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Jo Beverley - Dulce seducción

Aquí puedes leer online Jo Beverley - Dulce seducción texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Titania, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Dulce seducción: resumen, descripción y anotación

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Dulce seducción — leer online gratis el libro completo

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J O B EVERLEY

D ULCE S EDUCCIÓN

Titania Editores ARGENTINA CHILE COLOMBIA ESPAÑA ESTADOS UNIDOS - photo 6

Titania Editores

ARGENTINA — CHILE — COLOMBIA — ESPAÑA
ESTADOS UNIDOS — MÉXICO — PERÚ — URUGUAY — VENEZUELA

Título original: Seduction in Silk

Editor original: Signet Select – Published by New American Library, a division of Penguin Group (USA). New York

Traducción: Yuliss M. Priego

1.ª edición Junio 2014

Todos los nombres, personajes, lugares y acontecimientos de esta novela son producto de la imaginación de la autora, o son empleados como entes de ficción. Cualquier semejanza con personas vivas o fallecidas es mera coincidencia.

Copyright © Jo Beverley, 2013

All Rights Reserved

Copyright © 2014 de la traducción by Yuliss M. Priego

Copyright © 2014 by Ediciones Urano, S. A.

Aribau, 142, pral. – 08036 Barcelona

www.titania.org

Depósito Legal: B-13.236-2014

ISBN EPUB: 978-84-9944-720-9

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

Agradecimientos

E ste libro es especial en muchísimos aspectos y le doy gracias a mi marido, Ken; a mi familia; a mi maravillosa agente, Meg Ruley, y a mi editora, Claire Zion; y a todo el personal de la New American Library. Y, por supuesto, a vosotras, mis lectoras, que aviváis el fuego. ¡Gracias!

Capítulo

Septiembre de 1765

Perriam Manor, Surrey

E l honorable Peregrine Perriam se acercó al lecho de muerte con desagrado.

La mañana ya estaba bien entrada, pero las ventanas seguían cerradas y las cortinas echadas, creando un ambiente de pesadumbre que atrapaba los olores a enfermedad, putrefacción y a algo perfumado diseñado para disimular los dos anteriores.

Una hilera de velas junto a la cama iluminaba sus grandes y oscuros postes de madera de roble y sus aterciopelados cortinajes de color carmín. Esta parecía datar del siglo XVI . Perry se había llevado la misma impresión con la casa. Los oscuros paneles de madera que tapizaban todas las paredes parecían ser los mismos desde el día en el que la reyerta por ganar Perriam Manor había empezado. Era como si un toque más moderno pudiera hacerles perder puntos en la larga batalla.

Debería haber ignorado la garabateada citación de Giles Perriam, pero nadie en su familia podría desdeñar nada que tuviera que ver con Perriam Manor y menos aún una carta que rezumaba tal alarde de malicia.

He redactado un nuevo testamento. Te he nombrado mi heredero. Si quieres saber qué más he hecho, será mejor que vengas rápido.

Había querido negarle a Giles cual fuera que fuese el placer retorcido que estaba buscando, pero el «te he nombrado mi heredero» lo había llevado hasta allí en menos que canta un gallo.

Era imposible.

Según su rama de la familia Perriam, esa casa de estilo Tudor y sus tierras eran la «finca robada»; su pérdida fue el amargo legado de una división de propiedades que tuvo lugar siete generaciones antes. Recuperarla era una causa sagrada, pero el único modo de lograrlo era que la otra rama de la familia, la de Giles, no consiguiera alumbrar a un heredero varón directo. En ese caso, por un pacto legal, la propiedad debía pasar a la rama más antigua de la familia, encabezada en esos momentos por el padre de Perry, el conde de Hernescroft.

El conde había observado con satisfacción los vanos intentos de Giles por traer al mundo a un heredero varón vivo. Cuando la salud de este se malogró, aquel se frotó las manos y casi pudo saborear la victoria; por fin la antigua injusticia se arreglaría y él seguía vivo para verlo con sus propios ojos.

«Te he nombrado mi heredero.» Eso no era posible. Y luego seguía con el «si quieres saber qué más he hecho».

Giles no era estúpido. Era un depravado y un retorcido sin ningún tipo de moral ni escrúpulos, pero no estúpido. Fuera cual fuese el plan que habiera trazado, daría mucha guerra.

Perry estudió al hombre recostado en los almohadones, cual esqueleto revestido de antiguos pergaminos. Giles había sido rollizo, pero ahora su rostro estaba dominado por su puntiaguda nariz y unos pómulos prominentes. Además, sus ojos hundidos estaban más marcados que de costumbre por unas profundas ojeras. Una mano cadavérica yacía sobre el cubrecama rojo carmín con los dedos flexionados y formando una garra.

¿Qué buscaba conseguir Giles exactamente estando tan cerca de su muerte?

Había varias personas en la habitación —un clérigo taciturno, un médico sin levita y algunos sirvientes— pero Perry se centró en el hombre moribundo mientras se aproximaba a la cama.

Cuando llegó a sus pies, el clérigo se inclinó hacia adelante.

—El señor Perriam está aquí, señor. El heredero que usted ha elegido.

—Elegido… —gruñó el primo Giles sin abrir los ojos—. No habríamos llegado a esta situación si alguno de los míos hubiera sobrevivido.

El capellán retrocedió, afligido. La muerte de cuatro bebés varones no dejaba lugar para comentarios reconfortantes. Tres esposas, cuatro hijos, pero ningún heredero vivo.

Los finos párpados se abrieron ligeramente.

—No te quedes ahí de pie. Siéntate.

Alguien se acercó apresuradamente por detrás de Perry.

—Su silla, señor —murmuró una voz.

Perry se sentó. Era famoso por sus habilidades discursivas, pero ¿qué podía decir en esa situación?

«Lamento que te estés muriendo» sería una mentira. Sería respetuoso con él, pero nada más, sin dar muestra de una emoción que no sentía.

«¿Qué mal has hecho?» sería honesto, pero demasiado brusco para soltarlo de primeras.

Perry eligió quedarse en silencio y dejar que el enemigo diera el primer paso.

Giles cerró los ojos otra vez. Quizá no tuviera la obligación de decir nada.

Entonces sus labios crispados se movieron.

—¿Te has casado?

—No.

¿Buscaba Giles un matrimonio que los aliara? ¿Con qué propósito? En cualquier caso, él no tenía ninguna hija.

—Soy un hombre maldito —gruñó Giles con la garganta seca—. ¡Maldito! Engendrar hijos varones y ver cómo la muerte me los arrebataba… Esposas estériles y débiles… Maldito, te lo digo yo.

—La vida es del todo impredecible. La reina Ana dio a luz a catorce y murió sin tener un solo heredero.

—Maldita —insistió Giles—. Suplantó a su padre, el legítimo rey. Su hermana María sufrió la misma suerte: murió de viruela, agonizando. Estaba maldita por su maldad. Al igual que yo. ¡Al igual que yo!

Su repentino arranque de pasión le provocó un ataque de tos y el médico le acercó rápidamente una bebida.

Si alguien merecía estar maldito, ese era Giles, pero creer en maldiciones solo era indicativo de lo perturbado que estaba.

Perry miró al clérigo y articuló en silencio: «¿Loco?», ¿loco?

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