Dedicatoria
Doy gracias a Dios por haber puesto sobre mis hombros una cruz que no sobrepasó mis fuerzas y me permitió llegar hasta las páginas de este libro, que dejo como legado a mis adorados nietos: Harold Marcos, Cinthya María, Ericka, Andrés, Nicole, Gary, Roberto y Nicolás.
Conociendo mi verdad, tesoros míos, comprenderán que fue escrita con lágrimas de dolor, pero tenía que hacerlo para que ustedes recorran seguros este largo y no fácil camino de la vida.
Los amo,
Ayda
Dios nos abre las heridas para poder curarnos.
S AN A GUSTÍN
“Roberto Suárez: ‘No creo en esta guerra’”
El País, 5 de febrero de 1990
“Yo no creo en esta guerra contra el narcotráfico, porque nadie va a erradicar el mayor negocio del mundo. De lo que se trata aquí es de la transferencia de la intermediación”, afirmó Roberto Suárez Gómez […]
El ganadero e industrial beniano y su hijo mayor Roberto, Roby, están convencidos de que, contrariamente a lo que parece, “los esfuerzos han sido por agrandar los mercados, bajar los precios y reafirmar una política dirigida hacia la corrupción permanente y endémica de los gobiernos de los países productores de coca, que los deja sin opción de sentar soberanía, especialmente en estas negociaciones llamadas cumbres”.
Suárez Gómez justifica esta apreciación vertida por su hijo y señala que, desde 1980, se habló de la sustitución de los cultivos de hoja de coca, pero “cuando las fuerzas especiales antidroga y los miembros de la DEA entraron a vivir en las zonas productoras, los cultivos de hoja de coca no bajaron, sino que aumentaron”.
Pero, además, según Suárez Gómez, la creciente producción de cocaína tiene facilidades para salir del país. “Los socios del sistema”, que, según Suárez Gómez, son seis, “tienen luz verde para exportar a Estados Unidos, mientras que el otro 60% del tráfico es encubierto oficialmente”.
El hijo mayor de Suárez Gómez afirma por su parte que “son estas cumbres donde se está procesando un plan de ajuste del monopolio de la economía de la coca y la cocaína por parte del Departamento de Estado que, desde hace 16 años, con Kissinger y Nixon, ejecuta un plan de control de las economías de los países andinos y que ahora culminan con el plan Bennett como instrumento de una política cruel”. Menos vehemente que el hijo, el padre advierte simplemente que el objetivo no es sólo delinear políticas y estrategias de lucha contra el narcotráfico. “La idea aquí es la transferencia de la intermediación de la cocaína”, a zonas más cercanas y de más fácil acceso a nuevos y potenciales mercados de consumo.
Las cifras del negocio ilícito de la cocaína a nivel mundial superan la de otros negocios legales que, hasta hace poco tiempo, estaban considerados como los de mayor rentabilidad. Sólo en América Latina, el volumen de operaciones, según fuentes oficiales supera con creces al monto de la deuda externa de la región. Suárez Gómez afirma que es posible controlar el narcotráfico sin derramar sangre. Hermético en su plan, deja apenas entrever que puede establecerse un nuevo monopolio en la producción de cocaína, en los sectores de consumo a base de precios accesibles a élites solamente, es decir, altamente prohibitivos. Pero a cambio, pudiera popularizarse toda la gama de productos derivados de la coca que no son nocivos en absoluto para las mayorías. “Yo termino con el problema en menos de un mes.”
“La gran estafa de la cocaína boliviana”
Penthouse Magazine, septiembre de 1982
Existen dos opciones principales para viajar de Estados Unidos a Bolivia. La mayoría de los turistas contratan el paquete que los trasladará en Boeing de Miami a La Paz, en un vuelo nocturno durante el cual las siestas intermitentes se entremezclan con visiones de tianguis indígenas y barcazas de junco surcando el lago Titicaca. Pero en vista de que el único interés de Richie Fiano era conectar cerca de media tonelada de cocaína, éste prefirió evitar tanto las guías de viajero como las formalidades aeroportuarias y eligió la segunda opción: un viejo Convair de doble hélice que desde un aeródromo del sur de Florida lo trasladaría por los aires del Caribe hasta adentrarse en la Amazonía brasileña.
Ahora que la desvencijada aeronave rebotaba a lo largo de la sucia y rústica pista de un solitario rancho en lo más profundo de la selva del noreste boliviano, Richie Fiano tenía motivos de sobra para preocuparse. Él y sus tres compañeros, agentes de la DEA , se encontraban en medio de la mayor operación encubierta en la historia de la lucha antinarcóticos […] Habían sido semanas de pacientes negociaciones con los lugartenientes de Suárez en Buenos Aires, Miami y Santa Cruz, Bolivia. Una docena de agentes, tanto hombres como mujeres, habían interpretado a conciencia sus papeles como mafiosos, financiadores de los bajos fondos, guardaespaldas, prostitutas y químicos productores de cocaína. Una lujosa casa de playa en Fort Lauderdale y limusinas fueron puestas a disposición de los mafiosos bolivianos. Les reservaron viajes a Las Vegas y a Broadway. Y el Banco de la Reserva Federal en Miami facilitó nueve millones de dólares como pago para Suárez por el primer envío de cocaína.
A lo largo de la operación habían surgido varios contratiempos (emisarios bolivianos que nunca llegaron a Miami, planes de vuelo cancelados, citas postergadas) que sembraron dudas sobre el resultado. Pero el Convair se internaba ya en una de las fortalezas de Suárez, donde la DEA no tendría el menor margen para forzar una negociación en caso de que todo resultara una trampa.
“Cuando aterrizábamos”, recuerda Fiano, “estos indios bolivianos salieron disparados de sus chozas, corriendo hacia nosotros, mientras yo pensaba que nada les impediría tomarnos como rehenes y ordenar a Miami que soltaran los nueve millones. Todo ese chanchullo se estaba haciendo sin el conocimiento del gobierno boliviano. ¡Carajo! Y la Fuerza Aérea Boliviana ya nos estaba rastreando porque habíamos mentido sobre nuestro destino. ¿A quién le reclamaríamos si los que terminábamos estafados éramos nosotros?”
“Un Robin Hood a su estilo”
Time, 25 de febrero de 1985
Es el hombre más buscado por las fuerzas antidrogas de Bolivia, pero también, para algunos de sus compatriotas, Roberto Suárez Gómez, de cincuenta y tres años de edad, también conocido como el Rey de la Cocaína, es un héroe popular que se presenta a sí mismo como un moderno Robin Hood para un pueblo boliviano desairado durante años por la corrupción oficial. En el libro Bolivia: coca cocaína, sus auto res, Amado Canelas Orellana y Juan Carlos Canelas Zannier, afirman que la popularidad de Suárez aumentó debido a que sus riquezas se originaron “en la depravación de los yanquis (el abuso de drogas en Estados Unidos) en vez de saquear las arcas del Estado”.
En efecto, Suárez es considerado como un gran benefactor. Ganadero adinerado con vastas propiedades en la región del Beni, se dice que ha cubierto los costos escolares de toda la zona y que de manera regular financia la educación técnica o universitaria en el extranjero para los jóvenes. No es de extrañar, por lo tanto, que cuando Suárez tuvo apendicitis, dos años atrás, se haya escurrido para atenderla en el hospital en Santa Cruz (con una población de trescientos setenta y seis mil habitantes), su ciudad natal en el oriente boliviano. “Las autoridades lo estaban buscando”, explica uno de sus amigos, “pero el pueblo entero conspiró para protegerlo”.
La DEA considera que fue a mediados de la década de 1970 cuando Suárez se dio cuenta de las fabulosas ganancias que podría obtener con la coca. Piloto experimentado, con una flota de aviones para transportar carne desde sus aislados ranchos, tenía las condiciones —y así comenzó la historia— para convertirse en un intermediario de largo alcance entre los productores de coca bolivianos y los compradores colombianos, al transportar las hojas de coca a las plantas procesadoras.