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Prólogo
Daniel Lizárraga
Quienes nacimos antes del año 2000 estábamos acostumbrados a mirar a los ex presidentes de México como seres enmudecidos, sombras del pasado. Los diarios dejaban de publicar sus rostros. Los noticieros de radio apagaban sus voces. De vez en vez se les dejaba ver de nuevo en algún aniversario de su partido o quizá en el velorio de un personaje importante; un dinosaurio, como les decíamos en mi generación —y también en las anteriores— a los priistas quienes retuvieron el poder en México durante 71 años.
No estorbar era una regla no escrita dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la cual se quebró cuando Vicente Fox (2000-2006) entregó la banda presidencial a su compañero Felipe Calderón (2006-2012). Ambos, militantes del derechista Partido Acción Nacional (PAN), se han transformado en críticos de su propia fuerza política que los llevó a la residencia oficial de Los Pinos, en detractores de todo lo que para ellos huela a izquierda, algunas veces opinan sobre la economía y, de vez en cuando, critican al gobierno actual.
Vicente Fox no ha dejado de hablar en 11 años: su nombre en los buscadores de internet arroja 5 900 000 menciones en menos de un segundo. Sus declaraciones enervan a los militantes de su propio partido, suelta refranes, critica a Donald Trump, ensalza las reformas petrolera y energética, despotrica contra la ley que obligará a los servidores públicos a transparentar sus declaraciones de impuestos, fiscal y de intereses y, siempre que puede, insiste en su rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto.
En este libro el reportero Raúl Olmos logró levantar la alfombra que pisa el ex presidente cuando habla. Y muestra que más allá del enojo que pueda causar con algunas de sus declaraciones o de las risas provocadas en otros con sus chistes, es un personaje que no debemos mirar con indiferencia, como parte del paisaje cotidiano. Se trata de un ex mandatario que ha logrado amasar una fortuna imposible de explicar sin el poder que tuvo en la residencia oficial de Los Pinos.
Cuando Fox inició su sexenio estaba en quiebra, luego usó el poder de su investidura para rescatar a las empresas de sus hermanos, más tarde fue tejiendo —junto con su 5
esposa Marta Sahagún— una red de empresas y casi al final de su mandato garantizó que las tierras en disputa con ejidatarios de Guanajuato quedaran legalmente en manos de su familia.
Ahora como ex presidente tiene acciones en una empresa petrolera que pronto peleará por licitaciones con Pemex. Vicente Fox les ha abierto las puertas con el gobierno para tener detalles sobre cómo serán esos concursos. Es decir, con una mano apoya públicamente a Peña Nieto por la reforma energética y con la otra cobrará dividendos.
Este libro es una autopsia a las palabras del ex presidente que nunca deja de hablar.
Cuando se terminan de leer tan sólo los dos primeros capítulos, “La cárcel latente” y
“Los negocios del ex presidente”, ya no se puede escuchar a Fox con indiferencia.
“Es legal lo que hizo”, seguramente dirán quienes ven con naturalidad que se hagan negocios a la sombra del poder. Y quizá no les falte razón.
Dentro del grupo de periodistas que trabaja en la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) —de la cual forma parte el autor de este libro— nos hemos enfrentado a menudo con reglamentos y normas con hoyos negros, márgenes discrecionales que, precisamente, legalizan la corrupción. Un marco jurídico hecho a la medida de quienes toman ventaja de las posiciones de gobierno obtenidas mediante el voto —como el caso de Fox— y de los empresarios dispuestos a sobornar para ganar contratos.
Una tarde de mayo de 2016, durante una reunión para planear reportajes, Raúl Olmos propuso escudriñar a su paisano. Desde algunos meses atrás rondaba en su cabeza la idea de investigar los negocios del ex presidente, pero no había tiempo para hacerlo.
En marzo de 2009 se había publicado una fotografía de Vicente Fox conduciendo un jaguar blanco rumbo a su rancho San Cristóbal, en San Francisco del Rincón, Guanajuato. Luego, en octubre de 2015 ya lo había renovado por un Jaguar color cereza.
“¿Cómo es posible que tenga autos de lujo?”, se preguntaba. Más allá del precio por un auto de lujo que pudiera pagar a crédito con su pensión de ex presidente —alrededor de 100 000 pesos cada quincena— le inquietaba la transformación del personaje.
Como periodista del diario am, de León, aún recordaba a Fox a bordo de una camioneta vieja, desvencijada, en sus primeros días como gobernador de Guanajuato. Su vida era de clase media. En su primera declaración de bienes inscribió una vaca, una estufa y un préstamo de 70 000 pesos hecho por su amigo Lino Korrodi.
Las primeras búsquedas en registros públicos mostraban al menos 10 empresas relacionadas con su familia y la Hacienda San Cristóbal se había transformado en un hotel. La siembra de hortalizas cobraba dimensiones descomunales: las lechugas marca Eva inundaban los supermercados de todo el país. Los socios del negocio eran los hermanos del ex presidente, quienes habían sido rescatados de la quiebra con la ayuda 6
del propio Vicente Fox poco tiempo después de llegar a Los Pinos.
¿Cómo lo hicieron? Había que reconstruir esa historia. Una investigación periodística que pretenda levantar la alfombra de los hombres del poder —político y empresarial—
implicará que los reporteros estén empapados del tema, que se metan en la cabeza no dejar un solo dato suelto, una sola pista sin olisquear.
Tres reporteras: Valeria Durán, Lucía Vergara y Dulce González fueron enviadas al Hotel San Cristóbal durante tres días haciéndose pasar por turistas, mientras Raúl Olmos escudriñaba en registros públicos.
El hotel se había convertido en un spa con salones para fiestas de 15 años, bodas, primeras comuniones, graduaciones, seminarios y conferencias. Uno de los empleados en Los Pinos, Pablo Jiménez, asignado como auxiliar administrativo de Vicente Fox —
como parte de sus beneficios como ex presidente— está encargado del negocio. Tan sólo en 2015 ganaron 4.9 millones de pesos.
Marta Sahagún y Vicente Fox han participado en al menos 32 compañías. Antes del año 2000, los negocios familiares estaban en bancarrota. Congelados Don José, Botas Fox y la productora agrícola El Cerrito debían 12 millones de dólares a seis bancos. El 4
julio de 2001, a los seis meses de iniciado el gobierno foxista, las empresas fueron rescatadas. Actualmente, El Cerrito puede almacenar 5 000 toneladas de papa al año, y ha logrado ampliar su producción a Sonora y Baja California Sur.
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