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Introducción
Las velas, como elemento de iluminación con sentido mágico y ritual han vuelto en los últimos años a retomar el protagonismo que tuvieron antaño y que casi se había llegado a perder.
Si en las civilizaciones de la Antigüedad las velas fueron utilizadas para ensalzar y adorar a los dioses, fue la religión cristiana la que las consagró definitivamente para la historia. Ha sido este uno de los escasos ámbitos en el que a través de los siglos las velas no han dejado de representar su función y, sin embargo, desde hace pocos años las velas vuelven a retomar con fuerza el papel de elemento esencial y mágico en la celebración de todo tipo de rituales ligados a las creencias del ser humano.
En este contexto, hoy se venden tantas velas en las puertas de las catedrales como en las tiendas especializadas, y cada vez más el comprador exige un tipo de vela determinado, de un color, forma y tamaño concretos. ¿Cuáles son los motivos?
Las razones son variadas y divergentes.
Hay quienes desean realizar las prácticas religiosas en la intimidad de su hogar y para ello constituyen sus pequeños altares en la propia casa, donde desarrollan sus particulares devociones a distintos santos, vírgenes, apóstoles, etc.
Otros prefieren practicar rituales mágicos, invocar a determinado espíritu para que les ayude o les proteja, para hallar pareja, para tener salud, etc. Estos últimos saben o intuyen que el color de la vela, el día de la semana en el que se realiza el ritual e incluso la disposición de los distintos elementos que forman parte de la ceremonia pueden influir en el resultado del conjuro y ayudarles a alcanzar sus objetivos; a través del presente libro daremos a conocer estas prácticas.
Las velas y la iluminación interior
¿Cuáles son las motivaciones íntimas que llevan a cada persona a utilizar una vela en sus oraciones, plegarias u oráculos?
Evidentemente es imposible establecer las motivaciones íntimas de todas y cada una de las personas y, sin embargo, sí puede decirse que todos y cada uno de nosotros buscamos una respuesta en el más allá. Todo ser humano busca su propia luz, una guía, algo superior en lo que creer, a quien pedir, entonces, ¿por qué no hacerlo a través de una vela utilizando el fuego como elemento purificador?
Mediante el ejemplo de la religión cristiana, se puede demostrar que la luz siempre ha sido el nexo de unión entre el hombre y Dios. En las civilizaciones antiguas lo fue el fuego, el representante simbólico y espiritual, y la energía renovadora de la naturaleza.
Fuego y luz son precisamente los dos elementos que conforman la vela, un instrumento creado por el hombre quien, en su camino hacia la búsqueda del sentido del propio ser, se ayuda de este objeto para forjar su destino.
La persona enciende la vela para que, entre otras cosas, le ilumine el camino de su liberación espiritual, y cada vez más trabaja en esta dirección. Una de las causas podría ser el actual sistema de vida impuesto por el progreso, por el propio avance científico y tecnológico de la humanidad.
En general, la existencia de las personas, las exigencias de esta sociedad y las interrelaciones que en ella se establecen no permiten, hoy en día, hacer un alto en el camino, detenerse a pensar en la esencia del ser, en la espiritualidad, y esos elementos, por otra parte característicos de todas las civilizaciones, no pueden olvidarse tan fácilmente puesto que casi forman parte de la herencia genética del ser humano.
Ni siquiera los más importantes científicos y filósofos de la historia de la humanidad han podido demostrar la inexistencia de Dios, o de un ser espiritual que la especie humana no puede alcanzar.
Es de esta manera que, al seguir una senda marcada por la sociedad en la que dominan la racionalidad y el cientifismo, y en la que se abandona el cultivo del ser espiritual, nace el deseo íntimo de retomar, por propia voluntad, el camino de la búsqueda interior, y uno de los sistemas es mediante la ayuda de las velas.
Un rito milenario
Las velas pueden ser como antaño las estrellas.
De la primitiva contemplación de las estrellas y los astros, que provocaba multitud de preguntas sin respuesta, se ha llegado al descubrimiento de nuevos planetas, de sistemas solares, se han lanzado satélites, el hombre ha pisado la Luna y varios artefactos de exploración surcan el universo en busca de respuesta a preguntas no contestadas, a enigmas inexplicables.
De la misma manera, al encender una vela, el hombre, en el fondo de su propio ser, la utiliza como instrumento para realizar un análisis introspectivo de su propia persona. Aprende a conocerse a sí mismo, se plantea su sistema de valores y su forma de pensar, y, finalmente, inicia el camino en busca de un mayor conocimiento, busca una luz que le dirija siguiendo la vela celestial.
Ya en la más remota Antigüedad, al calor y a la luz del fuego, los hechiceros empezaron a pintar manos, círculos, figuras enigmáticas, animales con flechas clavadas y toda una serie de símbolos que formaban parte de distintos rituales mágicos. Se puede suponer que alrededor de estas figuras se debieron reunir los miembros de la tribu para la celebración de ceremonias cuya finalidad era invocar a los dioses para que les favorecieran en las jornadas de caza. Así pues, las pinturas rupestres pueden considerarse como la primera manifestación mágica a la luz del fuego.
Posteriormente, y con la llegada del cristianismo, la vela adquirió una nueva connotación, adaptando muchos de los antiguos rituales paganos.
Unos siglos después, la Edad Media representó un nuevo impulso en el desarrollo del esoterismo, y desde entonces se ha mantenido también como elemento clave en la celebración de los ritos paganos o esotéricos.
Alrededor del fuego, en las cuevas, los hombres primitivos empezaron a realizar rituales y dibujos que son considerados los antecedentes de la magia actual