Breve historia del vuelo
Los pájaros poblaban la tierra mucho antes de la aparición del hombre. Cuando nuestro planeta era aún el reino de los dinosaurios, los antepasados de las aves actuales, provistos de unas descomunales alas formadas por membranas, podían volar gracias a la notable densidad de la atmósfera. Más tarde, los pájaros evolucionaron, redujeron su tamaño y desarrollaron plumas en las alas; fue entonces cuando el hombre empezó a admirarlos y a envidiarles su capacidad de volar, pero aún tendrían que transcurrir varios millones de años antes de que pudiera materializar su sueño.
Mitología, religiones y creencias populares de todo el mundo nos han transmitido imágenes de ángeles, diablos, dragones alados y tentativas de vuelo humano, como el de Ícaro; sin embargo, hasta el siglo III a. de C. no se abordó el primer estudio detenido sobre la estructura alar de los pájaros y su vuelo, que fue llevado a cabo por Aristóteles. Luego tuvieron que pasar varios siglos más para que estos estudios prosiguieran, de la mano de Tomás de Aquino, Bacon y Alberto Magno. Leonardo da Vinci, entre 1480 y 1506, gracias a sus conocimientos como científico, inventor, pintor, ingeniero y diseñador de máquinas bélicas, analizó el vuelo de los pájaros y proyectó una máquina voladora para ser tripulada por el hombre, un planeador de alas fijas y otro de alas móviles, el paracaídas y la hélice. Ochenta y nueve años más tarde, en Venecia, Venanzio describió en su libro Machinae novae el funcionamiento de un paracaídas y la forma de construirlo, por lo que se le considera su inventor.
En 1670, en Brescia (Italia), el jesuita padre Lana publicó una disertación, con base científica, sobre una máquina voladora en forma de media cáscara de nuez, provista de un mástil con una vela y sostenida por globos de aire caliente. En el siglo XVIII se realizaron varios intentos en este sentido —sobre todo con globos aerostáticos llenos de hidrógeno o aire caliente— en Portugal, Gran Bretaña e Italia. En 1783, los hermanos Montgolfier realizaron, en Francia, ante un nutrido público, un vuelo en globo, de manera que durante todo un siglo este fue el único medio del que los hombres disponían para volar, y se utilizó incluso con fines militares.
En 1877, el milanés Forlanini logró hacer que se elevara un modelo de helicóptero provisto de un motor de vapor; desde entonces, los experimentos se multiplicaron. En 1890, el francés Ader hizo que se levantara unos centímetros del suelo su aeroplano a vapor, si bien el enorme peso del motor y de la estructura del propio aeroplano no permitió ir más allá. En la última década del siglo XIX , el alemán Lilienthal y otros pioneros de diferentes países construyeron numerosos aeroplanos, con resultados desiguales.
Hasta la invención en 1854 del motor de explosión, debida a Barsanti y Matteucci, no se abrió el camino del vuelo con motor. Así, en 1900, Von Zeppelin proyectó un dirigible dotado de un propulsor Daimler de 15 caballos de potencia, con el que pudo volar; y en 1903, los hermanos Wright lograron realizar un breve vuelo de 36 metros y 12 segundos de duración, alcanzando una cota de 8 metros. Esta es la que se considera como la fecha del primer vuelo de un medio más pesado que el aire.
Desde entonces, los éxitos y fracasos logrados por pilotos de todo el mundo no han cesado; se han diseñado, construido y tratado de hacer volar aviones en vuelos más duraderos, a mayor altura y cubriendo distancias cada vez más largas. En 1909, Blèriot atravesó el Canal de la Mancha, despegando de las costas francesas y aterrizando en Gran Bretaña sin ningún problema. Un año después, el peruano Chávez sobrevoló los Alpes, mientras que en 1911 un estadounidense despegó y aterrizó en un crucero, demostrando que era posible embarcar aviones en barcos de guerra para utilizarlos en los conflictos. Ese mismo año, la aeronáutica italiana empleó en la guerra de Libia globos, dirigibles y aviones. En 1915, con el estallido de la primera guerra mundial que implicó a naciones de todo el planeta, la industria aeronáutica tuvo un gran protagonismo en los enfrentamientos bélicos. Así, se construyeron numerosos modelos con tareas distintas: de reconocimiento, de combate, de bombardeo, etc. Estos últimos, junto con los dirigibles, fueron empleados por Alemania para sembrar el terror y la destrucción en Gran Bretaña: los Gotha y los Zeppelin sobrevolaron día y noche la ciudad de Londres, sembrándola de bombas. La época del bombardeo estratégico había comenzado.
En la fotografía, tomada en un museo, se pueden ver, en la parte superior, uno de los famosos aeroplanos del alemán Otto Lilienthal, que pende sobre un bombardero alemán de la primera guerra mundial: el Fokker D VII, pintado con los dibujos característicos de dicho modelo (motor: Mercedes D III; velocidad máxima: 186 km/h; cota: 6.000 metros; armamento: dos ametralladoras). (Fotografía de Marco Mai)