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Margarita Posada Jaramillo - Las muertes chiquitas

Aquí puedes leer online Margarita Posada Jaramillo - Las muertes chiquitas texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: Planeta Colombia, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Margarita Posada Jaramillo Las muertes chiquitas

Las muertes chiquitas: resumen, descripción y anotación

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En 2006, después de un viaje a Europa, la escritora Margarita Posada se encontró postrada de repente en una cama de la que no quería salir. Lo que en principio parecía una suerte de mal momento pasajero, poco a poco se convirtió en una realidad con la que ha tenido que convivir desde entonces. La depresión es uno de los trastornos más comunes del siglo XXI y aqueja a millones de personas. En esta valiente y brutal confesión, Posada ha sido capaz de mirar de frente al monstruo y de hundirse de lleno en su pasado para analizar la compleja relación de esta enfermedad con las adicciones y analizar dinámicas turbulentas con familiares, amantes y amigos que también se entrelazan con esta fatal enfermedad. Sin filtros ni imposturas, este bello y humano relato nos sumerge en la vida de una mujer capaz de entender que el arte libera y que escribir es una manera de poner en práctica eso que, el gran escritor norteamericano Tom Spanbauer aconsejaba a la hora de crear: ¿Qué es lo que más te duele?

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Margarita Posada J.

Las muertes chiquitas - image 1

Las muertes chiquitas

Las muertes chiquitas - image 2

© Margarita Posada J.

© Editorial Planeta Colombiana. S.A., 2019
Calle 73 n.° 7-60

Fotografías: xxx

Diseño y diagramación: Editorial Planeta Colombiana S.A.

ISBN: 978-958-42-8070-1

ISBN: 958-42-8069-4

Primera edición: septiembre de 2019

Impreso en:

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

A mi mamá y a Poly, y con ellas
a todas las mujeres que dan vida y la
sostienen con su amor incondicional

Bien sé que es poco lo que cuento
y que, no obstante, es mucho,
y que es incómodo
morirse a cada instante, y que a este paso,
si no pongo remedio,
dejarán de llamarme los amigos.

Ayer me di a la sombra, perdonadme.

Fernando Aramburu

“But hail thou Goddess, sage and holy,
Hail divinest Melancholy,
Whose saintly visage is too bright
To hit the sense of human sight”.
Il penseroso,

John Milton

Supón que estamos en invierno y tenemos que sobrellevar el mal tiempo. Somos osos prestos a hibernar. Todos deberíamos tener una buena capa de grasa que proteja el cuerpo del frío y una buena dosis de sueño para echarnos a retozar, pero a mí me falta esa capa de grasa y fuera de eso no tengo sueño. Soy ese oso que en invierno se queda bailando sobre la nieve, moviendo los brazos como alas, tirado en el piso helado, con frenesí. No creo en hibernar, no creo en el invierno. Creo que el peor ya pasó y que gasté toda la producción de grasa que podía dar mi cuerpo para combatir ese frío horrible que hoy trato de ignorar con aspavientos. Me da frío el frío, le temo al temor. Mi reacción a cualquier aflicción es no sentir, así me esté quemando la piel con la nieve ardiente. Franqueé ese primer invierno al que sobreviví de niña, cuando poco o nada podía hacer para cambiar el curso de las cosas, pero ahora llego siempre tarde al invierno y salgo tarde, tardísimo, de él. Soy ese oso regordete que se dispone a hibernar cuando ya casi va a llegar la primavera y no quiere dejar de dormir y dormir. Por donde lo veas, no estoy preparada para algo tan común como el invierno. No es el invierno. Soy yo.

PRÓLOGO

La depresión es la nueva gripa, me dijo F cuando le mostré que estaba escribiendo esto. La frase me puso a reflexionar sobre la palabra depresión y la manera en que la dejamos caer sobre todas las cosas. Es deprimente, está deprimido, qué depresión, todas acepciones de alguna emoción pasajera y pandita que no nos parece agradable.

A lo mejor este es el único propósito de mis palabras: que quienes no conocen ese lugar dejen de pensar que la depresión es como una gripa, porque muchos han muerto de esta pulmonía en el corazón gracias a la idea equivocada y ligera que se tiene de ella. De hecho es una enfermedad tan pero tan extraña que ni siquiera con lo avanzada que está la medicina podemos entender a ciencia cierta cómo es que operan esas sustancias que están involucradas en la sinapsis que hace una neurona con la otra, ni por qué carajos esa coreografía que cumplen naturalmente se altera, ni mucho menos por qué, al alterarse, nuestro ánimo se viene abajo… o si es nuestro ánimo el que se viene abajo y luego la coreografía química se altera.

Tiendo a creer que es ahí donde radica todo el misterio del alma humana, y no en el corazón, órgano con el que usualmente relacionamos todo aquello que tenga que ver con el estado del alma. Ese principio vital, ese arraigo a respirar, ese coraje que en latín llamaban animus, es el lugar en donde está localizada la gripa de la que habla mi amigo. Y compadecerse de uno mismo por ello es necesario de vez en cuando, sobre todo en un mundo en el que tenemos que estar avergonzados de cualquier enfermedad mental o aligerarla como si fuera una cosa de nada. Porque, si antes no se hablaba de depresión, ahora se confunde con cualquier pequeña derrota o tristeza menor y quienquiera que vaya al psiquiatra puede acabar medicado sin necesidad.

No quisiera asumir una posición de superioridad ni de ninguna manera arrogante, pero hay gente que no tiene cómo comprender la idea de la depresión y su desarraigo a la vida. Bienaventurados ellos, porque cuando digo que no tienen con qué no es porque crea que son más o menos brutos. A lo mejor algo muy orgánico e instintivo se interpone entre ellos y la idea de la depresión. Será algo así como un anticuerpo para rechazar la muerte, una enzima, simple etamina... Lo cierto es que resulta increíble que viajemos al espacio, que internet lo solucione todo, que entendamos la mitocondria, que un átomo se pueda dividir dentro de un túnel de kilómetros que acelera las partículas (aquí dejo espacio para que usted piense en los adelantos más relevantes en la historia de la humanidad), y no sepamos aún de manera concreta cómo funcionan nuestras neuronas y qué demonios sucede en la sinapsis de un cerebro como el mío. ¡Ya quisiera yo estar del lado de los que no entienden, de los que de manera genuina le dicen a uno “ánimo, que la vida es muy linda”, o cosas por ese estilo a las que yo reacciono con una ira bíblica que en el fondo no es más que envidia! ¡Qué no daría yo por ser de los que confunden este estado crítico con una tristeza! Alguna vez le dije a uno de estos especímenes privilegiados eso que intentaré expresar a lo largo de estas páginas: cuando estás triste algo te hace falta, cuando estás deprimido no te hace falta nada.

Solo te hace falta el ánimo y todos gritan “¡Ánimo!”. Esa palabra detestable que algunos repiten con toda la buena voluntad del mundo cuando uno está deprimido. A veces comparo la depresión con la diabetes de mi sobrino y es como si todos le gritaran “¡Azúcar!” en plan Celia Cruz cada vez que su glucómetro marca bajas en su sangre. Después de mi primera depresión entendí, por fin, la manera resignada con la que mi sobrino asume la vida desde que supo, a los ocho años, que tiene esa enfermedad incurable que va acabando con sus órganos vitales a cuenta gotas y que en sus manos solo queda intentar comer sano y ponerse la insulina para no acelerar el proceso, como sucede con quienes padecemos de depresión y no nos queda otro remedio que tomarnos algunos medicamentos y tratar, no ya de comer, sino de pensar sano, aunque sepamos que en el fondo siempre está latente la posibilidad de una recaída o una crisis. Sin embargo, nadie le pide a mi sobrino que no tenga diabetes, como nadie le da una palmadita a una persona enferma de cáncer animándolo a que no tenga cáncer. En ninguno de los dos casos tienen que esconder el hecho de que toman insulina o reciben quimioterapia y van al médico a hacerse un control mensual.

Muchos de nosotros, en cambio, escondemos el hecho de estar medicados como si fuera pecado y no paramos de recibir palmaditas en la espalda acompañadas de un “no estés triste” o un “ánimo” que realmente son poco alentadores cuando está comprobado que hay todo un mundo de enzimas y sustancias que no están funcionando bien dentro de nuestros cuerpos. Los médicos piensan que una droga acertada y a tiempo es la respuesta a todos los interrogantes de esta extraña enfermedad. Yo he sido retirada del abismo y puesta a salvo en el barranco por la medicación, sin duda. Pero hay algo que la medicación no puede resolver y que está fuera de toda química y de todo razonamiento. Cuando un futbolista tiene una lesión de rodilla, por ejemplo, le dan un antinflamatorio para que la pierna se deshinche. El futbolista podría seguir tomando antinflamatorios cada vez que la rodilla le molesta, pero al final lo que repara su rodilla es la terapia, no la pastilla. Nos recupera la terapia, no el medicamento.

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