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SINOPSIS
Hace falta valor, personal y cívico, para hacer declaraciones que se avienen mal con la nueva corrección política. Más todavía cuando esa declaración se produce en defensa de una institución que está viviendo uno de los momentos más desafortunados —una sucesión de annus horribilis— de este siglo, fruto de errores, propios y ajenos, que la cuestionan más allá de las críticas habituales. Por lo visto en estas páginas, a Sergio Vila-Sanjuán valor no le falta.
El prestigioso periodista catalán repasa cuatro generaciones de monarcas españoles —de Alfonso XIII a Felipe VI— a partir de la relación de su familia —su abuelo y su padre, monárquicos convencidos— con ellos. Mezclando la panorámica amplia con la más íntima, recorre la historia del país a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI , y argumenta justificadamente su filiación monárquica «por razones objetivas, subjetivas y también familiares». Aparte del jugoso anecdotario y la galería de singulares personajes históricos, el autor pone especial interés en subrayar la implicación de la monarquía con el mundo cultural.
No se trata tanto de defender un mal menor, sino de razonar la necesidad de una institución que sirvió de garante último de la unidad, la paz civil y el progreso en un país como el nuestro, tan dado a los odios cainitas, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre. Un libro valiente que anima al debate.
Por qué soy monárquico
Una historia familiar SERGIO VILA-SANJUÁN
Introducción
Me considero monárquico. Por razones objetivas, subjetivas y también familiares.
En este libro pretendo argumentarlas sintéticamente, y a la vez mostrar lo que los últimos cuatro reyes de la historia de España —uno de ellos no reinó, pero para sus seguidores sin duda fue rey— han significado para tres representantes de mi familia: mi abuelo, mi padre y yo mismo. Periodistas y escritores que a lo largo de tres generaciones nos hemos aproximado a la monarquía española desde nuestra atalaya profesional y humana, y que, aunque no hemos tenido un trato estrecho, sí ha sido, en varias ocasiones, directo.
Algún amigo, en ocasiones, me ha dicho: «No entiendo qué razones puede haber para ser monárquico hoy en día». Y después de que la cuenta suiza de Juan Carlos I se hiciera pública en marzo de 2020, mi amigo insistió: «Ahora sí que la monarquía es indefendible». Yo creo que, pese a puntos indiscutiblemente negativos como el mencionado, la institución monárquica no sólo es defendible, sino que va a seguir rindiendo buenos servicios a la sociedad española.
Que hoy en día esto sea un tema de debate ha constituido uno de los estímulos para escribir este libro. Quizá ahora conviene explicitar posiciones que en otro momento podían mantenerse en el plano más privado.
Por mis propios principales intereses, esta crónica impresionista, y declaradamente personal, privilegia dos puntos: la relación de los monarcas con la cultura, y la que han mantenido con la ciudad de Barcelona. Y también recoge, sin ánimo exhaustivo, un cierto entorno de personajes singulares que muestran la atmósfera que ha rodeado ese monarquismo.
Me considero monárquico. Pero ahora, sobre todo, felipista. El porqué también lo explico en estas páginas.
Un gentilhombre
de Alfonso XIII
—Y bien, Pablo, ¿cómo has visto la situación en África? —preguntó el monarca.
Mi abuelo Pablo Vila San-Juan había recibido la invitación de Alfonso XIII a su regreso de Marruecos. Más exactamente, tras volver de cubrir, para el vespertino barcelonés El Noticiero Universal , la triste, cruel e impopular guerra que allí se libraba. Sus artículos de los años 1921 y 1922, salvando sólo en parte la implacable censura del momento, daban fe de la desmoralización y malas condiciones en que se movía el ejército español allí destinado.
El rey, recordaría Pablo, «sin haberla yo pedido», le convocó a una audiencia especial a través de su secretario particular, el marqués de la Torre de Mendoza. Conducido mi abuelo a un gabinete del Palacio Real, don Alfonso, sentado en un silloncito, le alargó un cigarrillo largo con la corona real en la boquilla y le interrogó sobre el conflicto magrebí y sobre Barcelona:
—He leído tus crónicas —señaló— y, aunque con algunas, muy fuertes, no puedo estar oficialmente de acuerdo, en realidad lo estoy.
«Esto abrió de par en par mi confianza en el diálogo, y puedo asegurar que salí con la convicción de que había hablado con un hombre íntegro, de clara mentalidad, y de elevada fineza espiritual, al que su destino encadenaba al silencio, o por lo menos a la prudencia, en la mayoría de sus enfrentamientos con los hombres y cosas que le rodeaban», escribió muchos años más tarde el periodista.
No es que Pablo Vila San-Juan fuera un recién llegado al mundo monárquico. Desde sus años jóvenes había militado en las juventudes alfonsinas barcelonesas, y más tarde fue un habitual colaborador de la prensa conservadora fiel a la Corona. Aun así, constituyó para él una grata sorpresa cuando el monarca le comunicó que iba a concederle la llave de gentilhombre de su real cámara —un honor palaciego apreciado, que le incluía entre las llamadas «clases de etiqueta», pero sin funciones específicas—, argumentando además que tal dignidad respondía exclusivamente a su trabajo periodístico, «con independencia absoluta de toda consideración política, heráldica, ni situación social».
La Belle Époque y su reverso
Alfonso XIII nació rey: un caso excepcional en la historia. Su padre, Alfonso XII, había muerto con veintisiete años en 1885; su madre, María Cristina de Habsburgo, estaba embarazada (y aunque no lo sabía, era de su primer varón). Hubo una crisis política y la sucesión quedó paralizada hasta su nacimiento, siendo inmediatamente proclamado monarca (en España no hay ceremonia de coronación, que además en este caso hubiera resultado complicada).
Y tuvo un largo reinado que, como recordaba el periodista José Ramón Alonso, se extendió en el período que va de Bismarck a Hitler, de Alejandro II de Rusia a Stalin, de los años triunfales de la reina Victoria a la consolidación de Estados Unidos como primera potencia municipal.
Existió una Belle Époque alfonsina. La recogió en sus artículos el marqués de Valdeiglesias, que fue jefe de mi abuelo en el diario La época , el medio informativo monárquico por excelencia hasta la aparición de ABC . Según recuerda el marqués en sus Memorias , «en los años que median entre el principio del siglo y el comienzo de la guerra de 1914, continuó disfrutando la buena sociedad de una vida alegre y fácil. […] Época aquella frívola, sin duda, en que se había perdido el recuerdo de la revolución de 1868».
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