Tabla de contenido
I. Reflexión preliminar
II. Lo oral y lo escrito: lenguajes emparentados pero diferentes
III. Nociones indispensables de estructura
IV. La oración es el meollo de la buena redacción
V. Oración, proposición y el uso del punto
VI. La oración simple I : el sujeto
VII. La oración simple II : el predicado
VIII. Oraciones compuestas i : coordinación (el encabalgamiento y el uso del punto)
IX. Oraciones compuestas ii : subordinación
X. Usos de la coma 1: las comas obligatorias
XI. Usos de la coma 2: las comas discrecionales
XII. El punto y coma y los dos puntos
XIII. Los demás signos de puntuación
XIV. Comillas y letra cursiva
XV. El uso de mayúsculas y minúsculas
XVI. Uso y abuso del gerundio
XVII. La v oz pasiva
Apéndice 1 : Las partes de la oración
Apéndice 2 : El internet, la telefonía celular y la lengua castellana
Apéndice 3 : Diez mandamientos de la buena redacción
Dedico este libro con orgullo y agradecimiento
a mis dos hijas, Yliana Victoria y Leonora Celia.
También lo dedico a Itziar Alejandre Cearsolo,
la más brillante luz de La Realidad…
A GRADECIMIENTOS
Este libro se debe, en gran medida, a las múltiples, minuciosas y amorosas lecturas que Berenice Aguirre Celis y mi hija Yliana Cohen le dedicaron. Sus observaciones y sugerencias me fueron tan iluminadoras como indispensables. También agradezco profundamente los atinados comentarios de mi esposa, Josefina Estrada, y de mi gran amiga Mayán Santibáñez. Las agudas observaciones de Yael Weiss y Ana Luisa Calvillo durante las primeras etapas de la escritura de este texto me sirvieron, asimismo, de gran aliento e inspiración.
Este manual ofrece las herramientas necesarias, esenciales , para que cualquiera pueda redactar con decoro, corrección y seguridad. En sentido estricto, no es un manual de estilo ni mucho menos un libro de gramática. Tampoco pretende remediar problemas de ortografía, pues e stos deben analizarse aparte, con otra clase de manual. En estas páginas, en cambio, el lector sí descubrirá cómo funciona el lenguaje escrito, en qué consiste, cuáles son sus partes, cómo se relacionan entre sí, cómo organizarlas y de qué manera emplear la puntuación para que los signos ayuden al lector a comprender lo que uno, como redactor, desea trasmitir por escrito.
En otras palabras, este manual da por sentado que el re dactor es un ser pensante, que le gusta pensar y que — ahora — desea organizar sus pensamientos y ponerlos por escrito sobre el papel o en documentos electrónicos. Para esto, antes de prender la computadora o — si está chapado a la antigua — empuñar la pluma, s o lo tiene a su alcance dos conjuntos de instrumentos: palabras y signos de puntuación. ¡No hay más! Y son lo único que se necesita para redactar desde una carta o un informe hasta una tesis doctoral o un libro de en sayos.
Los principios que veremos a lo largo de estas páginas también se aplican a la ficción narrativa y la poesía, pero estos géneros poseen, además, muchas otras reglas y convenciones que en esta Guía esencial… no se estudiarán. Para decirlo de otra manera, las reglas generales de la redacción se aplican a toda clase de escritura, pero los géneros creativos tienen, encima, otras consideraciones técnicas que rebasan lo que aquí nos proponemos: aprender a escribir bien cualquier documento formal destinado al dominio académico, comercial, político, periodístico, intelectual o —incluso— personal, en la forma de cartas, memorias, biografía o autobiografía. Si usted desea ejercer sus dotes de novelista, cuentista, poeta , dramaturgo o guionista, este libro le ayudará indudablemente, pero requerirá —además— otros materiales de estudio y maestros especializados.
La Guía esencial para aprender a redactar no perderá el tiempo en nimiedades ni en largas disquisiciones teóricas que para nada ayudan a esclarecer nuestra tarea inmediata: descubrir los mecanismos del lenguaje escrito para dominarlos y usarlos cotidianamente en la escritura. Si bien es cierto que el libro de texto Redacción sin dolor , compañero de esta Guía esencial… , presenta estos mismos conceptos, en aquellas páginas se desarrollan con mucho mayor amplitud, tomando en cuenta que su lector es alumno dentro de un contexto académico o de un taller práctico, o cuando menos que se trata de una persona con el tiempo suficiente para ir desarrollando por sí sola los conocimientos y habilidades que allí se exponen con gran detalle y muchísimos ejemplos. Y para eso también tiene aquel libro un cuaderno de ejercicios prácticos.
La Guía esencial para aprender a redactar , pues, toma de Redacción sin dolor sus lecciones fundamentales, esenciales , y las organiza de modo sencillo y directo para que el lector pueda aplicarlas de manera inmediata en lo que necesita escribir. Pued e afirmarse que la Guía esencial… es una versión quintaesenciada de Redacción sin dolor . Uno puede estudiarla independientemente para atacar con urgencia problemas de redacción, o como complemento y refuerzo de su hermano mayor. Ambos buscan el mismo fin: dotar al ciudadano actual de las herramientas que necesita para expresarse por escrito con claridad, expresividad y precisión.
No hay tiempo que perder.
Antes de entrar en materia, me parece pertinente hacer una aclaración que merece todo un capítulo: el lenguaje escrito es muy diferente del lenguaje oral. Si bien es cierto que en ambos podemos usar las mismas palabras y las mismas estructuras gramaticales, es allí donde termina el parecido.
El lenguaje oral es espontáneo; el escrito, producto de la reflexión y el análisis. El lenguaje oral recoge y aprovecha cuanta palabra se nos ocurre en el momento, trátese de voces universales o reconocidas s o lo en el pueblo, ciudad o país de uno. A veces, al hablar con nuestros conocidos cercanos, usamos ciertas palabras que únicamente comprenden los de nuestro grupo social, profesional, religioso o étnico. Algunas de estas palabras, provenientes de jergas diversas, han entrado en el léxico universal, pero otras muchas s o lo son comprendidas por los grupos específicos que las generaron. Hay una jerga carcelaria, por ejemplo, y otra estudiantil; existen jergas que nada más usan los abogados o los políticos cuando departen en las cantinas, y las hay que se usan precisamente para confundir a los que no pertenecen al grupo; e stas pueden llamarse, con toda justicia, jerigonzas .
Cuando hablamos con nuestros familiares, amigos, conocidos, colegas, profesores, alumnos, novios, esposos o amantes, sabemos quiénes son y cuál es su contexto social. Sabemos intuitivamente qué palabras usar y de qué manera para que nos entiendan. Y si nos falla esta habilidad —como sucede con personas que sufren cierta clase de autismo— se producen situaciones bochornosas. Además, cuando hablamos, disponemos de todo un arsenal de herramientas de las cuales el redactor carece: el tono y el volumen de la voz, la rapidez o lentitud con la cual se habla —y los cambios de velocidad para aumentar el efecto de nuestras palabras—, el lenguaje corporal, contacto visual, gestos y ademanes, el acento… El que escribe —ya se ha visto— s o lo tiene palabras y signos de puntuación.
Además, el redactor no conoce necesariamente a quienes van a leer su escrito. No sabe cuáles han sido sus experiencias vitales. No puede verlos, y lo más importante: no va a estar allí cuando sus lectores tomen el libro, el periódico, la revista o el informe donde aparecerán sus palabras. ¡No podrá explicar nada si sus lectores no lo entienden! Si en la página escrita se da este desencuentro, lo más seguro es que el lector deje de mortificarse: pasará a otro texto o actividad más agradable, y no habremos comunicado nuestras ideas. Habremos fracasado.
El escritor se encuentra en franca desventaja ante quien se comunica oralmente, pero posee un arma secreta: las palabras escritas permanecen, mientras que las pronunciadas en voz alta se las lleva el viento. Y si uno, como escritor, aprende a dominar las palabras, su significado y su función —junto con los signos de puntuación—, también puede aprender a usarlas para crear cualquier atmósfera, evocar cualquier situación, narrar cualquier episodio con lujo de detalles, explicar cualquier idea, por compleja que sea, con estructuras claras y sencillas, comprensibles p ara cualquier lector medianamente alfabetizado.
Página siguiente