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Serrano - El manual del buen corredor (Spanish Edition)

Aquí puedes leer online Serrano - El manual del buen corredor (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: mkepub.blogspot.com.es, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    El manual del buen corredor (Spanish Edition)
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    mkepub.blogspot.com.es
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    2013
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El manual del buen corredor (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Para Carlos Parrondo,
porque nunca le di las gracias lo suficiente.
In memóriam.

INTRODUCCIÓN

El manual del buen corredor Spanish Edition - image 1

M

i nombre es Javier Serrano, y soy corredor popular entre otras muchas cosas. Desciendo de una estirpe de atletas, encabezada por mi padre, José, un tío que siempre ha corrido mucho. Ganó dos medallas de bronce en campeonatos nacionales absolutos, allá por los años sesenta, una en la prueba de relevos 4 x 1.500 y otra en 2.000 metros (pista cubierta). Fue un corredor histórico del Canguro, de la cuadra de Ballesteros, historia viva del atletismo para quienes conozcan a los personajes de aquella gloriosa época, cuando el hoy desaparecido estadio de Vallehermoso (Madrid) vivía su esplendor.

Mi madre, Maite, también corrió hasta hace unos años, aunque más despacio. Tiene sus trofeos en la estantería, como corresponde a una atleta popular pionera, porque en su época casi ninguna mujer se apuntaba a las carreras. Lo que han cambiado las cosas desde entonces.

Mis hermanos, Miguel e Itziar, cosecharon importantes marcas y éxitos en categorías inferiores, sobre todo en carreras de campo a través. Sí, corrían que se las pelaban también. Miguel, además, ha seguido corriendo y tiene la mejor marca de la familia en maratón, 2.56’, el muy bestia. Teniendo en cuenta que en su época fue corredor de 400 —con una mejor marca de 51”—, es digna de elogio su reconversión en fondista.

Pero yo, caprichos de la genética, salí gordo, zambo y con los pies planos. Si pillo a Darwin, a Mendel o a los dos les digo cuatro cosas. Mis motes en edad escolar, «bola de sebo», «barrilete» o, en el mejor de los casos, «Espinete», resultan muy ilustrativos. Pero también forjaron mi carácter. Siempre fui hábil tocando las pelotas, me refiero al fútbol, baloncesto y demás, pero verme correr era nocivo para el ánimo de cualquiera.

Como corredor, y ya en época de enseñanza secundaria, hacía el test de Cooper con las chicas, ese era mi nivel, y algunas me ganaban. Poco después hice historia en la San Silvestre de mi pueblo, en una carrera de dos vueltas a un circuito de 2,5 kilómetros: fui el primero desde la creación de la prueba que consiguió ser doblado. Había que correr realmente despacio para lograrlo, y yo lo logré.

Y de repente, a los dieciocho años, obré el cambio cual patito feo que se convierte en esbelto cisne —me encantan las alusiones a los cuentos clásicos— y me convertí en un atleta espigado y más o menos respetable. Mis maneras de correr nunca fueron las de un fino estilista, lo de tener las rodillas a la virulé es algo innato que no se puede corregir. Eso provoca extraños movimientos pendulares de mis piernas, especialmente la diestra, lo que desaconseja colocarse a mi derecha mientras corro, a riesgo de que nos enganchemos y acabemos rodando por el suelo, como me ha ocurrido alguna vez.

Con mucho empeño y mucho esfuerzo, y ante la incredulidad de propios y extraños, sobre todo de quienes me conocieron como el «barrilete» en mi época infantil, acabé consiguiendo marcas que todavía hoy me llenan de orgullo; de hecho, me sigue costando trabajo creer que las lograra. He corrido un 10.000 en 39 minutos pelados; la media maratón, en 1.27’59” y la maratón en 3.06’57”. Y no es por fardar —bueno, sí, un poco—, pero esa marca la conseguí en Sevilla en el año 2005, bajo un temporal de lluvia y granizo, un vendaval racheado infame y temperaturas que rondaron los cero grados. Mis amigos están hartos de oír esta historia del abuelo Cebolleta, pero no podía dejar de contarla, y alguna vez más aparecerán alusiones a ella en el libro.

Por ofrecer una referencia más, conseguí bajar de 3 minutos en el 1.000, concretamente paré el crono en 2’59”1. Para los escépticos, dejo el enlace al vídeo de ese kilómetro brutal, al menos para mí, que me dejó con las manos insensibles y con una ronquera de tres días. Recomiendo que se vea el vídeo entero, porque en los últimos instantes del mismo aparece una repetición a cámara lenta de los metros finales en la que se aprecia a la perfección el movimiento pendular de mi pierna derecha. Personas sensibles, abstenerse, da mucha grima:

http://www.youtube.com/watch?v=yHtCqamrE2c&feature=fvst

O en versión reducida:

http://tinyurl.com/crvo4kw

Impresionante, ¿eh? Nada, un poco de autobombo nunca viene mal. Como atleta, solo he subido una vez a un podio. Fue en una carrera de 24 kilómetros por relevos —yo solo, imposible— haciendo equipo con Miguel, Oswaldo y Sergio, tres cracks .

Soy un enamorado del atletismo popular. Además de haber corrido durante muchos años, en los que he completado ocho maratones y todo tipo de carreras, también ejerzo de preparador de algunos atletas, fundamentalmente amigos y conocidos. En este terreno, el éxito más relevante fue ayudar a mi gran amigo Javi Carralero a bajar de 3 horas —2.58’— en la maratón de San Sebastián. En cierto modo, me saqué una espina que tenía clavada, participando como entrenador en algo que nunca conseguí como corredor.

También ha sido muy satisfactorio enganchar a esto de correr a muchas personas que han seguido mis planes específicos para principiantes. Algunos de los que ahora son corredores asiduos eran verdaderas piltrafas hace unos años —tranquilos, chicos, no daré nombres—, así que estoy encantado de mi contribución a que ahora sean personas sanas y atléticas.

Más allá de todas estas historias puramente deportivas, correr es una forma de vida. El corredor, por definición, es una persona disciplinada y trabajadora, que se esfuerza, que vence la pereza. Correr forja carácter, endurece física y psicológicamente. El atleta desarrolla un buen nivel de autocontrol y de resistencia al sufrimiento. Corredores los hay de todo tipo y condición, hombres y mujeres, de todas las edades, nacionalidades y razas, de diferentes complexiones físicas, de distintos niveles deportivos… No hay un prototipo de corredor. Todos los que corremos somos atletas al fin y al cabo, y nos entendemos los unos con los otros. Aunque no conozcamos a una persona de nada, si vemos que corre, confiamos en ella y nos hacemos amigos. Ser corredor es un valor absoluto.

El atletismo es una escuela de la vida. En lo que aprendemos, disfrutamos y evolucionamos influye mucho el tipo de gente con la que nos encontramos. Un grupo de corredores te acoge con sinceridad, te integra, te hace sentir bien, incluso importante. Los más veteranos te apadrinan, te enseñan, te aconsejan, te ayudan, te asesoran, te consuelan cuando las cosas vienen mal dadas, te prestan su experiencia… Y con el tiempo, y cuando maduramos y asumimos galones, pasamos a hacer lo mismo con los que vienen por detrás. Toda la solidaridad y apoyo que hemos recibido, los trasmitimos a los que empiezan y necesitan consejo y aliento. Y ese círculo nunca se rompe.

No sé si he tenido una suerte especial con mi cuadra o es que todos los grupos de atletismo del mundo comparten esa característica común de buena convivencia. Pero es verdad que el buen ambiente que se crea en esa comunidad de compañeros hace que sea muy placentero el entrenamiento de cada día, no solo por el hecho de hacer algo que nos gusta, sino también por hacerlo con nuestra gente. Además de algunos ya mencionados, han sido muchas las personas con las que he compartido kilómetros: Óscar, Alberto, Camilo, Roberto —mi liebre en el vídeo que acabo de referenciar—, Íñigo, José, Fran, Pedro, Juan, Enrique, Manolo, Javier, Héctor, Antonio, Julián, César, Jesús… Y algunos más.

Mi gran maestro siempre ha sido mi padre, que es el que me metió en esto de quemar zapatilla; después fue mi hermano Miguel quien más me ayudó a progresar y quien me acompañó en algunos de los momentos más importantes. Pero ya dentro de mi grupo, el que más me enseñó de correr y de la vida, que quizá es la misma cosa, fue Carlos Parrondo, el Papi; muchas de las cosas que ahora predico las aprendí de él. Fue compañero de entrenamientos, consejero, motivador, amigo, incluso responsable logístico en cada excursión o viaje que organizábamos. Un fenómeno, un ejemplo, una manera de entender la vida. A él, a Carlos, está dedicado este libro. In memóriam.

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