INTRODUCCIÓN
Epigrama anónimo (Antología Palatina, IX, 583)
¡Oh amigo! Si eres inteligente, cógeme en tus manos; pero si por entero eres ignorante de las Musas, arroja lejos lo que no entiendes. No soy accesible a todos: pocos son los que admiran a Tucídides, hijo de Oloro, ateniense de nación.
I. VIDA DE TUCÍDIDES
1. La familia de Tucídides. Primera juventud
De la vida de Tucídides no conocemos muchos datos, y de ellos los más seguros son los que en diversos pasajes de su obra nos transmite él mismo. Además de esta fuente de información contamos con algunas otras, ante todo la biografía que escribió un cierto Marcelino, autor también de un comentario a Tucídides no conservado, y otras dos biografías más, aparte de referencias sueltas de diversos autores de época romana. Pero en estas fuentes, la tradición auténtica tomada de los eruditos de Alejandría (Dídimo sobre todo) se mezcla con narraciones fantasiosas e inducciones precipitadas de pasajes del mismo Tucídides. En Marcelino concretamente hay cosas de muy varia procedencia mezcladas en desorden, y posiblemente hay que contar con refundiciones sucesivas que llegan a la primera época bizantina, en que se suele situar al gramático a quien atribuyen la obra los manuscritos.
El único dato valioso que poseemos para fechar el nacimiento de Tucídides es que en el año 424, en que fue estratego, había de contar por fuerza más de treinta años, o sea que el nacimiento es anterior al año 454. No debió de tener lugar muchos años antes, porque, si no, no se comprendería bien que Tucídides se dejara influenciar en una medida tan grande por los gustos literarios reinantes en Atenas en los primeros años de la guerra del Peloponeso, en que las figuras de Gorgias y la sinonimia de Pródico hacían furor entre los jóvenes. Cuando, tras de perder el contacto con Atenas durante veinte años por causa de su destierro, Tucídides escribió su obra (o la mayor parte de ella), lo hizo todavía bajo la influencia de aquellas corrientes.
Pertenecía Tucídides por su nacimiento a la más elevada aristocracia ateniense. El padre de Tucídides, Oloro, tiene el mismo nombre que el príncipe tracio con cuya hija casó Milcíades, el vencedor de Maratón; y que los antiguos no inventaron a la ligera un parentesco ilustre estaba entre las de la familia de Cimón (el hijo de Milcíades y destacado político aristocrático en los años subsiguientes a las guerras médicas). Además, él mismo dice (IV, 105) que tenía arrendada a perpetuidad (sin duda por herencia) la explotación de las minas de oro de Escapta Hila, en Tracia, y que gozaba allí de gran influencia. También con el político Tucídides, hijo de Melesias, tenía seguramente parentesco nuestro historiador; en cambio no es verosímil que lo tuviera con los Pisistrátidas, como afirman algunos antiguos. El interés que tienen todos estos detalles es que garantizan que Tucídides no es un historiador improvisado, sino que por tradición familiar estaba versado en la cosa pública ateniense y tenía motivos para conocer de cerca la prehistoria de la guerra del Peloponeso, en que tanta parte tuvieron Cimón y Tucídides, el hijo de Melesias, La tradición militar y política de la aristocracia ateniense nunca se hundió ante la marea democrática; de ella salieron incluso algunos de los más significativos nombres de la democracia (Clístenes, Pericles, etc.). Nacido de tal familia y en un ambiente en que la política era la principal ocupación del ciudadano, no podía Tucídides desinteresarse por ella.
Si por estos motivos parece Tucídides como nacido para ser un testigo excepcional de su época, mayor importancia tienen aún las circunstancias de su vida. Su niñez y primera juventud ven los días venturosos en que Atenas, en paz con Esparta y Persia, y colocada a la cabeza de un gran imperio, llega al apogeo de su prosperidad comercial, de su poderío militar, de su libertad política sin el desenfreno demagógico posterior. Al tiempo, por el cultivo de las artes y de las letras, comienza a convertirse en «la escuela de Grecia», como el mismo Tucídides dice. La coincidencia en él de una gloriosa tradición familiar aristocrática y de la admiración por el político demócrata —Pericles—, que conducía al pueblo ateniense en los días dorados de su juventud, es lo que, posiblemente, hizo que Tucídides no pudiera ser nunca un hombre de partido, en el sentido estrecho de la palabra. Es significativo de su amplitud de miras, que sabe ver tanto las ventajas del gobierno aristocrático como las del democrático e igualmente los abusos de ambos; admira tanto a Esparta como a Atenas, y, sobre todo, su ideal es un hombre cuya política es la inversa de la de su tío Cimón: Pericles.
2. Destierro de Tucídides. Fin de sus días
Tucídides toma parte en la guerra del Peloponeso al lado de Atenas; su primera misión destacada —y la última— es en el año 424, cuando fue nombrado estratego o general; esto implica que ya antes había servido en el ejército. Pero no sólo conoció personalmente el aspecto militar de la guerra, tanto desempeñando un papel importante como otros secundarios; también conoció otros aspectos menos gloriosos. Él mismo sufrió la peste que asoló a Atenas el año 430, cuando el hacinamiento de la población del Ática en el casco urbano por causa de la invasión peloponesia motivó o facilitó el nacimiento de la epidemia (II, 52). Allí pudo presenciar esa descomposición moral, peor que la enfermedad misma, que tan bien describe (II, 53). Y, sobre todo, cuando, siendo estratego, aunque acudió precipitadamente desde Tasos con sus naves, no llegó a tiempo de salvar Anfípolis de la inesperada incursión de Brásidas el año 424 (cf. IV, 104-106), el pueblo ateniense, deseoso de descargar en alguien sus iras, y tal vez impulsado por el famoso demagogo Cleón, le condenó al destierro o quizá a una muerte de la que se salvó en el exilio. Veinte años duró éste (V. 25), o sea, hasta el fin de la guerra del Peloponeso. Sin embargo, es fácil que Tucídides no volviera a Atenas en virtud de la amnistía general entonces promulgada, porque hay noticia de una ley especial aprobada el año 404, a propuesta de Enobio, para el regreso de Tucídides. Éste no debió de morir muchos años después de esta fecha, aunque sí algunos, pues toda o la mayor parte de su obra está escrita después del fin de la guerra, como veremos. Por una serie de razones, parece seguro que no pudo llegar a ver el resurgimiento de la liga marítima ateniense bajo Conón, a partir del año 394. Tampoco sabemos cómo ni dónde murió: los autores antiguos vacilan entre Atenas y Tracia y hablan de muerte violenta, pero en circunstancias divergentes.
Lo más interesante de todo esto es que, como el mismo Tucídides dice, pudo seguir con mayor tranquilidad el curso de la guerra, tanto o más en lo que se refiere a los peloponesios que en lo concerniente a los atenienses (V, 26). Sus palabras dan a entender claramente que estuvo en territorio peloponesio. Antiguos y modernos, basándose en su conocimiento de la topografía de ciertas ciudades, como Siracusa, sientan sobre su vida en esta época determinadas hipótesis que no vale la pena discutir. En su posesión de Escapta Hila debió de pasar, sin embargo, buena parte de este largo período de su vida. Después de acabada la guerra, pudo enterarse en Atenas de la política interna de la ciudad durante sus años de ausencia. El hecho es que su experiencia y conocimientos salieron ganando; como entre la aristocracia y la democracia, Tucídides está (en cierto modo solamente) entre Esparta y Atenas. Un historiador de su contextura no podía sino salir ganando con las circunstancias azarosas de su vida.