Es doctora en Comunicación por la Universidad de París y consultora de la Unesco en temas de educación y tecnologías. Especialista en cultura juvenil y en la relación de los niños y los adolescentes con las pantallas e internet, asesoró a ministerios de educación de América Latina, Europa Oriental, África y Asia sobre la utilización de las tecnologías en el ámbito educativo. Fue profesora invitada en las universidades de París, Poitiers (Francia) y Stanford (Estados Unidos), y conferencista en el Congreso de Inclusión Digital 2016 por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Boston. Coordinó el programa «Escuela y medios» del Ministerio de Educación de la Argentina y es asesora del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) en el área «Los chicos y las pantallas». Autora permanente de columnas de opinión sobre niños, adolescentes y tecnologías en todos los diarios de Buenos Aires, participa habitualmente en congresos internacionales en los que se trata esta problemática. Escribió numerosos libros sobre el tema, como Los adolescentes del siglo XXI (2013) y Los chicos y las pantallas (2014).
Prólogo
Sacar información de Internet es como intentar servir un vaso de agua con las cataratas del Niágara…
ARTHUR CLARKE, científico británico
Este es un libro sobre los adolescentes. También sobre las tecnologías. Podría ser un libro sobre educación. Y también, sobre ciudadanía y política. A mí me gustaría definirlo como un libro que integra estos cuatro ejes y que busca poner en agenda un tema que preocupa hoy en todo el mundo: cómo se informan los adolescentes en un universo de saberes sin límites. Este libro analiza las serias dificultades que tienen los jóvenes para buscar, procesar, seleccionar, evaluar y utilizar el enorme caudal de información que circula hoy en Internet.
En los años ochenta decíamos que solo por ver la serie Superman en televisión ningún chico pensaría que podía volar, ni intentaría hacerlo. Frente a los apocalípticos —y su mirada desconfiada sobre los medios de comunicación, a los que calificaron como influencias negativas que atentaban contra la cultura, la educación y la infancia—, una nueva corriente comenzaba a plantear la inutilidad de condenar a los medios y de pensar a los niños como meras víctimas.
Los chicos —se dijo entonces— no son pasivos frente a los contenidos de la televisión, porque las audiencias nunca absorben e incorporan los mensajes tal como los reciben. Los medios no tienen efectos ilimitados sobre las personas, porque no tienen el poder de hacer lo que quieren con los públicos.
Casi cuarenta años después mantenemos la misma respuesta, ahora con respecto a Internet. No existe una relación lineal de causa-efecto entre lo que las personas ven en la web y su comportamiento posterior. Sin embargo, aun cuando no determinen linealmente sus acciones, no hay duda de que la información que las personas —adolescentes y adultos— seleccionan y utilizan de Internet influye sobre las decisiones que toman en la vida cotidiana.
Por eso, precisamente, antes de interrogarnos qué hace Internet con los adolescentes, la clave es invertir la pregunta: qué hacen los adolescentes con Internet. Lo interesante es analizar cómo utilizan la web, para qué, con qué objetivos y de qué manera. Y es aquí, con estos interrogantes, donde comienza este libro.
Si, como reflejan investigaciones en todo el mundo, para informarse los adolescentes recurren a una sola página web, al primer link que encuentran, no saben identificar al autor de la información y no pueden diferenciar entre anuncios publicitarios y contenidos, las decisiones que tomen se verán afectadas por una información de dudosa credibilidad y por la falta de un pensamiento crítico que la sustente.
¿Qué decisiones podrían tomar los adolescentes que no chequean los datos que encuentran en la web? ¿De qué manera podrían resolver problemas —los más simples y los más complejos— si no saben identificar la procedencia de los contenidos que circulan en Internet? Si las decisiones y la participación social necesitan de información y de reflexión, está claro que la cultura participativa de los jóvenes también estará condicionada por esta falta de actitud crítica.
Una sociedad cuyos integrantes no saben discernir la relevancia de una información, que no pueden establecer su confiabilidad, que carecen de una actitud reflexiva para evaluarla y procesarla, que no pueden tomar decisiones fundamentadas y cuya participación social es reducida o pobre está construyendo una democracia incompleta.
Es cierto que la limitación de los adolescentes para analizar críticamente la información no es nueva. Antes de la aparición de Internet, los alumnos respondían la consigna del docente o completaban la tarea escolar utilizando solo el libro de texto. Para encontrar material sobre un tema que les interesaba, buscaban en el tomo de una enciclopedia. Para mirar datos curiosos, que luego comentaban en conversaciones con amigos, se basaban en alguna revista que la familia podía comprar. Siempre una fuente, siempre un solo lugar, siempre un único punto de vista. Todo ello, mucho antes de la llegada de la Red.
Sin embargo, como veremos a lo largo de estas páginas, aunque el diagnóstico se parezca, la situación, cincuenta años después, ya no es la misma. Hoy la información circula por otras esferas, infinitas e ilimitadas. El saber ya no está solo en la casa ni se reduce exclusivamente al libro de texto, a la enciclopedia o a la revista que la familia compra. En el siglo XXI la información circula por todas partes. Y ya no es tan fácil distinguir de dónde viene ni identificar a su autor. En este mar de textos y discursos la navegación es confusa. Las olas de información desordenan y descontextualizan los saberes y vuelven más difícil reconocer qué textos utilizar, cuáles son relevantes y qué fuentes hablan con autoridad sobre un tema determinado.
La abundancia de información, propia de la era digital, profundizó la desorientación para seleccionar contenidos de fuentes confiables. Queremos creer que en el siglo XXI más información es la solución a todas nuestras dudas. Que ya no existen preguntas sin respuestas. Que todo lo que queremos saber está en un lugar al que podemos recurrir fácilmente. Que nuestras decisiones son más fáciles. Sin embargo, y como veremos más adelante, la enorme cantidad de información disponible en Internet no trae consigo todas las respuestas. Por el contrario, genera nuevas preguntas. Y estas son más complicadas. Surgen interrogantes que ya no se responden con un dato o con una frase, sino que necesitan reflexión, pensamiento crítico y análisis. En el siglo XXI, más información no significa necesariamente mejores decisiones. Sin duda, el problema que existía antes de Internet se agudizó y se convirtió en una preocupación mundial.
Hay quienes dirán que la falta de competencias reflexivas no afecta solo a los adolescentes. Muchos adultos carecen de criterios para seleccionar la información de la web y definir la credibilidad de su autor. De hecho, mucho de lo que voy a proponer a lo largo de este libro no remite exclusivamente a los jóvenes. No pocos adultos se sentirán identificados y afectados por la misma dificultad para leer críticamente la información de Internet. Y las recomendaciones y alternativas de solución propuestas en este libro podrían ser también valoradas y utilizadas por los adultos. Todo ello es cierto. Sin embargo, el foco estará puesto en analizar lo que sucede específicamente con los adolescentes cuando navegan y se enfrentan a una información sin límites.
¿Por qué esta dedicación exclusiva a los más jóvenes? En primer lugar, porque se trata de un grupo social en plena formación. Los adolescentes viven una etapa de construcción de identidad, que hoy está íntimamente ligada a las pantallas. Internet es uno de los pocos escenarios que, en la propia percepción de los jóvenes, les pertenece: habla de ellos y a ellos. La cultura popular —aquella que construyen los medios de comunicación, la música, las historietas, el cine y la web— les permite entender quiénes son, cómo se los define socialmente y cómo es y funciona la sociedad en la que viven. Para los chicos de este milenio, la esfera digital es el espacio desde el cual dan sentido a su propia identidad. En los blogs y páginas web que crean y en los perfiles que construyen en las redes sociales, los adolescentes modelan sus identidades individuales y colectivas y aprenden a hablar de sí mismos en relación con los demás.