Primera Edición: f 2016
La tribu del Tenis
555 Casos y decisiones para comprender mejor el tenis
Editado y producido por:
Punto Rojo Libros, S.L.
Cuesta del Rosario, 8
Sevilla 41004
España
Derechos reservados © 2016, respecto a la primera edición en español, por:
© Víctor Gasó Vidal
© Punto Rojo Libros, S.L.
ISBN: 978-16-35035-49-0
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Víctor Gasó Vidal
La tribu del Tenis
555 Casos Y Decisiones para Comprender Mejor el Tenis
A las personas que me hacen la vida fácil y feliz,
sobre todo a Elena y a la pequeña Claudia.
Introducción
La niebla era tan densa que apenas veían más allá del capó del coche. Aquella mañana fría de invierno se dirigían al club de tenis. Su padre siempre le acompañaba.
Era un domingo de eliminatoria por equipos. Tenía doce años y era una de sus primeras confrontaciones inter clubs. Pero, además, otro factor iba a hacer que este enfrentamiento fuese especial.
Se tenían que inaugurar las nuevas pistas e iba a ser el equipo infantil quien tuviese ese honor. Para los que tomaron aquella decisión era algo sin importancia pero para él una enorme responsabilidad. “ ¿Y si las estrenaban con una derrota? Seguro que dejarían una mancha negra en la historia del club”, pensaba para sí aquel chico.
Jugar por equipos era muy divertido. Le encantaba jugar a dobles y sentirse rodeado de sus amigos. Su grado de compromiso en estas pruebas era muy alto. Ya le hubiese gustado motivarse de esa manera cuando jugaba solo por su cuenta.
Aquel día, nada más entrar en el club de tenis se fue directamente al frontón. Sabía que calentar allí le subía la autoestima porque “contra la pared no se suele fallar” .
Al momento llegó el equipo rival. Nada más entrar en la pista el efecto balsámico del frontón había desaparecido. Ni siquiera se quitó el chándal. El río, justo abajo, hacía que las pistas fuesen tremendamente húmedas, aunque los temblores que sentía no estaban provocados por el frío.
En el sorteo le tocó sacar. Los dos primeros puntos fueron sendas doble faltas. Cero treinta. Sus manos sudaban. La cosa no pintaba bien.
No obstante, mostrar debilidad y miedo era algo impropio de los chicos de aquella época. Los sentimientos y las emociones debían quedar para uno mismo. Por eso él hacía como que la cosa no iba consigo y miraba hacia cualquier lado con tal de distraerse, a ver si así se le pasaba aquella angustia.
Sin apenas darse cuenta se puso tres cero en contra. Para colmo, su voz interior no paraba de decirle que iba a hacer el ridículo delante de su propia gente.
El capitán bajó a la pista al finalizar el primer set. Aquello funcionó ya que, aunque a duras penas, logró llevarse el segundo.
El tercero empezó muy igualado. La congoja y solemnidad inicial parecían haber desaparecido. Y entonces, en el tres iguales ocurrió. Aquella bola no entró y sin embargo provocó un enorme cataclismo en su interior.
Detengámonos por un instante en nuestra historia.
El chico y sus compañeros tenistas pasaban largas tardes entrenando. Subían al club al salir del colegio. Hacían unas tandas de cubos y terminaban jugando sets. Una sesión de físico por semana. A veces dos. Siempre la misma rutina. Lo pasaban bien y no exigía mucho esfuerzo. No obstante, creían que eso era entrenar y que así lo hacían también los jugadores que ya eran profesionales.
Regresemos. De pequeños les decían que el séptimo juego era siempre el más importante. Debía ser una de esas leyendas urbanas de club de tenis porque con el tiempo se aprende que cada juego tiene su valor. Precisamente, aquel día de inauguraciones, el séptimo juego del último set se convirtió en un sainete.
La eliminatoria estaba empatada a dos y su partido significaba la gloria de formar parte de la historia del club o la más absoluta vergüenza.
Una y otra vez su rival y él mismo desperdiciaban ocasiones para anotarse aquel juego. Otra vez deuce . Hasta que un golpe del rival se fue fuera. ¡Por fin! Aquel juego ya era suyo. Pero, el capitán del equipo rival se levantó como un loco gritando: “¡No, no, la bola no ha botado!”. Nuestro protagonista se preguntaba qué demonios decía aquel hombre. Es verdad que él había parado la bola antes de que botase pero, ¿quién podía poner en duda que aquella bola se iba fuera y que él había ganado el punto y, en definitiva, el juego?
Tras una larga discusión, los capitanes decidieron que el punto era para su rival. “El punto es suyo y deja de discutir que no tienes razón. No has dejado que la bola botase fuera. La has parado antes de que lo hiciese. Pero no pasa nada. Céntrate de nuevo, es solo un punto” , le decía su capitán intentando que reaccionase. “Ahora estás jugando bien. Sigue igual. Olvida ese punto”.
Pero él ya no pudo olvidar. Traicionado por su capitán, su resistencia a aceptar aquella decisión acabó con cualquier posibilidad de victoria. Desde la grada, toda la gente que se había amontonado para ver ese último partido seguía animándole, pero su indignación era tan grande que hasta taponaba sus oídos.
Y así fue. Ya no era él. Su ego mandó los dos siguientes restos directamente contra la valla. Perdió ese juego y los siguientes hasta el definitivo seis tres.
Sin dar la mano a su rival, salió de allí como un toro antes de que le piquen por primera vez, sin que ni una de las palabras de ánimo y palmadas en la espalda calmasen su irritación.
Nunca antes habían hablado sobre reglas. Nunca antes les habían enseñado a gestionar sus emociones. Solo les habían educado para golpear a la bola pero no para competir. Hasta ese día competir era lo mismo que entrenar pero con otros jugadores enfrente. En los entrenamientos nadie había perdido nunca el punto por detener una bola que se marchaba claramente fuera.
Sin embargo, lo que sucedió aquel día de niebla fue trascendental en mi vida porque el protagonista de la historia que acabo de contar soy yo mismo.
Esto fue hace ya muchos años. Pero sin duda es una de las razones que me ha llevado a escribir este libro.
Por circunstancias de la vida, hoy soy árbitro de tenis y sé que muchos niños sufren las mismas carencias que yo cuando era pequeño.
Nos educan para golpear de derecha y de revés, un poco de saque y volea. Sin embargo para competir hace falta mucho más, entre otras cosas, manejar nuestras emociones, ser consciente de que te enfrentas a otra persona y que el respeto debe estar por encima de todo. Aquel día yo falté el respeto a todos, a mi equipo, a mi capitán, a la gente que vino a verme, a mi rival y, sobretodo, a mi padre, quien hacía cualquier cosa por acompañarme.
Hoy sé que la ingenuidad que nos caracteriza de niños hace muy difícil que aprendamos las reglas y los valores que llevan consigo, a menos que alguien nos ayude.
Con el tiempo llegué a las siguientes conclusiones:
- Aquella ignorancia me perjudicó, frustró y supuso el inicio de un alejamiento temporal del tenis. Estoy seguro que de haber conocido las reglas y haber tenido más destrezas emocionales el desenlace de aquel partido y lo que me ocurrió después hubiera sido completamente distinto.
- Que reglas y valores van de la mano. Que al desconocer las reglas, carecía de responsabilidad sobre mis actos, de crítica constructiva, de paciencia, de respeto, de humildad y, sobretodo, de autodominio.
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