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Prólogo
¿No se puede comparar?... pues entonces tampoco se puede comprender
El espíritu de la frontera invita a revolotear en torno a un tema antes de profundizar en él. Es un hábito de riesgo que favorece la creación de nuevo conocimiento pero que, por otro lado, invita más a abrir paréntesis que a cerrarlos. Por ello el pensador intruso navega a ratos a la deriva, pero su norte es más una esperanza de gozo intelectual que una garantía de arribada a puerto. No es mala estrategia. Las mariposas también dan la impresión de perder el tiempo saltando de flor en flor antes de decidirse por una en concreto en la que libar seriamente. Durante una época tuve mala conciencia por picotear aquí y allá en busca de la promesa de felicidad más creíble e inmediata. Cuando jugaba al ajedrez lamentaba descuidar el atletismo (dos actividades en el fondo solitarias), si asistía a clase de violín sentía que era a costa de una clase de inglés y viceversa, cuando acudía a una sala de conciertos creía desperdiciar un tiempo precioso al aire libre y viceversa, si nadaba en el mar azul añoraba la solemnidad de la montaña y viceversa, cuando me atrapaba el texto de un ensayo sentía que les hacía un feo a los poetas, asistir a una clase en la facultad de física me parecía una traición para con los amigos que había dejado conversando en la cafetería... y viceversa. Y todo eso no ocurre por un exceso de duda (que también): no se trata de una inseguridad por lo que uno está haciendo, se trata más bien de una inseguridad por lo que uno está dejando de hacer.
El talante y el talento interdisciplinario, es curioso, no suelen cuestionarse a posteriori, a la vista de los resultados obtenidos, sino a priori, ante la colección de prejuicios asignados de entrada al pensador intruso: superficialidad, inconstancia, falta de rigor, ingenuidad... A veces, durante la práctica interdisciplinaria, uno llega a hacer suyos estos mismos reproches, pero pronto cae en la cuenta de que la comparación es una fase previa de toda comprensión y de que las comparaciones se agotan rápidamente tierra adentro, mientras que brotan con mucha frescura en el litoral y en territorio fronterizo. Si no se puede comparar, entonces tampoco se puede comprender. Circulan por ahí muchos refranes y proverbios enfadosamente moralizantes, pero ninguno tan absurdo como el que proclama a los cuatro vientos su odio a (todas) las comparaciones.
En el fondo, toda comprensión procede de alguna clase de diferencia detectada cerca de alguna clase de frontera. Y cuando una nueva comprensión se consagra, entonces las fronteras se redibujan para integrar la innovación en su seno. La adquisición de nuevo conocimiento navega delicadamente entre la dispersión y la concentración de ideas. La observación necesita dispersión (buscar lo diferente entre lo similar), mientras que la comprensión necesita concentración (buscar lo común entre lo diverso). Toda investigación científica fluctúa entre la dispersión y la concentración, entre la observación y la comprensión. Y de la misma manera que se puede sentenciar que no hay sustancias tóxicas sino dosis tóxicas, para navegar sin naufragar entre dispersiones y concentraciones de ideas también hay que afinar con la dosis.
Los aguerridos habitantes de la frontera opinan, con Oscar Wilde, que la mejor manera de vencer una tentación es sucumbir a ella sin remilgos. En la bifurcación del camino decide mejor una oportunidad de felicidad que una promesa de verdad. En efecto, uno nunca puede estar seguro de saber si lo que está pensando es verdad o no lo es, pero nadie puede dudar de haber experimentado un gozo intelectual cuando éste se produce. La interdisciplinariedad es toda una manera de reflexión que maneja sobre todo ideas, quizá sólo ideas y quizá nada más que ideas. (En cambio, cuando lo que atraviesa una frontera es un resultado, una conclusión o una teoría final, entonces el riesgo de fallar el tiro se dispara.) Las ideas no necesitan licencia para sobrevolar fronteras. El fuego cruzado de ideas no requiere disculpa alguna por intrusismo. Una idea (insistamos, que no una conclusión) tiene la máxima libertad de movimiento pero siempre como idea. Cuando el pensamiento se atasca, mirar por encima de la frontera es un recurso; cuando el pensamiento no se atasca, mirar por encima de la frontera es método, talante interdisciplinario. Este ensayo proclama la teoría y práctica de este talante.
La primera parte de este libro es una reflexión sobre las tres propiedades que caracterizan cualquier disciplina del conocimiento: su contenido, su método y su lenguaje. Cualquier medio de transmitir conocimiento evoluciona explorando por esta triple ladera: nuevas complejidades para sus contenidos, nuevas esencias para sus métodos y nuevos acentos para sus lenguajes. Es curioso constatar cómo, además, todos esos medios acaban logrando un lenguaje que les es propio. Así, podemos comprobar la evolución de la manera de escribir, de la manera de hacer cine, de hacer televisión, de dar conferencias o clases, de concebir audiovisuales... Sólo existe un medio de transmisión de conocimiento que, en mi opinión, no ha encontrado del todo aún, a estas alturas, su propio lenguaje: es la museología. Y esta excepción encierra una honda contradicción respecto del pensamiento interdisciplinario. En efecto, todos los medios para transmitir conocimiento utilizan ciertos elementos prioritarios para expresarse: palabras escritas (para periódicos, libros, revistas...), palabras habladas (para conferencias, conversaciones, clases...), imágenes (para la fotografía, el cine, los audiovisuales), sonidos (para la radio...), pero cualquiera que sea su palabra fundamental, los lenguajes tratan, cada vez más, contenidos interdisciplinarios. Ahora bien, un museo quizá sea el único medio cuyas palabras fundamentales son (¡innegociablemente!) elementos de la realidad misma (piezas, experimentos, obras de arte originales e irreemplazables...). Además, nada hay más interdisciplinario que la misma realidad. Desde hace unos años repito con deleite el siguiente aforismo: la interdisciplinariedad es necesaria porque la realidad no tiene ninguna culpa de los planes de estudios que se pactan en escuelas y universidades