Una mirada fascinante al continente africano para descubrir vidas, culturas, tradiciones, sabores y olores, que invitan al lector a inventar su propia África.
Gracias a su trabajo como reportera, Lola Hierro ha conocido la esperanza de igualdad de las mujeres en Etiopía; ha dormido junto a hipopótamos en Kenia; ha admirado el trabajo de las campesinas del mar en Tanzania; ha saboreado el café preparado a la manera tradicional en Uganda; ha sido alumna de la maestra Doussou Fané en Malí; ha sido testigo de las duras condiciones de vida de los refugiados en Níger; ha comprobado la resistencia de los bosquimanos en Botsuana; ha abrazado el mar y el desierto en Namibia, y ha sobrevivido a las indómitas aguas del río Zambeze en Zimbaue.
Una invitación a viajar en un matatu particular y observar la forma de vida y los cambios que se producen en un vastísimo territorio en el que, en palabras de la autora, «el tiempo se detiene ante nuestros ojos, sí, pero como la noria que para un momento y permite que nos subamos antes de empezar a girar y llevarnos al cielo».
El tiempo detenido y otras historias de África
Lola Hierro
Título: El tiempo detenido y otras historias de África
© 2018, Lola Hierro
© 2018 de esta edición: Kailas Editorial, S.L.
Calle Tutor, 51, 7. 28008 Madrid
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Realización: Carlos Gutiérrez y Olga Canals
Fotos de interior: Lola Hierro
Foto de cubierta: Lola Hierro
ISBN ebook: 978-84-17248-24-6
ISBN papel: 978-84-17248-23-9
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.
kailas@kailas.es
www.kailas.es
www.twitter.com/kailaseditorial
www.facebook.com/KailasEditorial
Índice
A mis mamas
A mi padre
Nunca supe de una mañana en África
en la que al despertar no fuera feliz.
Ernest Hemingway
Mapa de África, según la proyección de Peters.
Prólogo, por Xavier Aldekoa
Las Áfricas de Lola
La primera vez que vi a Lola estuvo a punto de pegarse un tortazo descomunal. Le acababan de conceder el premio Memorial Joan Gomis de periodismo por su magnífico reportaje Por ser niñas, sobre la situación de la mujer en Etiopía, y aquel día en Barcelona estaba radiante. Diría que algo nerviosa, pero sería una suposición: entonces no la conocía prácticamente nada y no sabía si Lola sonreía tanto siempre o a veces como escudo. El caso es que aquel día ella estaba exultante, y cuando la llamaron al atril para recoger el premio, saltó del sillón como un resorte. Feliz, sonriente, decidida. Y se comió el escalón. Trastabilló, se tambaleó, abrió mucho los brazos y estuvo a un tris de pegarse un leñazo palabra de honor delante del jurado y de unas gradas ya con la boca abierta. El público sostuvo un segundo la respiración, pero como finalmente Lola aguantó el equilibrio y continuó su camino imperturbable hacia el micro, siguieron los aplausos. Y entonces Lola fue más Lola que nunca: «¡Madre mía —dijo—, casi me mato y la lío, ¿eh? ¡Buenas tardes a todos!». La gente se desternilló.
Esa es la Lola Hierro que tiene, querido lector, ahora mismo entre las manos. Este libro es esa alegría, ese nerviosismo expectante, ese tropezón, esa naturalidad y esa forma de no tomarse a uno mismo demasiado en serio. Hace unos años, un amigo protestó porque yo no era capaz de sacarme la próxima cobertura africana de la cabeza. Entre cervezas, mientras veíamos un partido de fútbol, le contaba detalles, puntos de vista e ideas que pretendía llevar a cabo en el siguiente viaje. Empecé a hacer un mapa en una servilleta para explicarle por dónde pretendía cruzar la frontera y mi colega se desesperó. «Joder, tío, ¿no puedes dejar de tomártelo tan en serio un rato y ver al puto Messi tranquilamente?». Lola va a África con el compromiso intacto pero sin esa mochila de solemnidad. Vive África y exprime el viaje; luego, escribe. Por eso al leerla apetece tanto viajar con ella.
Lola me va a matar porque haya recuperado la anécdota del Gomis, pero eso es solo porque aún no sabe cómo voy a acabar este prólogo. Luego me compraré un billete solo de ida donde sea porque con Lola pasa que me la creo. Llegó a África con tanta sed de descubrimiento, tanta curiosidad y los ojos tan abiertos, que se olvidó de meter en la mochila el aura de Indiana Jones. Viaja por el continente con la mirada de niño, eso tan difícil, y la curiosidad del periodista. A mí siempre me parece un regalo que alguien pueda llegar una y otra vez a un sitio nuevo pero, con su emoción infinita por las pequeñas cosas, Lola llega siempre todavía.
África es un continente tan diverso que lo último que necesita es una legión de uniformes. Acercarse a esa tierra desde diferentes prismas, desde la seriedad, la alegría, el llanto, la inspiración, la rabia o el humor es casi una cuestión de justicia. No se trata de que, atacados por la culpa, los periodistas cambiemos el tradicional pesimismo con el que los medios se acercan a la realidad africana por un buenismo irreal. No hay países, ni pueblos, mejores que otros; tampoco allí en el sur. Se trata de explicar la realidad de una tierra llena de tantas virtudes e imperfecciones como las demás pero, aun así, diferentes; y subrayar que por eso mismo África es un lugar humano y extraordinario. Porque es único como el resto.
Luego, permítame querido lector una confidencia final. Lola tiene una caradura de aúpa. En una ocasión me entrevistó en un hotel del centro de Madrid con motivo de mi segundo libro. Llegó a la cita acelerada, despeinada, disculpándose hasta con el camarero por el retraso (ella lo negará) y, cuando por fin nos quedamos a solas en la mesa, tardó un microsegundo en confesar: «Me vas a perdonar, Xavi, pero me ha llegado tu libro esta mañana y no me he leído ni una frase, así que va, explícame de qué va». Estuvimos charlando casi una hora. Al día siguiente leí el resultado de aquella entrevista y me pasó lo de siempre: aún hoy creo que es una de las mejores que me han hecho.
Con Lola ocurre que no importa que esté en Etiopía, Zanzíbar, Namibia, recogiendo un premio en Barcelona o en una mesa de un hotel céntrico de Madrid; siempre me la imagino sacándole la lengua a la cámara y, de paso, a la vida.
Introducción
¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
«¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?» fue la pregunta del millón un 13 de noviembre de 2014. En Adís Abeba, la capital de Etiopía, llovía a las diez de la noche. En las calles, empapadas y oscuras, sin apenas farolas, solo permanecían algunos paisanos, resguardados en los portales, que cubrían sus cuerpos con gruesas mantas; tan solo las caras quedaban visibles. Y yo era esa chica. Una mujer extranjera de treinta y un años que pisaba África por primera vez. Sin más compañía que una mochila al hombro y con más miedo que vergüenza. Maldiciendo, preguntándome por qué estaba allí, qué había pasado en los últimos días para que, de golpe, me viera fuera de mi seguro y confortable hogar en Madrid y escupida allí, en medio de la nada más remota, una noche de lluvia y oscuridad.
Página siguiente