Lo de mentiroso se lo inventó él un día, y yo lo acepté, aunque a lo mejor Eduardo dice en el prólogo todo lo contrario. En cualquier caso creo que en la vida hay que manejarse con unas cuantas verdades verdaderas y con una nube de mentiras brillantes, sorprendentes, literarias, porque lo que el escritor hace no es sino sacarle brillo al estaño de la triste realidad, para que parezca plata, como las criadas y doncellas de antaño. Eduardo Martínez Rico trabaja con velocidad e insistencia. Me ha preguntado absolutamente por todo lo que sé y por lo que no sé, pero que también le he contestado minuciosamente. He ido observando el trabajo de este joven escritor y periodista y me parece que su mayor virtud es la insistencia, la honestidad informativa, la precisión en el dato y, por otra parte, el estilo de preguntar, fácil y nuevo, coloquial y periodístico, amistoso y agresivo.
Francisco Umbral (del “Epílogo”).
Eduardo Martínez Rico
Umbral. Las verdades de un mentiroso ilustre
ePub r1.0
Titivillus 08.12.15
Título original: Umbral. Las verdades de un mentiroso ilustre
Eduardo Martínez Rico, 2003
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A J. Ignacio Diez
EDUARDO MARTÍNEZ RICO (Madrid, 1976). Se licenció en Filología Hispánica en 1999 en la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró por la misma Universidad tres años después con una tesis titulada La obra narrativa de Francisco Umbral: 1965-2001 . Ha publicado los siguientes libros: Umbral: vida, obra y pecados. Conversaciones (2001), Umbral. Las verdades de un mentiroso ilustre (2003), Alberto Vázquez-Figueroa o la aventura (2004), Pedro J. Tinta en las venas (2008), La guerra de las galaxias, el mito renovado (2008) y las novelas históricas Cid Campeador (2008) y Fernando el Católico. El destino del rey (2015).
Escribe habitualmente en prensa e Internet, siendo codirector de la revista Avuelapluma.com. Entre las publicaciones en las que ha colaborado están: Expansión, Época, Qué leer, Diplomacia y El Norte de Castilla. También ha publicado ensayos en libros colectivos sobre González-Ruano y Eugenio d’Ors , y en revistas académicas como Dicenda, de la Universidad Complutense de Madrid. Ha participado en cursos y congresos sobre literatura y periodismo, y como docente ha impartido clases en la Universidad del Instituto de Empresa (Periodismo Cultural) y en los programas de máster del Instituto de Empresa («El valor de la palabra: escrita y hablada»), así como en la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de la Comunidad de Madrid (Literatura Española).
“Hay momentos en la vida en que a uno sólo le interesa el presente. Si vas a hacer unas oposiciones, o vas a correr una carrera, o a vivir un amor… sólo te interesa eso, todo lo demás desaparece. O a escribir un libro. Mi pasado ya me aburre porque me lo sé, y mi futuro ya vendrá. El presente es riquísimo. En Diario con guantes hablo del criterio de los espejos, etc. Los espejos nos juzgan, aunque esto parezca borgeano; no sé si lo es. Yo siempre he tenido la sensación de que es una riqueza que dejamos pasar, una riqueza enorme”.
PRÓLOGO
Al final de su vida Sartre decidió escribir contra sí mismo, destruir todo su sistema filosófico, toda su figura, y hacerlo él mismo.
Tomando café en Majadahonda, entre Navidad y Año Nuevo, una tarde. Hemos hablado de Stendhal y de Rojo y negro, del Prestige, política y amores, leyendas y anécdotas de hombres, mujeres y escritores. Muchas cosas que ahora no recuerdo.
Sartre en boca de Umbral:
—Vendió su casa, lo vendió todo, se fue a vivir a hoteles de segunda categoría, sin más equipaje que su trabajo, lo que leía y lo que escribía.
No sé la exactitud exacta de este relato umbraliano —tenemos derecho a reinventar la historia—, pero me interesó mucho. A él le dio la idea para un nuevo libro. Me lo ofreció.
—Contra mí mismo. Vamos a hacer otro libro de conversaciones. ¿Lo harías?
Está entusiasmado. Se mantiene muy rígido en su asiento, la cabeza bien alta, los ojos fijos, como se le suelen poner cuando habla de algo serio, y la literatura sigue siendo algo serio para el señor Umbral. Mueve las manos con calma, pero las mantiene en alto, a una altura prudente del café y de lo que se le acaba de ocurrir. O se cruza de brazos, encogiéndose sobre la mesa, en una postura muy suya, descansando en una especie nueva de modestia.
Las manos se levantan otra vez, y con ellas el entusiasmo.
—Los libros se aparecen como la Virgen.
Y es verdad que así surgen las ideas de los libros. Apariciones. Son tan fortuitas y caprichosas que a veces no las podemos llamar ideas. Ya son libros enteros, con todas sus formas, sus letras, sus personajes y sus errores que nunca parecen errores. Pero luego, siempre, sale algo distinto, más o menos distinto. De lo contrario sería demasiado aburrido escribir.
Mucho movimiento estático en la cafetería-restaurante. Música somnolienta y voces de domingo. Estoy pensando que no hace ni dos años que publiqué Umbral: vida, obra y pecados, y me da vueltas el cálculo literario y comercial, editorial, lector, del nuevo esfuerzo.
En esos dos años Umbral y yo hemos hablado mucho, y el agujero de esos diálogos llena también estas nuevas conversaciones.
Ahora estoy seguro de que hemos hecho un libro completamente distinto. Como el lector verá, leerá, ésa fue mi primera gran preocupación. Pero también hemos hecho un libro que son muchos otros libros.
La idea primera, por seguir con las “ideas”, ha quedado recluida en una parte, dos conversaciones, pero ha contagiado al resto. Umbral piensa que el ejercicio del “contra mí mismo” en cierto modo ha sido un fracaso. Es muy duro autodemolerse, y él no parece el hombre, el escritor, más indicado para ello. Dice que a lo mejor lo intenta en el futuro, sin “persona interpuesta”. Pero la actitud ha seguido, camuflada en muchas otras conversaciones.
Del Contra mí mismo a Las verdades de un mentiroso ilustre. Con esto no quiero decir que se nos hundió un proyecto y hubo que inventar otro. Los dos son el mismo. Es más, yo creo que hemos sido fieles al primero bordeándolo y entrando en él por vías más sutiles. La mentira da mucho juego para esto, pero no deja de ser un juego literario. Yo no he tratado de sacarle mentiras a Umbral, ni de acosarle para que confiese, como a un reo. Mi propósito ha sido más bien darle la oportunidad de crear con palabras, y de que sus verdades y mentiras pudieran interesar al lector. Umbral, efectivamente, es un “mentiroso ilustre”, como escritor y seguramente como hombre. Él dice en algún momento que sólo ha dicho “mentiras domésticas”, no “grandes mentiras”, pero tenemos derecho a desconfiar, incluso del adjetivo “doméstico” y su alcance.
Yo ya no veo a Francisco Umbral con los ojos de nuestras primeras conversaciones. Tampoco él se me ha mostrado de la misma manera. Creo que ahora, en muchos momentos, he conseguido colocarme en un lugar intermedio entre el admirador total del escritor y su detractor, o contradictor. Me gustaría haber hecho las dos cosas sensatamente, a falta de un adverbio más original. Preguntar lo que hubiera querido preguntar tanto el uno como el otro, para que Umbral