Fernando Aramburu - Vetas profundas
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- Libro:Vetas profundas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2019
- Índice:4 / 5
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Vetas profundas: resumen, descripción y anotación
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Vetas profundas — leer online gratis el libro completo
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Marginales 304
Nuevos textos sagrados
Colección dirigida por
Antoni Marí
Debemos a Octavio Paz la definición de poema como «un objeto hecho de lenguaje». La idea de que la poesía consiste en una propiedad del texto es común en quienes la cultivan y la estudian. Durante largo tiempo a mí también me complació concebir aquel objeto constituido de palabras como una suerte de recipiente. La poesía estaba en el poema como el vino espera en la botella a su bebedor.
Hoy profeso una convicción distinta sin la cual la suma de reflexiones que conforman este ensayo no habría sido posible. Recuerdo haberme abismado de joven en libros de poemas que me causaron indiferencia. Releídos algunos de dichos libros décadas después, sentí una emoción intensa asociada a la certidumbre de haber entrevisto un fondo estético y humano que en la lectura juvenil me había pasado inadvertido.
Huelga decir que los textos eran los mismos. Contenían las mismas palabras y los mismos signos ortográficos. El que había cambiado era yo. Este cambio, determinado por la edad y la experiencia, tenía como consecuencia principal el hallazgo de la poesía donde antes no la había sabido encontrar. No ignoro que en ocasiones sucede lo contrario. ¿Qué lector asiduo no se ha llevado una desilusión con páginas que lo cautivaron en tiempos anteriores?
A estas alturas de la vida, prefiero entender el poema como un desencadenante de lo poético y la poesía como una vivencia subjetiva a partir de un estímulo. Que la poesía se dé o no con motivo de un texto en verso se me figura una cuestión de segundo rango. Algo se ha movido dentro de mí con parecida intensidad a la vista de ciertos paisajes, ante un tramo de prosa o una secuencia de película, escuchando música o siendo testigo de un noble gesto moral. Este valor poético es una de las experiencias más positivas al alcance del ser humano. Por eso gusto de llamarlo valor, en el sentido de cosa grata y valiosa. No es verdad que activar lo poético (o encontrarlo y sentirlo, aunque haya que cavar muy hondo hasta dar con la veta) requiera de la alta cultura; sí de una determinada sensibilidad o, si se prefiere, de un paladar educado y predispuesto. Veo difícil que la poesía se encarne en el hombre bruto. Juzgo imposible que se consume en la ruindad.
Vetas profundas no surgió del deseo de hacer comentario de textos. Quien busque en las páginas que siguen terminología académica, erudición, estudios críticos o lecciones de literatura, hará bien en no abrir el libro. El autor ni siquiera se ha tomado la molestia de señalar el origen de sus citas. Se ha abstenido de repartir a los poetas consignados en escuelas y tendencias. Tampoco ha tomado en consideración un concepto histórico de la literatura, sino que trata por igual, como si hubieran sido contemporáneos, a Luis de Góngora o a César Vallejo, a fray Luis de León o a Alejandra Pizarnik. Las alusiones a la métrica o a cualesquiera aspectos técnicos de la creación literaria son escasas. En este libro no se reflexiona sobre poesía, poetas y poemas, sino a partir de ellos. Este es el libro, no de un experto, tampoco de un lego, sino de un degustador que de manera razonada y, a poder ser, clara intenta transmitir sus sensaciones de lectura, a menudo con relación a hechos de su experiencia vital.
Los cuarenta textos que componen estas Vetas profundas fueron publicados inicialmente, a razón de uno por mes, en el suplemento Territorios de la cultura de El Correo. El dato no es tan solo anecdótico. La publicación en el periódico limitó por motivos de espacio la elección de los poemas. De igual manera, escrita una reflexión sobre un asunto determinado, el autor descartó otros poemas no menos excelentes, de otros autores, que lo hubieran llevado a meditaciones similares. Por último, quizá no esté de más añadir que este libro no reúne poetas conforme al criterio selectivo propio de una antología.
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Jorge Luis Borges
Todo me lleva a ti; así, esta tarde
abierta al cielo azul que ha sucedido
al airado negror de la tormenta,
bajo esta luz que, más que vespertina,
me parece cegante y de mañana,
cuando atravieso el valle
y vuelvo a Jerte, sin saber por qué,
siguiendo no sé bien qué raro impulso,
curva a curva, ya sabes, cauce arriba,
hasta las mismas fuentes de la vida.
Todo es igual, pero también distinto,
y me remite a ti. Y las cascadas,
y los bancales y el río y los cerezos
parecen ser mirados por tus ojos
y a su través me hablas todavía
y vuelves a explicarme lo que importa:
sentirse aquí, feliz, y rodeado
de cuanto cualquier hombre necesita:
la luz, el campo, el árbol, la montaña,
cosas, tal vez, vulgares o anacrónicas
pero que nos confortan y nos salvan;
los seres y las fuerzas de ese mundo
solar donde vivías;
donde, para mi bien, conmigo vives.
Álvaro Valverde
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido el sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no solo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Luis de Góngora
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
Alejandra Pizarnik
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
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