ganando masa muscular y mi cuerpo se fue moldeando poco a poco. Porque no se trata de conseguir un cuerpo delgado, sino uno saludable, fuerte y que te permita ser feliz.
Y es que el cambio va mucho más allá del peso... Fíjate en las fotos. He seleccionado estas para ilustrarlo, pero en mis redes sociales encontrarás muchas más. Si observas bien, dicen lo mismo: sin darme casi cuenta fui cambiando de forma de vestir, de actitud... Fui ganando tranquilidad primero, seguridad en segundo lugar y, finalmente, mucha fuerza. Si hasta mi sonrisa y el brillo de mis ojos ahora ¡dicen otra cosa! ¿Lo ves?
Pues todo eso no lo da el pesar X kilos más o menos, lo da el haberlo hecho como yo lo he hecho y como voy a hacer que tú lo consigas conmigo.
¿Estás listo? ¡Hoy empieza tu nueva vida!
Voy a contarte tus nuevos « ya no »:
Ya no vas a contar calorías: ¡la comida es mucho más que eso! Lo que importa son los nutrientes, lo que nos alimenta. Si bien es cierto que debemos gastar más calorías de las que consumimos, no es necesario contarlas, lo harás de forma natural.
Ya no vas a pesar comidas: las cantidades que comas las vas a decidir tú porque aprenderás a hacerlo de una forma sensata.
Ya no vas a preguntarte si «puedo o no puedo comer esto»: porque la respuesta es sí. Siempre puedes.