ERNESTO BALLESTEROS ARRANZ (Cuenca, España, 1942) es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense y doctor en Filosofía por la Autónoma de Madrid. El profesor Ernesto Ballesteros Arranz fue Catedrático de Didáctica de Ciencias Sociales en la Facultad de Educación, además de su labor como enseñante en el campo de la Geografía, manifestó siempre un particular interés por la filosofía, tanto la occidental como la oriental, en concreto la filosofía india. Buena prueba de ellos son sus numerosas publicaciones sobre una y otra o comparándolas, con títulos como La negación de la substancia de Hume, Presencia de Schopenhauer, La filosofía del estado de vigilia, Kant frente a Shamkara. El problema de los dos yoes, Amanecer de un nuevo escepticismo, Antah karana, Comentarios al Sat Darshana, o su magno compendio del Yoga Vâsishtha que fue reconocido en el momento de su edición, en 1995, como la traducción antológica más completa realizada hasta la fecha en castellano de este texto espiritual hindú tradicionalmente atribuido al legendario Valmiki, el autor del Ramayana, y uno de los textos fundamentales de la filosofía vedanta.
Ha publicado también Historia del Arte Español (60 Títulos), Historia Universal del Arte y la Cultura (52 Títulos).
Alfombra de Cuenca. Museo de Santa Cruz. Toledo
En la zona de Chinchilla se hacían alfombras ya en tiempos de la dominación musulmana que en el siglo XVI, se tejen principalmente en Alcaraz. Su técnica consiste en conseguir la ornamentación mediante una serie de nudos de distintos colores realizados sobre la urdimbre, de tal modo que trama y urdimbre desaparecen bajo ellos.
Hacia 1500 las alfombras de Alcaraz se tejen según tres tipos de dibujos geométricos.
Las alfombras de Alcaraz y Cuenca, así como las levantinas que las copian, son de brillantes colores, entre los cuales predominan los rojos, amarillos y azules; sus lanas son finas y de calidad, igual que su tintado.
Repostero de la casa de Alburquerque. Museo de Santa Cruz. Toledo
Las relaciones de España y Países Bajos —el Rey de Castilla era Conde de Flandes— son la causa de que la fabricación de tapices sea prácticamente inexistente en nuestro país. Se recurría a la Importación masiva de tapices flamencos, trabajando los mejores tejedores para clientes españoles, entre los que estaban los Monarcas, para quienes se tejieron muchas de las más importantes series.
Por el contrario fue muy notable la producción de reposteros y paños bordados, consecuencia lógica de la calidad y abundancia de los tejidos españoles. Eran estos ricas telas de seda y oro, siendo los más usados los terciopelos labrados, brocateles y damascos, sin olvidar los de lana. Con estos materiales empleados como fondo, recortando y cosiendo sobre ellos diferentes telas y galones, se elaboraban los reposteros.
Galería bordada. Museo Arqueológico Nacional. Madrid
En el siglo XVII y para un familiar del Conde-Duque de Olivares, se debieron bordar los conocidos paños del Museo Arqueológico Nacional. Realizados en relieve con hilos de oro, plata y seda, se ha pensado que pudieran ser de fabricación mejicana. Su composición está, sin duda, inspirada en los tapices llamados «Galerías», muy numerosos en la España del siglo XVII, en los que —como en estos paños del Museo Arqueológico— unos grandes jarrones de flores se disponen entre balaustradas y columnas.
Capa del Terno de la vida de Cristo. El Escorial. Madrid
Los años centrales del siglo XVI son los del máximo apogeo del bordado «a matiz». Esta técnica permite graduar los efectos de luz, por medio de los hilos de colores, lográndose una perfección comparable a la de las obras de pintura. A principios del siglo, las escenas narrativas del último gótico se ven desplazadas por motivos ornamentales de grutesco, entre los cuales es frecuente la presencia de figuras aisladas. Sin embargo, en el último tercio del siglo, vuelve el gusto por las composiciones de tipo pictórico, variaciones que podemos seguir en la obra del taller de bordados del Monasterio de El Escorial. Allí se bordan, en un principio, los ornamentos grutescos, para acabar haciéndolos con escenas. Son estas copias de dibujos de pintores como Miguel Barroso o Diego López de Escuriaz, y su técnica la del oro matizado.
Silla de cadera con taracea. Museo de Santa Cruz. Toledo
En los siglos XVI y XVII es escaso el número y el tipo de muebles. Se reducen estos a asientos, camas, mesas, arcas, credencias, armarios, alacenas, escaparates, escritorios y papeleras.
Sus formas se fijan en el siglo XVI, y en el XVII solo variará, prácticamente la decoración. A medida que avanza el siglo XVI se van simplificando los motivos de la talla —que había empezado siendo verdadera escultura de motivos renacentistas— y ganando importancia las molduras. Proceso que, junto con el contraste de materias, culminará en el siglo XVII.
Sillón frailero. Museo de Artes Decorativas. Madrid
Pese a existir poca variedad, los muebles del siglo XVI cubrían casi todas las necesidades de la época. Aquí vemos un típico sillón frailero español que, dentro de su sencillez, consigue una fina elegancia por la armonía de formas, colores y calidades de material.
Cama con baldaquino. Casa de Cervantes. Valladolid
Las camas —como sabemos por las fuentes literarias y la pintura— se cubrían con doseles o pabellones, terminados en unos remates llamados manzanillas, para protegerse del frío y de las corrientes de aire. Los baldaquinos iban, bien suspendidos del techo o apoyados sobre pilares en los cabeceros de la cama. Estos estaban decorados, generalmente, en el siglo XVI, por varias filas de arquillos superpuestos, cuyas columnas abalaustradas serán salomónicas o arrosariadas en el siglo XVI.
Las maderas empleadas en el siglo XVI son del país y, a veces, se les incrusta hueso o metal; en el siglo XVII se emplea preferentemente el ébano.
Las camas en las que no solo el lecho y el cabecero, sino también los pilares, aparecían recubiertos de tela, constituían el tipo, probablemente, más difundido.
Escritorio de la época de Felipe II. El Escorial
Lo que hoy llamamos bargueño recibía en su época otros nombres que dependían de su función: papelera y escritorio.
Como el mismo nombre indica, la papelera era un mueble destinado a guardar papeles. Para ello tenía una serie de divisiones que, en muchos casos, contenían cajones y en otros no.