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Luc Ferry - Aprender a vivir

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Luc Ferry Aprender a vivir
  • Libro:
    Aprender a vivir
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
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Aprender a vivir: resumen, descripción y anotación

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Voy a contarte la historia de la filosofía. No toda, por supuesto, pero sí sus cinco grandes momentos. Para cada una de estas etapas, te ofreceré como ejemplo una o dos formas de ver el mundo, de modo que puedas empezar a leer por ti mismo, si te apetece, a alguno de sus pensadores. También quiero hacerte una promesa: voy a exponerte todas estas ideas de forma muy clara, sin jerga, yendo a lo esencial, a lo más apasionante que hay en ellas. Si me sigues, acabarás sabiendo de verdad qué es la filosofía y por qué resulta irreemplazable a la hora de aclararnos los múltiples interrogantes que se plantean en torno a cómo podemos o debemos vivir nuestras vidas.

Aprender a vivir, a dejar de temer los diversos rostros de la muerte o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, las preocupaciones y el tiempo que pasa, éste fue el primer objetivo de las escuelas de la Antigüedad griega. Merece la pena escuchar su mensaje, porque las filosofías del pasado nos siguen hablando.

LUC FERRY

Luc Ferry Aprender a vivir Filosofía para mentes jóvenes ePub r10 mandius - photo 1

Luc Ferry

Aprender a vivir

Filosofía para mentes jóvenes

ePub r1.0

mandius 02.07.18

Título original: Apprendre a vivre. Traite de philosophie à lusage des jeunes générations

Luc Ferry, 2006

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

Editor digital: mandius

ePub base r1.2

PRÓLOGO E n los meses posteriores a la publicación de mi libro Qué es una - photo 2

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PRÓLOGO

E n los meses posteriores a la publicación de mi libro ¿Qué es una vida realizada? varias personas me pararon en la calle para decirme más o menos esto: «Le oí un día hablar de su obra… todo quedaba muy claro, pero cuando intenté leer su libro, no fui capaz de entender nada». Se trataba de una observación directa, en absoluto agresiva, y que me dejó completamente consternado. Me prometí a mí mismo buscar una solución, pero no tenía ni idea de cómo me las iba a arreglar para lograr, algún día, explicar las cosas con la misma claridad cuando escribía que cuando hablaba.

Una circunstancia concreta me brindó la ocasión de volver a reflexionar sobre este asunto. Durante unas vacaciones en un país donde la noche cae a las seis, algunos amigos me pidieron que improvisara un curso de filosofía para padres y niños. Esta tarea me obligó a ir a lo esencial como nunca había sido capaz de hacerlo antes, prescindiendo de la ayuda de palabras complicadas, citas eruditas o alusiones a teorías que mi público desconocía. Poco a poco, a medida que avanzaba en mi relato de la historia de las ideas, me iba dando cuenta de que en las librerías no había nada parecido al curso que, bien o mal, estaba construyendo sin ayuda de mi biblioteca. Naturalmente, hay historias de la filosofía muy renombradas. Las hay excelentes, pero las mejores son demasiado áridas incluso para quienes ya han abandonado el mundo universitario, ¡cuánto más para aquellos que nunca entraron en él! El resto apenas resulta de interés.

Este pequeño libro es el resultado directo de esas reuniones entre amigos. Aunque reescrito y completado, mantiene el estilo oral original. El objetivo que me he propuesto alcanzar con él es a la vez modesto y ambicioso. Modesto, porque va dirigido a un público de no especialistas, a imagen y semejanza de los jóvenes con los que tuve ocasión de conversar durante aquellas vacaciones. Ambicioso, porque me he negado a hacer la más mínima concesión a exigencias simplificadoras que podían haberme llevado a deformar la presentación de las grandes ideas. Siento tal respeto hacia las obras maestras de la filosofía, que no puedo decidirme a caricaturizarlas por motivos pseudopedagógicos. La claridad es una de las condiciones que debe cumplir una obra dirigida a principiantes, pero se debe obtener sin destruir el objeto al que se refiere porque si no, perderá su valor.

Por ello, he intentado proponer un curso de iniciación que, siendo lo más sencillo posible, no obviara la riqueza y la profundidad de las ideas filosóficas. El objetivo que persigo no es únicamente proporcionar un aperitivo, un barniz superficial o un resumen sesgado por someterme a los imperativos de la vulgarización. Se trata más bien de hacer posible un descubrimiento espontáneo de las ideas filosóficas que pueda cubrir dos tipos de exigencias: las de un adulto que quiere saber qué es la filosofía, pero no pretende ir necesariamente más allá, y las de un adolescente que eventualmente sí desea estudiar filosofía más a fondo, pero que aún no dispone de los conocimientos necesarios para empezar a leer por sí mismo a los autores difíciles.

Ésta es la razón por la que he intentado consignar aquí todo lo que considero realmente necesario de la historia de las ideas formulada hasta el presente, una historia que me gustaría legar a todos aquellos a los que quiero «cuidar», en el sentido antiguo de la palabra, lo que incluye tanto a mi familia como a mis amigos.

¿Por qué llevar a cabo este intento?

En primer lugar, y desde un punto de vista egoísta, porque hasta el espectáculo más sublime puede convertirse en motivo de sufrimiento si uno no tiene la oportunidad de tener a su lado a alguien con quien compartirlo. O, dicho de otra forma, cada día que pasa me doy más cuenta de que la filosofía no forma parte de eso que vulgarmente llamamos «cultura general». Un hombre considerado culto, en Francia, por ejemplo, debe conocer la historia de su país, algunas de las grandes referencias literarias y artísticas, saber un poquito de biología o de física, pero nadie le reprochará que no sepa absolutamente nada de Epicteto, de Spinoza o de Kant. Sin embargo, con el paso de los años, he ido adquiriendo la convicción de que estudiar, aunque sólo sea un poco de filosofía, es algo de un valor incalculable para todo hijo de vecino, incluidos aquellos para los que nunca será una vocación. Y ello por dos razones muy simples.

La primera es que sin filosofía no se puede entender nada del mundo en que vivimos. Es el tipo de formación más clarificadora que existe, bastante más que la que proporcionan las ciencias históricas. ¿Por qué? Simplemente porque la práctica totalidad de nuestros pensamientos, de nuestras convicciones, pero también de nuestros valores, se inscriben, sin que nosotros seamos conscientes en todo momento, en el marco de alguna de las grandes visiones del mundo elaboradas y estructuradas por el hilo que recorre la historia de las ideas. Resulta indispensable comprenderlas para poder hacerse con su lógica, tener amplitud de miras, entender lo que está en juego, etcétera.

Algunas personas pasan gran parte de su vida anticipando las desgracias, preparándose para la catástrofe (la pérdida de un empleo, un accidente, una enfermedad, la muerte de un ser querido…). Otras, por el contrario, viven aparentemente en la despreocupación más absoluta. Pero tanto unos como otros consideran que las cuestiones de este tipo no deben gozar de derecho de ciudadanía en la existencia cotidiana, que proceden de un gusto por el morbo que conviene calificar de patológico. ¿Acaso saben, tanto unos como otros, que estas actitudes hunden sus raíces en visiones del mundo cuyos defensores y detractores ya las han explorado con una profundidad inaudita desde los tiempos de los filósofos de la Grecia antigua?

La opción por una ética igualitaria y no aristocrática, la elección de una estética romántica en vez de una clásica, el apego o el desapego hacia las cosas y los seres teniendo en cuenta el hecho de la muerte, la adhesión a ideologías políticas autoritarias o liberales, amar la naturaleza y los animales más que a los hombres, al mundo salvaje más que a la civilización, todas estas opciones y muchas más formaron parte de grandes construcciones metafísicas antes de convertirse en opiniones que se ofrecen, como si de un gran mercado se tratase, al consumo de los ciudadanos. Los desacuerdos, los conflictos, las posturas que se adoptaron en los orígenes, siguen estando en la base, lo sepamos o no, de nuestras reflexiones y nuestros propósitos. Estudiarlos hasta el límite que esté a nuestro alcance, captar sus fuentes más profundas, supone dotarse de los medios no sólo para ser más inteligentes, sino también más libres. No veo en nombre de qué deberíamos privarnos de esta posibilidad.

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