CIEN AÑOS DE GRANDES DISCURSOS
(DESDE 1916 HASTA LA ACTUALIDAD)
Selección, introducción y traducción
de Francisco García Lorenzana
Primera edición en esta colección: febrero de 2017
© de la traducción, Francisco García Lorenzana, 2017
© de las traducciones del «Discurso de apertura del Concilio Vaticano II» de Juan XXIII, la «Declaración de renuncia» de Benedicto XVI y el «Discurso ante el Parlamento Europeo» de Francisco, Libreria Editrice Vaticana
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2017
Plataforma Editorial
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ISBN: 978-84-16820-85-6
Realización de cubierta y fotocomposición:
Grafime
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INTRODUCCIÓN
La palabra es uno de los pilares fundamentales de la comunicación humana y una de las herramientas principales para reconstruir la historia. El pasado vive a través de los restos arqueológicos y los documentos escritos, en la época anterior a la invención de los medios audiovisuales, y sonoros y visuales después de la aparición de la fotografía, la radio, el cine y la televisión. Muchas de las ideas fundamentales que han marcado la historia de la humanidad se han transmitido mediante la palabra hablada: grandes oradores y grandes discursos pertenecen a nuestra memoria colectiva y han entrado a formar parte de la cultura popular de todos los tiempos. Desde Pericles y Cicerón a Barack Obama y el papa Francisco, desde la más remota antigüedad hasta el noticiario de hace unos minutos, el mensaje oral nos ayuda a captar y comprender la realidad que nos rodea y nos aporta elementos de análisis y reflexión.
En la obra que tiene el lector entre sus manos, hemos querido resumir los últimos cien años de historia a través de los discursos que han marcado los grandes acontecimientos de las décadas que van desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad. Incluimos grandes discursos, que han entrado en la historia por méritos propios, como el «Tengo un sueño», de Martin Luther King, y grandes oradores, como Winston Churchill o Bill Clinton. También hemos incorporado discursos y oradores menos impresionantes pero que han marcado una época o un acontecimiento crucial, como sería el caso de la alocución del presidente George W. Bush el 11-S o el anuncio de la renuncia como papa de Benedicto XVI. Y, finalmente, también hemos dejado un hueco para ofrecer una variedad de estilos de oratoria, que en algunos casos pueden parecernos desfasados, pero que en su momento tuvieron un gran éxito, como sería el caso de Adolf Hitler, cuyo estilo histriónico y su mensaje violento y antisemita provoca rechazo, pero que en su época tuvo un gran impacto sobre la sociedad.
Como ocurre siempre con este tipo de libros, la selección resulta forzosamente arbitraria y por ello discutible. Seguramente se podrían haber elegido otros discursos y otros oradores para explicar la historia a partir de 1916, pero sin lugar a dudas, utilizando la conocida expresión popular, son todos los que están, aunque seguramente no están todos los que son.
A pesar de ello, esperamos que disfrute de la lectura.
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DE LOS PUEBLOS ÁRABES DEL IMPERIO OTOMANO
HUSSEIN IBN ALÍ
[27 de junio de 1916]
En otros tiempos el gran enemigo de los estados e imperios europeos, a lo largo del siglo XIX el Imperio otomano encadenó una serie de crisis internas que lo convirtieron en «el hombre enfermo de Europa», según una expresión atribuida al zar Nicolás I. Las tensiones entre los diferentes pueblos que convivían en el seno del Imperio se fueron agudizando a medida que la corrupción y la incompetencia iban deteriorando el prestigio del sultán y sus gobiernos eran incapaces de hacer frente a la rapacidad de las potencias imperiales europeas. Las tensiones internas y externas llegaron a su culminación durante la Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio otomano se alineó con Alemania para enfrentarse con su enemigo tradicional, Rusia. Este hecho fue aprovechado por las potencias aliadas, en especial, Gran Bretaña, para animar las ansias de independencia de los pueblos árabes que ocupaban la península Arábiga y Oriente Próximo. En la revuelta árabe desempeñó un papel muy destacado el agente británico T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia), que consiguió unificar las diferentes tribus bajo el mando de la dinastía hachemita, cuya figura más destacada era el emir de La Meca, Hussein ibn Alí (1853-1931), que proclamó la independencia de los pueblos árabes, dando lugar a los diferentes reinos árabes de Oriente Próximo.
En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.
Este es nuestro mensaje general a todos los hermanos musulmanes.
«¡Oh, Señor, juzga con la verdad entre nosotros y nuestra nación; porque tú eres el mejor juez!»
Es de sobras conocido que entre todos los gobernantes y emires musulmanes, los emires de La Meca, la Ciudad Santa, fueron los primeros en reconocer el gobierno turco.
Lo hicieron para unir a todos los musulmanes y establecer con firmeza su comunidad, sabiendo que los grandes sultanes otomanos (que sea bendecido el polvo de sus tumbas y que el Paraíso sea su morada) actuaban de acuerdo con el Libro de Dios y la sunna de su Profeta (alabado sea) y aplicaban con celo las normas de estas dos autoridades.
Con este noble fin los emires que he mencionado antes nunca dejaron de respetar dichas normas. Yo mismo, protegiendo el honor del Estado, animé a los árabes a levantarse contra sus hermanos árabes en el año 1327 con el objetivo de levantar el asedio de Abha, y al año siguiente se realizó un movimiento similar bajo el liderazgo de uno de mis hijos, como es de todos conocido.
Los emires siguieron apoyando al estado otomano hasta que apareció en escena el Comité de Unión y Progreso y a partir de ese momento asumió la administración de todos los asuntos.
El resultado de esta nueva administración fue que el Estado sufrió una pérdida de territorio que acabó destruyendo su prestigio, como sabe todo el mundo, se hundió en los horrores de la guerra y se vio arrastrado a su peligrosa situación actual, como le queda claro a todos.
Todo esto se realizó para alcanzar objetivos bien conocidos, sobre los que nuestra conciencia no nos permite explayarnos. Esto provocó que el corazón de los musulmanes sufriera por el imperio del islam, por la destrucción de la población que residía en sus provincias -tanto musulmanes como no musulmanes-, algunos de ellos ahorcados o muertos por otros medios, otros empujados al exilio.
Añádase a esto las pérdidas que habían sufrido a lo largo de la guerra en sus personas y propiedades, esto último especialmente grave en Tierra Santa, como lo demuestra rápidamente el hecho de que en esa región la crisis general empujó a las clases medias a vender incluso las puertas de sus casas, sus armarios y la madera de los techos, después de vender todas sus pertenencias para que su cuerpo pudiera seguir viviendo.
Está claro que todo esto no alcanza para cumplir los designios del Comité de Unión y Progreso.