Escrito en tres períodos diversos (1939, 1950 y 1987), y reunido en forma de volumen unitario por iniciativa del editor Michael Schröter, La sociedad de los individuos es una notable interpretación histórica en la que se desarrolla un nuevo modelo complejo y provocadoramente antidogmático de las relaciones entre individuo y sociedad. Como señala el autor en el prólogo, este libro «trata de determinados aspectos de los seres humanos y ofrece herramientas para la reflexión y observación de estos. Algunas de las herramientas son bastante novedosas. No es frecuente hablar de la sociedad de los individuos. Pero quizá sea provechoso emanciparse del viejo y habitual use de estos conceptos, que muchas veces les hace aparecer como una simple pareja de opuestos. Una de las tareas del presente libro es liberar los mencionados conceptos de este significado y, para ello, no basta con actuar de manera negativa, con hacer una mera crítica del empleo de estos conceptos como pareja de opuestos, sino que es necesario intentar elaborar un modelo de la manera en que las personas particulares están, en lo bueno y en lo malo, unidas unas a otras en forma de multiplicidad, esto es, de sociedad».
Norbert Elias
La sociedad de los individuos
ePub r1.0
diegoan 11.06.15
Título original: Die Gesellschaft der Individuen
Norbert Elias, 1987
Traducción: José Antonio Alemany
Editor: Michael Schröter
Diseño de cubierta: Loni Geest & Tone Hoverstad
Editor digital: diegoan
ePub base r1.2
A mis amigos Hermann y Elke Korte
Notas
[1] La iniciativa de Michael Schröter y mi colaboración con él han hecho posible la aparición de este libro en la forma experimental aquí presentada. Quiero expresarle mi agradecimiento. Quiero también dar las gracias a mis asistentes Rudolf Knijff y Jan Willem Gerritsen por su inestimable ayuda.
[2]Über den Prozeß der Zivilisation
[3] No es en absoluto sencillo explicar qué son las estructuras y las regularidades sociales cuando no es posible ilustrar esta explicación con ejemplos extraídos de la vida social misma, con investigaciones particulares de alto contenido empírico. Debido a limitaciones de espacio no ha sido posible hacer esto aquí. Tan sólo puedo remitir a los diversos análisis de procesos y regularidades sociales contenidos en mi libro Über den Prozeß der Zivilisation (Basilea, 1939; Frankfurt a. M., 1976. Traducción castellana: El proceso de la civilización FCE, 1988). En la base de esos análisis se encuentran, no formuladas, las mismas ideas que aquí son formuladas de una manera más general.
[4] Para esta y las siguientes ideas véase: Über den Prozeß der Zivilisation vol. 1, cap. 2, y vol. 2, pp. 312 y ss.: «Entwurf zu einer Theorie der Zivilisation.»
[5] Rainer María Rilke, de: «El libro de la peregrinación» (El libro de las horas):
Soy sólo uno de tus diminutos, / que, de hombres más lejos que de cosas, / la vida desde su celda observa / y lo que ocurre sopesar no osa. / Sin embargo, me quieres ante tu rostro, / en el que, oscuros, tus ojos brillan, / pero no lo tomes por soberbia / si te digo: nadie vive su vida. / Accidentes son los hombres, voces, trozos, / días, miedos, muchos pequeños gozos, / con disfraces ya de niños, embozados, / como máscaras adultos, como un rostro —callados. // A menudo pienso: han de ser tesoros / donde yacen esas numerosas vidas / como corazas o cunas o nidos / a los que nunca jamás ha subido / alguien real, y como trajes que por sí solos / no pueden tenerse en pie y se pliegan, caídos, / junto a fuertes muros de piedra abovedada. // Y cuando de noche cruzo la puerta / de mi jardín, por dentro estoy cansado—, / lo sé: todo camino trazado / lleva al arsenal de las cosas muertas. / No hay árboles, el campo está como aplacado / y el muro cuelga como en torno a un cautivo, / sin una ventana, en séptuples anillos. / Y sus puertas con hierro trancadas, / de cuantos quieren entrar guardadas, / y de manos de hombre su rastrillo.
[6] La situación con que aquí nos topamos en lo referente a la relación entre individuo y sociedad posee una cierta similitud con aquella otra a la que Goethe, enfrentado a la relación entre el ser humano y la naturaleza, plasmara tantas veces en sus obras.
Recordemos, por ejemplo, los dos poemas siguientes:
Epirrema / La naturaleza al atender / Uno y todo se ha de ver. / Nada está dentro, nada está fuera: / Pues lo de dentro es lo de fuera. / Así se captura sin tedio / El sacro y público misterio.
En verdad / «Al interior de la naturaleza—» / ¡Oh Filisteo!— / «No entró ningún espíritu creador.» / A mí y a mis hermanos / ella no nos recuerda / semejante palabra. / Nosotros pensamos: lugar por lugar / Estamos en el interior. / ¡Dichoso aquel a quien ella sólo / muestra su corteza exterior! / Sesenta años me ha sido repetido, / Reniego de ello, pero furtivo; / Dime mil y mil veces: / Ella da todo gustosa y en abundancia; / Natura no tiene núcleo / Ni corteza…
[7] Aquí está también la clave para comprender la relación entre la civilización y la naturaleza humana: el proceso de civilización es posible por cuanto la autodirección de una persona en su relación con otros seres y cosas, su «psique», no está tan sujeta por reflejos y automatismos heredados como, por ejemplo, su digestión; es posible debido a la particular capacidad de coordinarse y transformarse que poseen estas funciones de autodirección. El proceso de civilización es puesto y mantenido en movimiento por un cambio de las relaciones humanas en una dirección determinada, por el movimiento, regido por leyes propias, de la red de individuos humanos interdependientes.
[8] Algunos pasajes del siguiente texto, sobre todo al inicio de los apartados A y C, constituyen una reelaboración directa de la primera parte de este libro.
[9] La particularidad de la situación en la cual el grado de «racionalidad» —para usar el término habitual— es elevado en el pensamiento acerca de fenómenos naturales y comparativamente escaso en el pensamiento acerca de fenómenos humanos sociales, sólo se hace completamente consciente cuando se deja de lado la cómoda idea de que esta diferencia está fundada, por así decirlo, en la naturaleza de las cosas, en las propiedades esenciales de los dos objetos en estudio. Muchas veces se tiene suficiente con la idea de que es relativamente sencillo observar e investigar fenómenos naturales con serenidad y frialdad —con un alto grado de autocontrol—, porque, evidentemente, las emociones humanas están menos implicadas en estos fenómenos. Sin embargo, se olvida con harta facilidad que los seres humanos tardaron muchos siglos antes de poder pensar en los fenómenos naturales de manera «racional», esto es, sin dejar que interviniesen directamente en la formulación de conceptos sus propias emociones, sus temores y sus deseos.
Este asunto se ha tratado con más amplitud en: Norbert Elías, Engagement und Distanzierung Frankfurt/M., 1983, sobre todo en las páginas 14-19 y 86-120 . (Existe una edición castellana: Norbert Elías, Compromiso y distanciamiento Barcelona, Península, 1990.)
[10] Véase antes, nota 3, p. 47.
[11] Quizás alguna vez se entendió como ley el que conceptos congruentes con la realidad de un plano de síntesis superior proceden de conceptos anteriores, que representan un plano de síntesis inferior (aunque ya en los lenguajes de grupos de un nivel inicial de desarrollo hay términos mágicos de un plano de síntesis muy elevado). Pero aquí esto tiene únicamente el carácter de una regularidad observable de los procesos de formulación de conceptos; una regularidad que, además, no se puede invertir. Por otra parte, un proceso de este tipo no se desarrolla siempre en perfecta línea recta. Un término general y poco específico puede restringirse para designar un grupo determinado de hechos sin por esto perder su carácter general. Así, por ejemplo, el concepto de lo individual, que una vez remitió a la singularidad de cada objeto particular, se restringió con el paso del tiempo para designar la singularidad de un ser humano.