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Giulia Enders - La digestión es la cuestión

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  • Libro:
    La digestión es la cuestión
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    2014
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La digestión es la cuestión: resumen, descripción y anotación

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Existen lugares en los que el inconsciente linda con lo consciente. Nos encontramos en el salón y estamos almorzando. Mientras lo hacemos, no nos damos cuenta de que, a tan solo un par de metros de distancia, en la vivienda de al lado, otra persona también está sentada y comiendo algo. A veces quizás escuchamos un crujido desconocido en el suelo y entonces volvemos a pensar más allá de nuestras paredes. En nuestro cuerpo también existen esas zonas de las que sencillamente no sabemos nada. No sentimos qué hacen nuestros órganos durante todo el día. Nos tomamos un trozo de tarta y aún notamos su sabor en la boca, también percibimos los primeros centímetros al tragar, pero luego, ¡zas!, nuestra comida ha desaparecido. A partir de aquí, todo desaparece en una zona que en terminología médica se denomina musculatura lisa.

La musculatura lisa no la podemos controlar de forma consciente. Bajo el microscopio tiene un aspecto diferente a la musculatura que podemos controlar, como, por ejemplo, los bíceps. Podemos tensar y destensar los músculos del bíceps en el brazo según queramos. En los músculos controlables, las fibras más diminutas tienen una estructura tan perfecta como si estuvieran dibujadas con una regla.

Las subunidades de musculatura lisa forman redes entretejidas orgánicamente y se mueven dibujando ondas armónicas. Nuestros vasos sanguíneos también están revestidos de musculatura lisa; por eso, muchas personas enrojecen cuando una situación les resulta embarazosa. La musculatura lisa se distiende con emociones como la vergüenza. Y eso hace que las venitas de la cara se dilaten. En muchas personas la capa de músculos se contrae en situaciones de estrés: esto hace que los vasos se estrechen y la sangre deba ejercer presión, pudiendo causar una tensión arterial alta.

El intestino está recubierto de tres capas de musculatura lisa. De este modo puede moverse con una elasticidad increíble, con diferentes coreografías en distintos lugares. El coreógrafo de estos músculos es el sistema nervioso propio del intestino, que controla todos los procesos que tienen lugar en el conducto digestivo, además de ser extraordinariamente independiente. Aunque se corte la unión entre este sistema nervioso y el cerebro, todo continúa moviéndose y la digestión sigue avanzando alegremente: un fenómeno de estas características no existe en ningún otro lugar de nuestro cuerpo. Las piernas no podrían moverse, los pulmones no podrían respirar. Es una pena que no percibamos conscientemente el trabajo de estas fibras nerviosas obstinadas. Un eructo o una ventosidad quizás suenen como algo asqueroso, pero el movimiento que necesitan para ello es igual de sofisticado como el de una bailarina de ballet.

Si observamos la Tierra desde el universo no podemos vernos a nosotros, los seres humanos. La Tierra se puede distinguir: es un punto redondo y luminoso junto a otros puntos luminosos sobre un fondo oscuro. Si nos acercamos más, veremos que los seres humanos vivimos en lugares muy distintos de la Tierra. Por la noche nuestras ciudades resplandecen como pequeños puntos luminosos. Algunas poblaciones viven en regiones con grandes ciudades, mientras otras están distribuidas por todo el territorio. Vivimos en la fría campiña nórdica, pero también en la selva tropical o en los límites de los desiertos. Estamos por todas partes, aunque no se nos pueda ver desde el espacio.

Si observamos a los seres humanos más de cerca, constataremos que cada uno de nosotros es un mundo en sí mismo. La frente es un pequeño prado bien ventilado, el codo es un terreno baldío, los ojos son lagos salados y el intestino es el bosque más inmenso y alucinante con las criaturas más increíbles. Igual que los seres humanos habitamos el planeta, también estamos habitados. Bajo el microscopio se pueden distinguir perfectamente nuestros habitantes: las bacterias. Parecen pequeños puntos luminosos ante un fondo oscuro.

Durante siglos nos hemos ocupado del gran mundo. Lo hemos medido, hemos investigado sus plantas y animales, y hemos filosofado acerca de la vida. Hemos construido máquinas gigantescas y hemos ido a la Luna. Quienes hoy en día quieran descubrir nuevos continentes y pueblos deben explorar el pequeño mundo que se encuentra dentro de nosotros mismos. Y, sin duda alguna, nuestro intestino es el continente más fascinante. En ningún otro lugar viven tantas especies y familias como en él. La investigación sobre el intestino no ha hecho más que empezar. Se está produciendo una especie de nueva «burbuja» (comparable a la descodificación del genoma humano) con muchas esperanzas y nuevos conocimientos. Esa burbuja podría estallar o ser una señal de que aún hay más.

Hasta 2007 no se empezó a trabajar en un mapa de las bacterias. Para ello se frotan todos los rincones imaginables de muchísimas personas con bastoncillos de algodón: en tres puntos de la boca, debajo de las axilas, en la frente… Se analizan heces y se evalúan frotis genitales. Lugares, que hasta la fecha se consideraban asépticos, de repente resultan estar poblados, como por ejemplo, los pulmones. En la materia «atlas bacteriano» sin duda el intestino es la disciplina reina. En el intestino encontramos un 99% de la microbiota o microflora: es decir, el conjunto de todos los microorganismos que pululan por nuestro cuerpo. Y no es porque escaseen en otros lugares, sino porque la concentración de los mismos en el intestino es sencillamente increíble.

El mundo resulta mucho más divertido cuando no solo vemos aquello que se puede mirar, sino también todo el resto. Entonces un árbol deja de parecer una cuchara. Simplificando mucho, esta es solo la forma que percibimos con los ojos: un tronco recto con una corona redonda. Y la vista nos dice que esta forma es una «cuchara». Bajo tierra encontramos como mínimo tantas raíces como arriba ramas en el aire. En realidad, el cerebro debería decirnos algo como «mancuernas», pero no lo hace. El cerebro recibe la mayor parte de la información de los ojos y, solo en contadas ocasiones, vemos en un libro una imagen que muestre un árbol completo. Por lo tanto, comenta diligentemente el paisaje boscoso que pasa a toda velocidad por delante de su vista: «Cuchara, cuchara, cuchara, cuchara».

Si vamos por la vida con este «modo cuchara», pasamos por alto grandes cosas. Bajo nuestra piel continuamente sucede algo: fluimos, bombeamos, aspiramos, exprimimos, reventamos, reparamos y creamos. Una gran pléyade de ingeniosos órganos trabaja de manera tan perfecta y eficiente que una persona adulta necesita cada hora casi tanta energía como una bombilla de 100 vatios. Cada segundo los riñones filtran meticulosamente nuestra sangre para limpiarla, con mayor precisión que un filtro de café, y generalmente durante toda una vida. Nuestros pulmones tienen un diseño tan inteligente que solo consumimos energía al inspirar. La espiración ocurre por sí sola. Si fuéramos transparentes, podríamos ver lo bellos que son: como un juguete de cuerda en grande, blando y con forma de pulmón. Cuando a veces uno está ahí sentado y piensa: «No le gusto a nadie», su corazón ha hecho diecisiete mil veces un turno de 24 horas y tendría todo el derecho a sentirse dejado de lado por ese pensamiento.

Si viéramos más de lo que es visible, también podríamos contemplar cómo trozos de células se convierten en personas en el vientre materno. Comprenderíamos de inmediato que, a grandes rasgos, nos desarrollamos a partir de tres «tubos». El primero nos atraviesa y se anuda en el centro. Es nuestro sistema de vasos sanguíneos, del que surge nuestro corazón como conexión vascular central. El segundo se forma casi de manera paralela en nuestra espalda, formando una burbuja que migra hacia el extremo superior del cuerpo, donde permanece. Se trata de nuestro sistema nervioso en la médula espinal, a partir del cual se desarrolla el cerebro y desde el cual brotan nervios hacia todo el cuerpo. Y el tercero nos atraviesa de arriba abajo. Es el tracto gastrointestinal.

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