Cómo sanar las heridas del abuso
© 2014 God Crazy/Bella Publishing
Todos los derechos reservados.
Derechos internacionales registrados.
Publicado por B&H Publishing Group
Nashville, Tennessee
ISBN: 978-1-4336-8421-0
Publicado originalmente en inglés por Aspire Press, una división de Rose Publishing, Inc., con el título Abuse to Favor © 2013 God Crazy/Bella Publishing.
Traducción al español: Cecilia Romanenghi
Diseño interior: Tomás Ortiz
Ninguna parte de esta publicación puede reproducirse, guardarse en un sistema de reproducción, publicarse en Internet o transmitirse de ninguna forma o ningún medio sin el previo permiso escrito de la editorial. La única excepción son las citas breves en reseñas impresas.
Las opiniones y puntos de vista expresados en este libro son de los autores y no necesariamente expresan los puntos de vista de la editorial. Este libro tampoco pretende remplazar el tratamiento orientado a la salud mental ni el asesoramiento profesional.
A menos que se indique otra cosa, el texto bíblico ha sido tomado de la RVR 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Impreso en EE.UU.
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Las autoras
Jo Ann Aleman creció en un hogar violento y abusivo. A pesar de prometerse a sí misma que rompería el ciclo de abuso, se encontró con que buscaba relaciones que continuaban ese abuso, hasta que descubrió la verdad de la Palabra de Dios y Su voluntad para su vida.
Sharon Kay Ball es psicoterapeuta profesional y madre de tres hijos. Además de su práctica privada, Sharon es miembro del equipo de consejeros en su iglesia. Su propia experiencia personal de sufrimiento, la lucha diaria para criar sola a sus hijos y las entrevistas con sus pacientes le han dado una gran compasión y comprensión por quienes se enfrentan a las tragedias y pruebas de la vida.
Capítulo 1
La historia de Jo Ann
Jo Ann Aleman
Cuando ya no podemos cambiar una situación, nos vemos desafiados a un cambio personal.
Viktor Frankl
De niños, soñamos con lo que queremos ser, lo que queremos tener y cómo viviremos cuando crezcamos. En mi caso, los sueños estuvieron influidos por una niñez cercada por el miedo. Aunque el abuso era lo «normal» en mi familia y lo «normal» para mi mamá, mi corazoncito sabía que no era normal en absoluto. Aunque todos nos vemos condicionados de alguna manera por nuestro entorno, algo en lo profundo de nuestro ser nos revela la verdad. Yo sabía que las agresiones que mis ojitos veían en casa no eran las mismas a las que estaban expuestos otros niños en sus hogares.
Muchas noches, yacía despierta expresando lo que creía que eran oraciones a Dios, pidiendo un cambio; más adelante en la vida, descubrí que, en realidad, eran promesas que me había hecho a mí misma: Jamás viviré de este modo cuando crezca. No permitiré que un hombre me trate de este modo. No dependeré de nadie para que me cuide. Resolví en mi interior que sería diferente. Sin embargo, mi corazón clamaba por alguien que hiciera su entrada triunfal y me rescatara de todo lo que conocía. La imagen de la vida perfecta que tenía no incluía ninguna clase de maltrato. Encontraría a mi príncipe azul, alguien que me amara y que amara al Señor, alguien que me protegiera y jamás me lastimara a mí ni a la familia que tendríamos. No tenía idea de que, en realidad, necesitaba al Rey de reyes y no al príncipe azul. Muchos años de sufrimiento serían necesarios antes de que dejara atrás el abuso y me diera cuenta de que tenía el amparo de mi verdadero Salvador.
Aunque mi padre era amoroso con sus hijos y un increíble sostén económico, algunas veces, también maltrataba a mi mamá. Por lo tanto, nuestros fines de semana estaban signados por el temor. Nuestra vida familiar cambiaba drásticamente al acercarse el fin de semana. Los viernes, mi padre nunca regresaba directamente a casa luego del trabajo. Se detenía en el bar del barrio para jugar unas partidas de billar y beber hasta que a duras penas podía conducir. Una vez que llegaba a casa, el corazón nos latía con fuerza, muertos de miedo cuando comenzaban los gritos y la violencia. En cuanto él se desvanecía, mi madre nos hacía juntar rápidamente una muda de ropa —lo indispensable para la noche— y escapábamos del ambiente de ira antes de que mi padre despertara. Durante mi infancia, nos íbamos de la casa la mayoría de los fines de semana, algunas veces durante pocos días, otras veces durante más tiempo. Mi madre siempre quiso dejar definitivamente a mi padre, pero con cinco hijos, nunca se animó. Con la intención de brindarnos algo de normalidad mientras estábamos fuera de casa, nos inscribía en una escuela nueva, pero al poco tiempo nos sacaba, para volver a casa cuando mi padre prometía una vez más que cambiaría y la vida sería mejor. Lamentablemente, el caótico ciclo de abuso continuó durante muchos años.
A pesar de ser víctima del abuso, mi madre estaba decidida a mantener intacta a su familia. Fue fiel a las promesas que se hizo de niña. De pequeña, mi dulce madre había pronunciado sus propias oraciones, sin darse cuenta de que no eran más que promesas infantiles nacidas de su maltrato. Mi madre sufrió enormemente a manos de un cruel padrastro que abusó física, mental y emocionalmente de ella y de sus hermanos, hasta que crecieron lo suficiente como para defenderse por sí mismos. Se prometió a sí misma que jamás permitiría que sus hijos crecieran con un padrastro. Fiel a sus votos matrimoniales con mi padre, permaneció en la casa. No tuvimos un padrastro, pero ella no escapó del patrón de abuso que signó su vida.
El corazón nos latía con fuerza, muertos de miedo.
La imagen que tenía de cómo debe tratar un hombre a una mujer y de cómo debe responder la mujer a ese trato estaba formada por lo que había visto en mis padres. No me gustaba, y mi corazón sabía que algo andaba mal, pero el maltrato era mi «normalidad». A pesar de mis sueños de niña, el abuso conformó el escenario que me destinaría al sufrimiento. Muchas veces, pensamos en el abuso solo como algo físico; sin embargo, adquiere muchas formas. El abuso sexual, el verbal y el emocional —incluso la indiferencia— son todas perversiones del verdadero amor incondicional. Pero suele ser difícil reconocerlos. La víctima de abuso se siente inclinada a excusar al abusador porque lo ama. Aun quien no es objeto del maltrato físico, igualmente queda marcado por la experiencia de observar a un ser amado que lo sufre. Aunque tuvieron que pasar años para que esta verdad aflorara, el daño ya estaba hecho en mí.
Cuando crecí y comencé a buscar a mi príncipe azul, los efectos prolongados del ciclo de abuso de mis padres adquirieron un lugar central en mi propia vida. Sin pensar en las consecuencias, me casé por primera vez a la tierna edad de 17 años. Éramos muy jóvenes y de culturas muy diferentes. Sin embargo, todo parecía ser justo como siempre lo había imaginado en mis sueños: un hombre que me amaba, que amaba a Dios y una familia activa en el ministerio. Por desgracia, ¡esta ecuación perfecta me incluía a mí! Aparentemente era libre, pero estaba demasiado lastimada y rota en mi interior. Desesperada por alguien que me rescatara, me subí al primer tren que me llevara a la libertad.
Al poco tiempo de casados, asomó un hombre muy diferente. Aunque sabía que el matrimonio no sería el «vivieron felices para siempre» que había imaginado, a los seis meses, quedé embarazada. La pequeña Chelsi Marie Gentry trajo esperanza por un corto tiempo a un cimiento que ya estaba endeble. No quería exponer a mi hija a un padrastro, así que traté de hacer que mi matrimonio saliera adelante. Tristemente, a poco de tener a mi hija, enfermé de gravedad y pasé los próximos dos años entrando y saliendo de hospitales. Finalmente, tuvieron que hacerme una histerectomía, con lo que perdí toda posibilidad de tener más hijos. Con solo 20 años, sentía que ni siquiera era una mujer completa. Sentía que no valía nada. Mi matrimonio se tambaleaba y luego de cuatro cortos años, nos divorciamos.
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