GILLES DAUVÉ (pseudónimo Jean Barrot, Francia, 1947) es un político teórico, profesor y traductor francés asociado con el Comunismo de izquierda y la tendencia contemporánea de la comunización.
Hijo del comisionado Guy Dauvé, de Direction centrale des Renseignements généraux, Gilles Dauvé se adhiere en 1965 a la organización Pouvoir ouvrier. En septiembre de 1967, salió de la organización al mismo tiempo que Pierre Guillaume y Jacques Baynac, fundadores de la librería La Vieille Taupe. Alrededor de la librería se forma un grupo, influenciado por el comunista italiano Amadeo Bordiga, por la Internacional Situacionista y por la revista La invariancia de Jacques Camatt y Roger Dangeville. En mayo de 1968, el grupo informal de La Vieille Taupe participa en la comisión París 3 donde se encuentran estudiantes y jóvenes trabajadores.
En colaboración con otros comunistas de izquierda como François Martin y Karl Nesic, Dauvé ha intentado fusionar, criticar y desarrollar diferentes corrientes comunistas de izquierda, sobre todo el movimiento italiano Amadeo Bordiga (y su revista herética Invariance) asociados con el comunismo consejista de Alemania y Holanda, y las perspectivas francesas asociadas con Socialisme ou Barbarie y la Internacional Situacionista.
CUARENTA AÑOS MÁS TARDE…
CONVERSACIÓN CON CONSTANCE
Encontrar a Constance Chatterley no fue muy complicado. Los azares de la vida y los «círculos» nos ayudaron cuando nos estábamos preparando para reeditar su artículo. Observaciones recogidas en un bar de Ménilmontant una tarde glacial de enero de 2015.
En tiempos de Le fléau
Blast & Meor: ¿Entonces fue usted quien escribió en 1974 El complejo de Diana, el artículo aparecido en el último número del periódico Le fléau social? ¿Participaba habitualmente en este periódico y en el grupo que lo animaba, originariamente el grupo 5 del FHAR?
Constance: Yo no era miembro del FHAR, pero conocía a Alain Fleig, que era el animador del periódico. Proveniente del FHAR, Fleig posicionaba con lo que calificaremos, a falta de algo mejor, como la ultraizquierda. Le fléau social trataba evidentemente de la sexualidad y la homosexualidad, pero a su manera, en un tono que no dejaba de chocar, que era lo que se buscaba. Se difundieron algunos números con más de diez mil ejemplares, pero aquello no duró. Cuando salió del FHAR, Alain Fleig era un aislado. Lo que expresaba Le fléau social era demasiado complicado para la gente.
En la efervescencia de ideas y grupos de la época, ¿qué distinguía al FHAR?
El hecho de intentar hacer un puente entre la revolución «sexual» y «social». Otros se dedicaron a eso en los años 20 y 30, Reich especialmente, con mérito pero sin éxito. La derrota de la revolución social hacía el fracaso inevitable, tanto antes de la guerra como en 1970.
Le fléau social era pretendidamente agresivo y provocador. Su artículo tiene como objetivo la crítica al feminismo, pero también a la extrema izquierda. ¿Qué es lo que le diferenciaba de ellos y qué le permitía esta crítica?
Las personas como yo se oponían a dos corrientes fuertemente implantadas en aquel tiempo, y por cierto en concurrencia, como eran el izquierdismo y el feminismo «burgués», sobre todo el norteamericano: el primero se pretendía el portavoz de los obreros, el otro el representante de las mujeres, cada uno para construir a partir de ellos su organización y su poder.
Alrededor de los grupúsculos, como se decía entonces, se agitaba un izquierdismo difuso, muy presente en los medios de comunicación, en la universidad y en los institutos. Intelectuales, periodistas y profesores citaban a Marx, hablaban de la clase obrera, del socialismo, y debatían de una alternativa a la sociedad capitalista.
Del marxismo, la mayor parte de las feministas de 1970 sólo conocían sus versiones osificadas, la del PC, opuesto durante mucho tiempo al aborto, aquellas igualmente limitadas del izquierdismo, que rechazaba claramente la cuestión de las mujeres o la disolvían dialécticamente en «la clase». Por reacción, o por elección, el movimiento de las mujeres se mantenía ajeno a Marx y al marxismo. Hay que decir que la ultraizquierda de entonces contribuía a ello, puesto que la mayor parte de sus grupos eran indiferentes o incluso hostiles no sólo al feminismo organizado, sino incluso a la «cuestión de las mujeres». No recuerdo que la Internacional Situacionista hubiera abordado estas cuestiones, pero era anterior al mlf, sin o con mayúsculas.
Se ha dicho a menudo que lo que caracterizaba a Le fléau social, lo que lo diferenciaba de un periódico como por ejemplo L’antinorm, era precisamente la influencia de la ultraizquierda en sus análisis. No perdonaban nada, ni siquiera la lucha de Lip.
No me arrepiento en absoluto de lo que decía sobre Lip, que hoy en día está casi santificado. Si hoy volviera a escribir ese artículo, no cambiaría gran cosa, especialmente sobre las mujeres, pero hablaría de otra forma sobre el trabajo. Es una cuestión nominal, y más que nominal. Al dar al «trabajo» el sentido de actividad (genérica), como en el joven Marx, haciendo como si hubiera que dar un sentido comunista al trabajo, estaba reproduciendo una confusión. El trabajo es una actividad alienada. No hay que liberar el trabajo, sino liberarse de él.
Su artículo era muy crítico con el MLF, pero sin embargo fue publicado en un periódico fundado por el FHAR. Hoy esto sorprendería a muchos.
Sí, sin el MLF el FHAR sin duda no habría existido, y sin el FHAR ciertamente tampoco habría existido Le fléau social, que se separó del movimiento homosexual que Alain Fleig consideraba demasiado polarizado sobre la cuestión sexual… u homosexual. Le fléau se negaba a considerar al conjunto de «hornos» como una comunidad específica cuyos miembros tendrían intereses comunes y por tanto reivindicaciones políticas particulares —y de hecho separadas del conjunto del programa revolucionario, un programa que para Alain Fleig tenía que ser aún precisado, como por cierto también para mí.
No llegamos a imaginar bien un texto como el suyo escrito en nuestros días. ¡Su autor sería inmediatamente acusado de defender el patriarcado!
En aquel tiempo, no teníamos miedo de criticar nada, incluido el MLF. Quizá entonces era más fácil escoger un bando, al menos sobre las cuestiones sexuales. Hacia 1970, en materia de costumbres, los conservadores, por no decir los fascistas, aunque cada vez más recibían una mayor respuesta, aún dominaban los espíritus y los comportamientos. Cuarenta años después, en un país como Francia la desigualdad hombre/mujer ha retrocedido y es posible vivir cada vez más una sexualidad «minoritaria». El matrimonio homosexual finalmente ha sido autorizado, cuando la sociedad ha comprendido que la homosexualidad no era ninguna amenaza para el matrimonio, ni para nada por cierto, excepto para los valores innecesarios al capitalismo democrático moderno (que no reina en todo el planeta, eso está claro). Evidentemente, sigue siendo muy difícil ser homosexual en una ciudad pequeña o en algunos círculos, sean burgueses o populares. Pese a todo, el discurso oficial e incluso el gubernamental, así como la mayor parte de los medios de comunicación, celebran la igualdad, la apertura y las normas y el respeto a las diferencias. De pronto, son «los fachos», diferentes a los de 1970 pero activos e influyentes, los que se hacen los inconformistas. Las personas como yo se encuentran atrapadas entre el obligatorio respeto de lo políticamente correcto, convertido en ideología dominante, y su cuestionamiento por los defensores de la familia «papá + mamá». No tengo ganas de escoger uno de los dos. Qué se le va a hacer si eso me supone incomprensión y calumnias. Hoyen día, como los homosexuales recurren a la reproducción asistida y la gestación subrogada, si uno no reivindica el derecho a ellas parece un homófobo. Como dice Marie-Jo Bonnet, con el matrimonio para todos el matrimonio se ha vuelto de izquierdas. Eso no es para mí.