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Caitlin Moran - Cómo ser mujer

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Caitlin Moran Cómo ser mujer
  • Libro:
    Cómo ser mujer
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2011
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Cómo ser mujer: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Cuando me reuní por primera vez con mi agente, Georgia Garret, y me preguntó qué quería hacer, me oí decir: «¡Quiero escribir un libro sobre feminismo! ¡Un libro divertido pero polémico sobre feminismo! ¡Como La mujer eunuco, pero hablando en broma de mis bragas!»

Me quedé tan sorprendida como ella; había ido a proponerle una especie de calcetín navideño «Come, reza, postales graciosas de gatos» Pero, por culpa de su entusiasmo instantáneo («¡Perfecto! ¡Escribe ese libro! ¡Ya!») y de mi convencimiento de que, si escribía un libro, estaría en mi derecho de fumar, acabé escribiendo Cómo ser mujer en una fulgurante nebulosa de cinco meses. Fumé un montón. Al final, mis pulmones parecían dos calcetines llenos de arena negra. Pero, mientras estuve metida en faena, ella fue quién más ánimos y diatribas me inspiró, y se lo agradezco desde el fondo de mi corazón destrozado por el tabaco.

Mi maravilloso editor, Jake Lingwood, y todo el equipo de Ebury fueron igual de «¡Uuuuh!» durante todo el proceso, incluso cuando hice campaña para poner en la portada del libro mi barriga desparramada por encima de una mesa, con «Así es la barriga de una mujer REAL». Gracias, chicos. Sobre todo por el dinero. Me lo gasté en una cocina nueva y un bolso. ¡Sí! ¡Feminismo! ¡Uuuuh!

Gracias a Nicola Jeal, Louise France, Emma Tucker, Phoebe Greenwood y Alex O’Connell de The Times, que hicieron gala de una paciencia cálida y sexy el verano en que las llamé una y otra vez para decir: «¿Me perdonáis la columna de esta semana? Estoy escribiendo un libro sobre FEMINISMO, por el amor de Dios, no intentéis ENCADENARME al RECUENTO DE PALABRAS QUE HE PACTADO EN MI CONTRATO, no me deis la tabarra con el Hombre», aunque todas eran mujeres de lo más razonables e insistían en que me tomara ese tiempo libre.

Mi familia fue, como siempre, una fuente de risas y diversión, y fantástica a la hora de llevarme al pub cuando estaba demasiado estresada, insistiendo en que me emborrachara y fingiendo después que todo el mundo se había olvidado la cartera en casa. Mis hermanas —Weena, Chel, Col y Caz— son las feministas más acérrimas a este lado de Greer, y estuvieron siempre ahí para impedir que mi entusiasmo por el proyecto se enfriara, recordándome especialmente cuánto le gustaba a Carl Jung azotar a la gente con un paño de cocina hasta que le asestaban un puñetazo. No sé por qué me resultaba eso tan inspirador, pero era así. Y mis hermanos —Jimmy, Eddie y Joe— son también mis hermanas en «La Lucha», excepto cuando me tiran al suelo gritando: «¡Es hora de hacerte picadillo!»

Gracias eternas al temible Alexis Petridis, quien, aunque me pasé un verano entero llamándole por teléfono, llorando: «¡Creo que este libro es imposible, Alexis! ¡Escríbelo por mí, Alexis! ¡Aunque seas una parte del patriarcado!», jamás me dijo que él también tenía un trabajo, y que no me entendía nada por lo mucho que gimoteaba.

Y a las mujeres de Twitter —Sali Hughes, Emma Freud, India Knight, Janice Turner, Emma Kennedy, Sue Perkins, Sharon Horgan, Alexandra Heminsley, Claudia Winkleman, Lauren Laverne, Jenny Colgan, Clare Balding, Polly Samson, Victoria Coren y sobre todo la formidable y sin duda aterradora Grace Dent— que me recordaban a diario que hay montones de mujeres divertidas y bien documentadas, y que realmente necesitaba poner el listón muy alto si quería competir con ellas. Gracias también a las Mujeres Honorarias de Twitter —Dorian Lynskey, Martin Carr, Chris Addison, Ian Martin, David Quantick, Robin Turner, David Arnold— por ser los mejores compañeros de oficina imaginarios del mundo; y especialmente a Jonathan Ross y Simon Pegg, por sus citas increíbles. Y a Nigella, cuyo comentario me hizo gritar de alegría.

Lizzie y Nancy, os quiero, tesoros, y siento mucho que mami tuviera que estar lejos todo el verano, pero la verdad es que el tío Eddie juega mucho mejor con vosotros a Mario Kart; y en cuanto os enseñe a decir «¡Maldito seas, Patriarcado!» siempre que os caigáis, seré la mejor de las madres.

Finalmente, me gustaría dedicar este libro (como si estuviera en un escenario o algo parecido, a punto de tocar «Paradise City», en vez de tecleando en un portátil sin que nadie me vea) a mi marido, Pete Paphides, el feminista más exaltado que he conocido jamás, hasta el punto de que fue él quien me enseñó lo que es el feminismo, o lo que debería ser, al menos: «Ser todo el mundo educado con todo el mundo.» Te quiero mucho, mi amor. Y fui yo quien rompió aquel pomo de la puerta trasera. Me caí sobre él cuando estaba borracha y quería ser Amy Winehouse. Ahora lo puedo admitir.

1. ¡TENGO LA REGLA!

Creía que era algo opcional. Sé que las mujeres tienen la regla todos los meses, pero nunca pensé que pudiera ocurrirme a mí. Había supuesto que podría librarme, quizá porque no me hace ninguna gracia. La verdad es que no me parece ni útil ni divertido, y no hay manera de que encaje en mis planes.

¡No debes preocuparte!, me digo alegremente, mientras hago los diez abdominales de la noche. ¡El capitán Moran no va a pasar por eso!

Me estoy tomando muy en serio la lista de «Cuando tenga 18 años». He activado la campaña «pérdida de peso»: no sólo sigo sin comer galletas de jengibre, sino que además hago cada noche diez abdominales y diez flexiones. En casa no tenemos espejos de cuerpo entero, así que no tengo ni idea de cómo voy, pero imagino que, con este régimen de campamento militar, en Navidad estaré tan esbelta como Winona Ryder.

Hacía sólo cuatro meses que sabía que iba a tener la regla. Mi madre jamás nos había hablado del tema. «Pensé que os enteraríais viendo Luz de luna», me contestó, distraídamente, años después cuando se lo pregunté. Y si descubrí lo de la menstruación, fue gracias a un prospecto de tampones que alguna colegiala había metido en nuestro seto al pasar por delante de casa.

—No quiero hablar de eso —dice Caz cuando entro en la habitación con el prospecto, e intento enseñárselo.

—Pero ¿has visto? —le pregunto, sentándome en un lado de su cama.

Ella se va al otro extremo. A Caz no le gusta la «proximidad». Se vuelve muy irascible. En una casa de protección oficial con tres dormitorios y donde viven siete personas, ella está casi siempre furiosa.

—Mira…, aquí está el útero, y aquí la vagina, y el tampón se extiende a lo largo y a lo ancho para rellenar el… agujero —le digo.

Sólo he leído el prospecto por encima. La verdad es que me ha impresionado mucho. El corte transversal del sistema reproductivo femenino parece muy complicado, y nada práctico, como una de esas jaulas carísimas para hámsters de la marca Rotastak, llenas de túneles por todas partes. Y, bueno, no estoy nada segura de querer todas esas cosas dentro. Creo que pensaba que sólo estaba hecha de carne compacta, desde la pelvis hasta la nuca, con los riñones embutidos en algún lugar. Como una salchicha. No sé. La anatomía no es mi punto fuerte. Me gustan las novelas románticas del siglo XIX, donde las heroínas se desmayan bajo la lluvia, y las memorias de guerra de Spike Milligan. No se habla mucho de la menstruación en ellas. Todo esto me parece un poco… innecesario.

—Y pasa todos los meses —le digo a Caz, que se ha metido debajo del edredón completamente vestida y con las botas de agua puestas.

—Quiero que te vayas —dice bajo el edredón—. Estoy haciendo como si estuvieras muerta. Lo último que quiero es hablar de la menstruación contigo.

Mi voz se desvanece.

Nil desperandum! —pienso—. ¡Siempre encontraré a alguien que me escuche y con quien compartir una alegre charla!

La estúpida perra nueva está debajo de la cama. Se ha quedado preñada de Oscar, un perro enano que vive al otro lado de la calle. No entendemos cómo ha podido ocurrir, ya que Oscar es uno de esos perrillos falderos, apenas un poco más grande que una lata de judías de tamaño familiar, y la estúpida perra nueva un pastor alemán adulto.

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