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Ramón de la Vega - Una parte del mal

Aquí puedes leer online Ramón de la Vega - Una parte del mal texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Caligrama, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Una parte del mal: resumen, descripción y anotación

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Una obra de estructura clásica, pero de tema profundamente moderno, de esa modernidad en la que se reconoce que nuestros placeres y tragedias se mantienen hoy como un eco inagotable de lo que vivieron, muchas veces con sorpresa o estupor, otros hombres y mujeres de otras épocas. El mal es el protagonista de la obra o, más exactamente, «el pequeño mal», por utilizar las palabras de uno de los protagonistas; en este caso Carmen, una joven comprometida y necesitada de justificaciones más altas, pero que, en el momento de concluir el libro, está a punto de quedar atrapada por aquel al que se opuso, por el único personaje que, en la obra, representa abiertamente la manifestación cotidiana del mal.

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Esta es una obra de ficción Cualquier parecido con la realidad es mera - photo 1

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

Una parte del mal

Primera edición: junio 2018

ISBN: 9788417447076
ISBN eBook: 9788417447854

© del texto:

Ramón de la Vega

© de esta edición:

, 2018

www.caligramaeditorial.com

info@caligramaeditorial.com

Impreso en España – Printed in Spain

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Primer acto

Escena I

(Un salón que da a un jardín. Primera hora de la tarde. Carmelo y Ricardo, entre treinta y cinco y cuarenta años. Bien vestidos, aspecto cuidado, el pelo corto, los zapatos relucientes, aire satisfecho. Estamos en Madrid en el otoño de 2006).

CARMELO: Te equivocas: ser ambiguo no es un defecto, es una virtud.

RICARDO: (Con una ironía que prolongará en sus sucesivas respuestas).

Claro, la virtud que a ti te conviene.

CARMELO: No es bueno que la gente sepa todo de ti desde el primer momento.

RICARDO: Sí, lo sé, ya me lo has dicho otras veces, pero eso vale, supongo, sobre todo para la manera cómo te comportas tú con los demás, ¿verdad?

CARMELO: Estar preparado, ser sutil cuando es necesario, estar dispuesto para el disfraz, para la pequeña astucia y el gesto oportuno, saber utilizar las palabras más convenientes en el momento adecuado…

RICARDO: ¿El momento adecuado? Será, imagino, el más adecuado para ti, ¿no?

CARMELO: Nada es fácil, eso está claro, y, además, está bien que sea así, la vida ha sido siempre lucha y ambición, pero precisamente por eso es necesaria la sutilidad y la fuerza y jugar con todas las posibilidades. Lo normal, si sabes utilizarlas, es que las cosas te vayan bien y te acabes llevando el premio.

RICARDO: Lo sé, lo sé, es una de tus virtudes: cuando el premio se presenta, tú siempre estás ahí para recogerlo, aunque ese premio no estuviera destinado a ti.

CARMELO: ¿Pretende ser una ironía?

RICARDO: (Sin atender a las palabras de Carmelo).

Claro que lo verdaderamente interesante en ese caso sería saber qué es lo que le has hecho entre tanto a la persona a la que iba destinado. ¿La has persuadido utilizando únicamente tu buen tacto o te has servido de otros medios?

CARMELO: (Displicente).

Qué estúpido puedes llegar a ser a veces. No entiendes nada. ¿Desde cuándo hacer las cosas bien es una ofensa contra nadie? Ser oportuno, astuto, flexible, calculador, todo eso son signos de inteligencia.

RICARDO: ¿Inteligencia? Puede ser. Pero esa misma inteligencia debería servirte para reconocer que ser calculador con los otros es, antes que nada, un signo de desprecio hacia ellos, ¿no crees?

CARMELO: Es que, sinceramente, entre inteligencia o desprecio, no hay tanta diferencia.

RICARDO: Hombre, alguna debe haber, al menos para quien la padece.

CARMELO: Lo importante es que hay un punto en el que la gente ya no distingue entre una y otro.

RICARDO: No sé a qué gente te refieres.

CARMELO: A los que tienen ambición. Ellos saben lo difícil que es cumplir con esa ambición y, a veces, precisamente por el esfuerzo que realizan, no pueden evitar despreciar a quienes no la tienen.

RICARDO: ¿No pueden evitar despreciar? Es increíble lo bien que te definen esas palabras. Aunque tengo que reconocer que últimamente está muy de moda. No sé por qué, pero todo el mundo se ha puesto a despreciar a todo el mundo, la gente desprecia ahora con la misma facilidad con la que respira. De todos modos, me interesa más lo otro que has dicho. Eso de que es difícil cumplir con la propia ambición. Conociéndote, a lo mejor lo dices porque antes tienen que tragarse sus propios escrúpulos, ¿no?

CARMELO: ¿Qué pintan aquí los escrúpulos? Lo que hacen es simplemente tratar de cumplir sus objetivos.

RICARDO: Por supuesto, eso estoy diciendo, cumplir sus objetivos… pero sin escrúpulos.

CARMELO: Hombre, ya estamos. ¿Tienes que ser siempre tan blando e irracional?

RICARDO: Curioso, yo pensaba que el irracional eras tú y no yo, pero en todo caso, sinceramente, no creo que llegue nunca a serlo tanto como todos esos pícaros y expertos en trampas y chapuzas a los que tú defiendes.

CARMELO: A lo mejor te crees muy inteligente con ese comentario, pero en realidad lo único que demuestra es lo ridículamente blando que eres. Algunas veces me llego a preguntar si, cuando miras a tu alrededor, ves otra cosa que no sea un mundo lleno de seres malvados aprovechándose de unas pobres víctimas entre las que supongo que te incluyes a ti mismo. Dime, ¿existe algo más, para ti, aparte de eso?

RICARDO: Por supuesto que existe.

CARMELO: Entonces, ¿por qué no te dejas ya de tonterías y reconoces el mérito de las personas que aspiran a algo, de las personas que de verdad cuentan y quieren que su nombre se oiga y vaya más allá del pequeño círculo en el que viven? ¿Qué tipo de mundo es el que tú quieres? ¿Un mundo blando sin lucha ni esfuerzos que no existe en ninguna parte? Sigues sin entender que en la vida hay que elegir: o asumes de una vez que el mundo es real y duro, o te inventas, como haces tú, algo blando y ficticio que al final nadie se cree y que acaba siendo asfixiante.

RICARDO: Suena muy bien eso de un mundo real y duro, y un poco menos lo de asfixiante, pero a qué te refieres con eso de las personas que de verdad cuentan. ¿A los que tienen dinero? ¿La fama, la televisión, el poder?

CARMELO: Da igual cómo o el qué. Lo que importa es que tu nombre vaya más allá del pequeño mundo en el que has crecido, que se te conozca, que se te odie o que se te admire porque has querido ir más lejos y escapar a una vida anodina y sin brillo. Por encima de todo, que tu vida no transcurra de manera prácticamente invisible. A mí eso me repugna. Y, desde luego, si es posible, tener dinero, la mayor cantidad de dinero posible porque el dinero sirve para todo y lo permite casi todo, y eso lo convierte en una virtud más real y palpable que muchas otras.

RICARDO: Vaya, realmente hoy estás inspirado. Pero una cosa: si el dinero es una virtud, lo lógico sería concebirlo como una forma de santidad, ¿no?, quiero decir que con cada millón que uno acumula, como está acumulando virtud, se está haciendo también un poco más santo.

CARMELO: ¿Tengo que reírme?

RICARDO: ¿Quieres decir que no estás de acuerdo?

CARMELO: ¿De acuerdo? Es realmente agotador que simplifiques siempre tanto todo lo que digo.

RICARDO: ¿Y no se te ha ocurrido pensar que podría ser que no fuera yo quien simplifica, sino que tus argumentos no son muy convincentes? Por ejemplo, creo que estás pasando por alto un detalle importante, y es que, en tu definición de esas personas llenas de ambiciones y con deseos de destacar a las que antes te referías, caben muchos ejemplos que no son precisamente dignos de elogio: ladrones, tiranos, suicidas que se quitan la vida matando brutalmente a muchos inocentes o asesinos que acribillan a decenas de personas para expresar su frustración, y tantos otros locos excéntricos con más o menos ganas de hacer el mal... Es evidente que son muchas las razones para merecer la atención o la curiosidad de los demás y para abandonar esa vida anodina de la que tú hablas. Reconócelo, por más que lo lamentemos, quiero decir, por más que algunos lo lamentemos, uno puede dejar una huella en la conciencia de millones de personas simplemente por haber sido más mezquino o más brutal o más destructivo que todos los demás. Aunque ya sé que para ti todo eso son detalles menores.

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