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Gertrudis Gómez de Avellaneda - Guatimozín. Último emperador de México

Aquí puedes leer online Gertrudis Gómez de Avellaneda - Guatimozín. Último emperador de México texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1846, Editor: Linkgua, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Gertrudis Gómez de Avellaneda Guatimozín. Último emperador de México

Guatimozín. Último emperador de México: resumen, descripción y anotación

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Guatimozín. Último emperador Mexicano es una novela ambientada en la época de la Conquista. La Avellaneda consigue reflejar las aspiraciones nacionales de la Cuba del siglo XIX a través de un relato épico.

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Guatimozín. Último emperador de México — leer online gratis el libro completo

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    • Novela histórica

        • Hernán Cortés y Moctezuma

        • La familia imperial de México

        • Visita de Cortés a Moctezuma

        • La fiesta popular

        • La revista

        • La audiencia

        • Prisión de Moctezuma

        • Situación de la familia imperial

        • Moctezuma en la prisión

        • Qualpopoca

        • Acusadores, jueces y verdugos

        • La conjuración

        • La partida

        • Progresos de Cortés

        • La convocatoria

        • Nuevos presos

        • El vasallaje

        • Agitación

        • Agravase la situación de Cortés

        • Guerra

        • Muerte de Moctezuma

        • Heroísmo

        • El consejo del astrólogo

        • La noche triste

        • Fin de la noche triste

        • Amor sin esperanza

        • Terminación del amor

        • Otra pérdida

        • Guatimozin emperador

        • Esposo, padre y rey

        • Disposiciones del emperador

        • Cortés en Tlaxcala

        • Visita inesperada

        • Hernán Cortés en Tezcuco

        • La epidemia

        • Nuevas alianzas

        • Embajadas de paz y proclamas de guerra

        • Batalla de Tlacopan y Tacuba

        • Cortés de vuelta a Tezcuco y nueva expedición

        • Gloriosa defensa de Xochimilco

        • Conspiración de Villafaña

        • El senado de Tlaxcala y Xicotencalt

        • Xicotencalt

        • Cerco de Méjico

        • El plan de los treinta días y su modificación

        • Derrota de Cortés

        • Nuevos esfuerzos de Guatimozin para salvar al imperio

        • Embajada

        • Quilena y sus hijos

        • Toma Alvarado el teocali y entra Cortés en Tenoxtitlan

        • Últimos esfuerzos

        • Guatimozin prisionero

        • El martirio

Según las tradiciones, en el reinado de uno de los primeros príncipes de la dinastía azteca, el Estado de Méjico, que aún era poco considerable, sufrió las mayores persecuciones por parte de su poderoso enemigo el rey de los tepanecas. La osadía de este llegó a tal extremo, que el soberano de Méjico se vio precisado a abandonar sus dominios, y huyendo de montaña en montaña, fue perseguido incesantemente por el usurpador, que parecía resuelto a no dejarle asilo sobre la tierra. Mientras tanto el pueblo mejicano gemía en la más ignominiosa servidumbre.

Un noble azteca, varón señalado por su capacidad, emprendió la gloriosa obra de libertar a su patria y humillar la soberbia del opresor. Púsose al frente de una conjuración, en la que logró comprometer a toda la nobleza mejicana, y procuró reanimar al pueblo con esperanzas de libertad y venganza; pero había caído aquel mísero pueblo en tan completa abyección, que lejos de alentarse tembló al comprender el proyecto, temiendo que frustrada la tentativa, hiciese el tirano más dura y lastimosa su suerte. Viendo imposible el disuadir a los conjurados, les amenazó con descubrir sus designios, y para acallarle e inspirarle alguna confianza en el buen éxito de la empresa, les dijeron los nobles, que en el caso de ser vencidos se pondrían en manos del pueblo, para que entregándolos al vencedor, le diese prueba de no haber favorecido la conjuración y alcanzase gracia a precio de su sangre. Juráronlo así solemnemente, y entonces los plebeyos se obligaron espontáneamente con las mismas formalidades a servirles como a legítimos señores, dándoles una autoridad ilimitado sobre ellos y sus descendientes en el caso de que lograran vencer al tirano.

La victoria fue completa.

Algunos años después subió al trono de Méjico el jefe de aquella noble conjuración y reinó con el nombre de Moctezuma I, datando desde entonces la esclavitud del pueblo.


Los españoles llamaban caciques a los grandes vasallos del emperador de Méjico: cacique era una voz de la lengua haitiana que significa señor; pero en la mejicana su equivalente era tlatoanis, y este título se daba a los príncipes tributarios A los nobles en general los llamaban teutlis palabra que B. Díaz del Castillo traduce equivocadamente por dioses, y que en nuestro concepto solo quiere decir caballeros.


Nahuatlacas significa vecinos del lago.


Dama blanca.


El monte Ixtacihual uno de los montes más elevados de la cordillera mejicana.


Teopixques, sacerdotes.


Llamaban soles a los días.


Teocali, templo.


Huitzilopochtli, dios de la guerra, en cuyo templo depositaban los mejicanos las cabezas de las víctimas de sus venganzas.


Tatl significa padre en la lengua de los mejicanos, y zin era una voz de respeto que acostumbraban añadir cuando daban un título de afecto a una persona de rango superior. También alargaban con ella los nombres de personajes augustos, como Cacumat- zin, Guatimo- zin, y aún Moctezuma, en los manuscritos mejicanos, es designado por el nombre de Moctezuma- zin.


Creemos haber advertido ya que los mejicanos llamaban soles a los días.


El año de los mejicanos constaba, como el nuestro, de 365 días, divididos en 18 meses cada uno de veinte días, excepto el último, que tenía 25.


Solís describe con bastante extensión las ceremonias del matrimonio entre los mejicanos. «Hechos los tratados, dice, comparecían ambos contrayentes en el templo, y uno de los sacerdotes examinaba su voluntad con preguntas rituales, y después tomaba con una mano el velo de la mujer y con la otra el manto del marido, y los anudaba por los extremos, volviendo a su casa los contrayentes con este género de yugo nupcial. Visitaban en seguida el fuego doméstico, que a su parecer mediaba en la paz de los casados, y daban siete vueltas alrededor de él, siguiendo al sacerdote, con cuya diligencia y la de sentarse después a recibir juntos el calor del fuego, quedaba perfecto el matrimonio.


Llamaban a esta princesa los mejicanos Tecuixpatzin, según la costumbre que tenían de añadir la sílaba zin, entre ellos voz de respeto, a todos los nombres ilustres. Nosotros suprimimos en éste y en otros varios la sílaba final, por evitar al lector la confusión entre tantos nombres como habremos de emplear con terminación idéntica.


No tenían los mejicanos lana, lino ni seda; pero los suplían con algodón, pelo de conejo y de tlalcoyott, y también con hebras sutiles que sacaban del maguey y de la palma. El traje sacerdotal de algodón que fue enviado a Roma después de la conquista, maravilló a cuantos lo vieron y se le juzgó superior al de la más rica seda.


Al presente tecale.


La piragua se diferencia de la canoa en que es más grande y tiene quilla. Era la mayor embarcación conocida de los mejicanos antes del arribo de los españoles,


Llamábase así la ciudad de Méjico al principio de su fundación, y con aquel nombre la designaban comúnmente los naturales, a pesar de que colocada posteriormente bajo la especial protección del dios Mexitli (que según algunos era el mismo Hutzilopochtli) se la dio el nombre de Méjico, que conserva.

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