Gaspar Melchor De Jovellanos - Toros, verbenas y otras fiestas populares
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- Libro:Toros, verbenas y otras fiestas populares
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1796
- Índice:4 / 5
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Toros, verbenas y otras fiestas populares: resumen, descripción y anotación
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DESEOSO EL SUPREMO CONSEJO DE CASTILLA de arreglar la policía de los espectáculos, mandó a la Real Academia de la Historia, por orden de 1.º de junio de 1786, le informase lo que la constare acerca de los juegos, espectáculos y diversiones públicas usadas en lo antiguo en las respectivas provincias de España; y la Academia, para desempeñar este trabajo, cometió a mi cuidado su preparación. Desde entonces me dediqué a recoger con la posible diligencia los hechos y noticias que acerca de la materia encargada andan dispersos en varias crónicas, historias particulares y otras obras de erudición, y esperaba una temporada libre de ocupaciones para reunirlos y ordenarlos cual convenía. Pero las funciones ordinarias de mi empleo, y algunas extraordinarias tareas derivadas de ellas, prolongaron esta esperanza de un día en otro, hasta que en 1789 las vi desaparecer casi del todo.
En junio y noviembre de dicho año se dignó Su Majestad confiarme dos comisiones fuera de Madrid: primera, visitar el colegio militar de Calatrava, en Salamanca, y formar el plan de sus estudios, y segunda, promover el cultivo y comercio del carbón de piedra en Asturias. Desempeñé la primera desde abril hasta agosto de 1790, y dado que hube cuenta de ella en el Real Consejo de las Ordenes, volví a partir para este Principado, y emprendí desde luego la visita de sus ricas y numerosas carboneras. En esta ocupación me halló el oficio de la Academia que dio la última ocasión a esta Memoria.
Este oficio fue causado por otra orden del Real Consejo, que con fecha de 13 de octubre de dicho año, y a instancia del señor fiscal, encargaba a la Academia el breve despacho del informe que le tenía pedido desde 1786.
Ya se ve que la Academia, que había descuidado este trabajo en fe de que yo le promovía, tenía derecho a culpar mi tardanza. Pero haciendo justicia a mi diligencia, y persuadida a que algún inevitable embarazo fuese la causa de tan larga demora, se contentó con preguntarme, por oficio de 14 de noviembre siguiente, en qué estado tenía o había dejado su encargo.
Tan generosa atención movió fuertemente mi ánimo, y por lo mismo, aunque envuelto en tan nuevos cuidados, ausente de mi casa y mis libros, sin el auxilio de muchos curiosos apuntamientos que tenía entre ellos, y, lo que es más, sin el que pudiera hallar en la dirección y las luces de la Academia, me arrojé a extender la presente Memoria, que dirigí a sus manos en 29 de diciembre de 1790.
La favorable acogida que mereció entonces de la Real Academia recompensó superabundantemente mi trabajo; pero la distinción con que la honró después, leyéndola en la primera junta pública de 11 de julio de 1796, y destinándola a la Prensa, fue muy superior a mis esperanzas y aun a mis deseos.
Sin duda que para aparecer más dignamente ante el público necesitaba de mucha corrección y mucha lima, y fuera yo el primero a dárselas, como lo soy a echárselas de menos, si no durase todavía aquella falta de proporción y auxilios, que fue causa y debe ser disculpa de su imperfección. El lector imparcial sabrá ser indulgente con un trabajo preparativo, emprendido con el celo más puro en obsequio del público, y a su solo bien consagrado.
SIENDO TANTOS Y TAN VARIOS LOS OBJETOS de la policía pública, ni es de extrañar que algunos, por escondidos o pequeños, se escapen de su vigilancia, ni tampoco que, ocupada en los medios, pierda alguna vez de vista los fines que debe proponerse en la dirección de los más importantes. Algo de uno y otro se ha verificado entre nosotros respecto de las diversiones públicas, en unas partes abandonadas a la casualidad o al capricho de los particulares, como si no tuviesen la menor relación con el bien general, y en otras, o vedadas o perseguidas con arbitrarios e importunos reglamentos, como si nada interesase en ellos la felicidad individual.
Para ocurrir a entrambos inconvenientes, el primer tribunal de la nación trata de arreglar este importante ramo de policía, y conociendo cuánta luz puede recibir de los ejemplos de la antigüedad, convida a la Real Academia para que teja su historia. El desempeño de tan estimable confianza requería alguna preparación, y la Real Academia, honrándome con la suya, me encarga que reúna los hechos y noticias antiguas que dicen relación con las diversiones públicas. Tales son el impulso y el objeto de esta Memoria.
No me toca a mí recomendar mi trabajo, ponderando la extensión y dificultad de la materia y la falta de auxilios con que le he emprendido; tócame, sí, adelantar dos advertencias, que creo convenientes para instrucción de mis lectores: primera, que no he puesto grande empeño en fijar la introducción de los espectáculos en cada una de nuestras provincias; porque habiéndose adoptado todos en casi todas, no me ha parecido ni necesaria ni provechosa esta prolija indagación; segunda, que he puesto más intenso cuidado en descubrir las relaciones políticas del objeto de esta Memoria, porque, destinada a la instrucción de un expediente gubernativo, debí creer que la parte de erudición sería en ella la menos importante.
En consecuencia, he dividido mi trabajo en dos partes, destinando la primera a descubrir el origen de las diversiones públicas en España y su progreso hasta nuestros días, y la segunda a indicar el influjo que ellas pueden tener en el bien general y los medios que me parecen más convenientes para conducirlas a tan saludable fin. De este modo, la Real Academia, que reúne en su seno tanta erudición histórica y tanta doctrina política, mejorando la imperfección de este escrito, sabrá llenar los deseos del Consejo de un modo digno de su nombre y de la pública expectación.
DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS de su muerte, el pensamiento de Jovellanos (Gijón, 5 de enero de 1744 - Puerto de Vega, Navia, 27 de noviembre de 1811) goza de una óptima salud, como prueba esta Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España, convertida por aquello del marketing en Toros, verbenas y otras fiestas populares.
Escrita durante el reinado de Carlos IV, con un Godoy empecinado en premiar como ministro a Jovellanos y castigarlo después con el destierro, según los vaivenes marcados por las relaciones políticas con Napoleón, el texto todavía se considera modélico en aspectos como el de otorgar al teatro una función educativa de la sociedad, que tal vez hoy —de acuerdo con las tesis del intelectual asturiano— le correspondería a la televisión. Por cierto, el análisis de Jovellanos sobre el teatro podría aplicarse hoy a la televisión: “La reforma de nuestro teatro debe empezar por el destierro de casi todos los dramas que están sobre la escena…” (véanse páginas 126-127).
Respecto a los toros, sus palabras alientan aún más la polémica actual entre toristas y prohibicionistas, que ya data de los tiempos de Carlos III, lo que da idea de que las grandes cuestiones nacionales siguen abiertas desde entonces. Por cierto, en defensa de los toristas, hay que recordar que en época de Jovellanos las corridas estaban prohibidas, por lo que de alguna manera el ensayista proporciona herramientas al poder reinante para justificar una decisión que no fue tan bien aceptada por el resto de los ilustrados. Como ejemplo, basta observar los grabados taurinos de Goya que acompañan a esta edición.
Culto y reflexivo, empeñado en elevar el nivel educativo de los españoles —fue él quien propuso la lectura del Quijote en las escuelas—, leer a Jovellanos es dar un paso en favor de esa regeneración cultural que tanto necesita España para resolver sus graves carencias económicas.
EL EDITOR
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