Presentación
Imitar el vuelo de los pájaros
Antes del advenimiento del globo, el hombre se lanzó a locas aventuras tratando de emular a las aves y en las que historia y leyenda se entremezclan, sin más resultado positivo, que los aportes geniales del gran Leonardo da Vinci.
SIMÓN, EL MAGO. Sobre relieve que registra la tentativa de Simón para volar imitando a los pájaros.
LA GRAN AMBICIÓN DE MILENIOS
Durante miles de años, la tercera dimensión, el espacio sobre la superficie terrestre, pareció vedada al hombre. Nacido sin alas, encadenado a la tierra, este extraordinario mamífero, que sabía hacer fuego y caminaba erecto, comprendió, sin embargo, que precisamente esas regiones inalcanzables determinaban su vida: allá arriba en el espacio recorría su ruta el globo ígneo, cuyos rayos entibiaban el aire y hacían brotar la vegetación, allá en aquella región misteriosa habitaba la luna de cambiante forma y resplandecían las estrellas, flotaban las nubes y fulgían los relámpagos. Desde el espacio caían la lluvia, la nieve, el granizo destructor o los vivificantes rayos solares. Parecía evidente que esa gran cúpula azul ocultaba un invisible reino poblado por espíritus, demonios, dioses y otros seres que gobernaban el destino humano. El "cielo" de antaño no es más que esa tercera dimensión aún inexplorada que hoy llamamos "espacio".
LEONARDO. Genio universal que estudió y reprodujo el vuelo de los pájaros
Su conquista material se inició hace poco más de medio siglo, pero durante milenios la imaginación del hombre precedió a los hechos.
ALA DE PÁJARO. Diseño de Leonardo da Vinci. Creó el paracaídas y un tornillo o helicóptero del futuro
En todos los pueblos surgieron mitos y leyendas, encarnaciones del secular deseo de volar. Una de ellas habla del emperador chino Shun, personaje histórico que reinó entre los años 2258 y 2208 antes de Cristo, quien aprendió a "volar como los pájaros". El Ramayana hindú menciona un "carro celestial" ornado de perlas, y el dios germánico Wotan poseía alas de águila, mientras Wieland, otra figura legendaria, escapa de la fortaleza de su enemigo Nydung mediante alas metálicas que construye tras inventar la primera forja.
HOMBRE VOLADOR. Albrecht Berblinger, sastre de Ulm, pereció en el Danubio, al tratar de imitar a los pájaros
Más conocida aún es la leyenda de Ícaro, hijo de Dédalo, el constructor cretense del laberinto del Minotauro. Envidioso al ver que su discípulo Talos le aventaja en habilidad arquitectónica y escultórica, Dédalo le da muerte y decide huir de la isla con su hijo, para lo cual confecciona para ambos alas de plumas unidas con cera. Los primeros experimentos obtienen éxito, padre e hijo levantan el vuelo, y pronto Creta queda atrás: pero Ícaro, cogido por la deliciosa exaltación del vuelo, quiere ascender hasta aproximarse al sol.
El calor funde la cera de sus alas y el infortunado aeronauta cae al mar.
SIMÓN, EL MAGO
El historiador romano Suetonio nos ha dejado un relato protagonizado por otro precursor de la aviación. En tiempos del emperador Nerón vivía en Siria un taumaturgo llamado Simón de Samaria, quien quiso demostrar sus poderes mágicos y probar así, su superioridad ante otro profeta contemporáneo, también de nombre Simón, famoso por haber convertido a un centurión romano a la fe cristiana. En el año 67 de nuestra era, Simón de Samaria, llamado también Simón el Mago, viajó a Roma para intentar una ascensión delante del emperador: se había confeccionado gigantescas alas de tela y afirmaba que en Siria había logrado volar gracias al extraño aparejo. Ante Nerón y su corte, el sirio se lanzó desde las graderías más altas del Coliseo, para caer al centro de la arena con la columna vertebral destrozada. Su fracaso puso fin, por largo tiempo, a experimentos similares.
En la Edad Media la superstición florece y entre los supuestos "magos" voladores figura en primer término Albertus Magnus, el sabio conde de Bollstädt, quien vivió entre los años 1193 y 1280. Se decía que su sapiencia le había dado poderes sobrenaturales, y hubo quien afirmó haberlo visto volar en compañía de la hija del rey de Francia desde París hasta Colonia.
NOSTRADAMUS. En el siglo XVI predijo el advenimiento del transporte aéreo
También, un antiguo libro de reglamentos de la Inquisición, editado en 1487, dedica un capítulo a los supuestos vuelos de brujos y hechiceros aliados con el diablo. Una versión medieval de la leyenda del Dr. Faustus afirma que éste habría vendido su alma al diablo, no a cambio de una piedra filosofal que le permitiera transformar plomo en oro, sino por el secreto que le capacitaría para volar y "explorar todos los confines de la Tierra y de los cielos".
Para la Cristiandad medieval, el cielo es "Dominio de Dios" y cualquier intento de explorar sus espacios representa una herejía que sólo merece la muerte en la hoguera. Será necesaria la aparición de Copérnico, Galileo y Newton para que surja una nueva cosmogonía y nuevos conocimientos acerca del espacio, del sistema solar y de las inmensas distancias interplanetarias.
UN ANUNCIO SORPRENDENTE
En 1638 el Obispo de Chester, John Wilkins, secretario y cofundador de la muy científica Royal Society, publica un libro en que declara que llegará el día en que el hombre podrá volar. No con alas fijas a su cuerpo, sino gracias al sucesor de todos aquellos imaginarios "carros volantes" que pueblan la mitología: un vehículo impulsado por "una fuerza derivada de un aire etéreo similar al fuego". El buen obispo añade: "Tanto mejor será el carro volante como lo es la navegación en un barco, comparada con los esfuerzos de quien nada sostenido sólo por sus movimientos".
Ya antes, en el siglo XVI, Nostradamus había anunciado: "carros que ruidosamente viajarán por los aires y serán esperados por muchas gentes, tal como hoy se espera en los puertos el arribo de las naves". La idea de volar apasiona a un mundo que aún no ha descubierto la manera de hacerlo. En 1628 se publica en Alemania "Del Arte de Volar", un tratado en idioma latino, traducido más tarde al alemán por su autor, Friedrich Hermann Flayder, profesor de la Universidad de Tubingen, Flayder recopila en su obra todos los fracasados intentos de volar que consigna la historia, a partir de la leyenda de Ícaro, y concluye que "mejor que volar sería echar a volar vuestro ingenio y buscar en el saber y en el estudio el reemplazo de tan peligrosas experiencias".
ESTUDIOS PRELIMINARES. Dibujo de los hermanos Montgolfier. Descubrieron que el aire calentado pierde densidad y peso, y adquiere fuerza ascendente.
Las lucubraciones teóricas se suceden, pero todas parten de una premisa equivocada: para volar, el nombre ha de valerse de un aparato construido de alguna substancia más liviana que el aire. El primero en meditar sobre el problema fue, en la ya lejana Edad Media, el monje franciscano Roger Bacon (1214-1294), quien creía que el aire era una sustancia que cubría la superficie terrestre como una gruesa capa, sobre la cual un aparato volante podría deslizarse, "tal como una balsa sobre la superficie del agua". En su tratado "
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