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C. Sansom - Invierno en Madrid

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    Invierno en Madrid
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Invierno en Madrid: resumen, descripción y anotación

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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C J Sansom Invierno en Madrid Winter in Madrid 2006 En memoria de los - photo 1

C. J. Sansom

Invierno en Madrid

Winter in Madrid (2006)

En memoria de los miles de hijos

de padres republicanos que desaparecieron

en los orfelinatos de la España franquista

Nota Histórica

Casi tres cuartos de siglos después de su final, la Guerra Civil española sigue siendo un tema controvertido.

En los primeros años del siglo XX, el oligárquico régimen monárquico español ya se enfrentaba con la creciente resistencia de los reformistas republicanos de la clase media, los nacionalistas catalanes y vascos y, sobre todo, las depauperadas clases obreras tanto rurales como urbanas. Un ciclo de resistencia y opresión alimentó una lucha de clases y una polarización únicas en la Europa ajena a Rusia.

En 1931, el rey Alfonso XIII salió de España y se proclamó la Segunda República. Una serie de gobiernos desafortunados, primero liberal-socialistas y después conservadores, se fueron sucediendo hasta que, en 1936, una coalición radical del ala izquierda alcanzó el poder en las urnas. Los trabajadores empezaron a asumir el mando de la situación y se hicieron con el control de las propiedades y las instituciones locales.

Jamás se sabrá si el gobierno del Frente Popular habría alcanzado el éxito en su gestión, pues en 1936 tuvo lugar el siempre temido levantamiento militar, apoyado por las fuerzas conservadoras y con el importante respaldo económico de Juan March. Sin embargo, el golpe inicial fracasó: muchos militares se mantuvieron leales al gobierno legalmente constituido y, en las ciudades más importantes, el alzamiento fue derrotado. Los rebeldes conquistaron el control de algo más de un tercio del territorio continental español; no así el de sus regiones industriales.

Es posible que, sin la intervención extranjera, el alzamiento hubiera sido enteramente derrotado; pero Hitler y Mussolini enviaron inmediatamente aviones al general Franco, permitiéndole con ello aerotransportar tropas de élite desde la colonia española de Marruecos al continente e iniciar la marcha sobre Madrid. Entre tanto el gobierno británico, dominado por los conservadores, ejerció presión sobre Francia para que negara su ayuda a la República y cerrara la frontera. A consecuencia de ello, la República se vio obligada a solicitar ayuda a la única potencia dispuesta a ayudarla, la Unión Soviética. La zona republicana tuvo que depender de Stalin y sus «asesores», los cuales exportaron su aparato de terror junto con las armas. Todavía pervive en España un mito, fomentado por el régimen de Franco, según el cual el ejército se levantó en armas para impedir un golpe comunista; cuando, en realidad, el Partido Comunista Español antes de 1936 era minúsculo, y la tradición entre republicanos, socialistas y anarquistas, fuertemente antiautoritaria. El ascenso al poder de los comunistas fue una consecuencia directa de la presión británica sobre Francia, con el fin de que ésta se mantuviera al margen del conflicto.

La consiguiente guerra civil duró tres años y devastó España. Unos doscientos cincuenta mil hombres murieron en combate y otros doscientos mil en la campaña de terror llevada a cabo por ambos bandos, muchos de ellos apolíticos con «lealtades sospechosas» que acabaron en el lado equivocado de las líneas.

Cuando terminó la guerra, con la victoria de los nacionales en abril de 1939, no hubo reconciliación sino tan sólo constantes ejecuciones y desapariciones mientras Franco llevaba a efecto la «limpieza» de España. Para la mayoría de los españoles, los años cuarenta fueron una pesadilla casi tan grande como la de los años de la Guerra Civil, pues los efectos de la sequía se agravaron como consecuencia de la destrucción de buena parte de las infraestructuras durante de la guerra, de la política de autosuficiencia económica fascista de Franco y del caótico y corrupto sistema de distribución. El propio Franco soñaba con soluciones tales como gigantescas reservas de oro y manufactura de petróleo a partir de la hierba.

El régimen de Franco propiamente dicho estuvo dividido desde el principio entre los fascistas de la Falange, cuyas bandas armadas Franco había elegido como aliadas durante la Guerra Civil y que se acabaron convirtiendo en el único partido político de España, y los monárquicos, los tradicionales conservadores españoles. Los monárquicos acostumbraban a ser probritánicos y antialemanes, pero la Inglaterra que ellos admiraban era la de la aristocrática casa de campo; despreciaban a los falangistas por «vulgares» y, en cualquier caso, se mostraban todavía menos compasivos con los padecimientos de los españoles corrientes que la Falange. Y en la Guerra Civil actuaron con tanta violencia como ésta. El propio Franco estaba situado en un punto intermedio entre ambas fuerzas. Hábil estratega político, su capacidad para equilibrar los bandos que integraban su régimen lo ayudó a mantenerse en el poder durante casi cuarenta años. Pero, tras la derrota de Hitler, la Falange fue siempre un socio menor de su coalición.

En 1939-1940 el principal dilema con que se enfrentaba Franco era el de la posibilidad de entrar en guerra con Hitler, como quería la Falange. El propio Franco soñaba con ampliar su imperio hispanoafricano con las colonias de la Francia derrotada; pero los monárquicos deseaban mantenerse neutrales y consideraban la entrada en guerra una peligrosa aventura que traería como consecuencia la consolidación del poder de la Falange. Al final, como de costumbre, la postura de Franco fue pragmática. En su calidad de hijo de un oficial de la Armada, conocía el poderío de la Armada británica que estaba ejerciendo un bloqueo contra España y podía desviar fácilmente la entrada de suministros. Por consiguiente, sólo podía entrar en guerra cuando Gran Bretaña estuviera a punto de ser derrotada y en caso de que semejante circunstancia se diera en algún momento. Cuando pareció que así había ocurrido en junio de 1940, Franco le hizo ofertas a Hitler, pero la respuesta del Führer fue muy cauta. En otoño de 1940, cuando a Hitler le convino que Franco entrara en guerra principalmente para apoderarse de Gibraltar, la batalla de Inglaterra ya había terminado en una derrota alemana y Franco se dio cuenta de que Gran Bretaña no estaba ni mucho menos acabada.

El encuentro entre Hitler y Franco en la frontera francoespañola en octubre de 1940 sigue siendo objeto de controversia. Los apologistas de Franco sostienen que su hábil diplomacia mantuvo a España al margen de la guerra; en cambio, sus detractores señalan que habría entrado en guerra si las condiciones hubieran sido adecuadas. Este último punto de vista parece ser el que más se acerca a la verdad; sin embargo, en 1940 Hitler no estaba en condiciones de facilitar la cantidad de ayuda alemana que Franco habría necesitado para impedir que el bloqueo británico llevara a España al borde de la inanición y, tal vez, a una renovada revolución. Las insistentes demandas de Franco dieron lugar a que el Führer abandonara hastiado el encuentro de Hendaya. Posteriormente, las negociaciones entre Franco y el Eje se siguieron llevando a cabo, pero cualquier perspectiva real de entrada en guerra de España fue disminuyendo gracias al constante control de los mares ejercido por la Marina británica.

En mayo de 1940, Churchill, primer ministro británico de la nueva coalición en tiempo de guerra, despidió a sir Samuel Hoare del Gabinete y lo envió a España como embajador en Misión Especial con la orden de mantener a Franco al margen de la guerra. Hoare era un ministro conservador y un destacado pacificador. Vanidoso, amanerado y arrogante, pero hábil administrador y político, sus aptitudes, su prestigio y su historial de experto apaciguador de dictadores lo convertían en una elección acertada, pese a la decepción sufrida por el hecho de no haber visto cumplida su esperada ambición de convertirse en virrey de la India. Churchill no apreciaba ni confiaba en Hoare y es posible que eligiera a su amigo Alan Hillgarth como funcionario encargado de las operaciones secretas en España (incluido el soborno de los monárquicos potencialmente afines), en parte para vigilar a Hoare. No cabe duda de que Hillgarth informaba directamente a Churchill.

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