Curtis Garland - Las Criaturas del Frio
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- Libro:Las Criaturas del Frio
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- Editor:Editorial Bruguera, S.A.
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CURTIS GARLAND
LAS CRIATURAS DEL FRÍO
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 139
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS – MEXICO
Depósito legal: B. 7.444-1973
ISBN 84-02-02525-0
Impreso en España - Printed in Spain
a edición: abril, 1973
© CURTIS GARLAND-1973
texto
© ANGEL BADIA -1973 cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA. S. A.
Mora la Nueva, Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S.A.
Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1973
To d os los p ers o n aj e s y e n t i d a d es p r i va d as qu e a p a r ecen en es t a n ovela, así c omo las si tu aci o n es d e l a misma, son f r u t o ex c l u sivame n t e d e la imagi n ación d el a u t or, p or lo q u e c u al q u ie r sem e ja n z a c on p ers o n a j es, e nt i d a d es o he c h os p asa d os o ac tu a le s , será sim p l e c oi n c i d e n c ia.
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PORTICO
La historia ha comenzado ya.
Hay incluso nombres ilustres del espectáculo, de la ciencia y de otras ramas de la sociedad humana mezclados en la cuestión. Los periódicos han publicado algunas referencias al efecto. No muchas, porque el asunto se lleva con algún secreto, no sé por qué. Todo son especulaciones y teorías en torno. Ni siquiera hay confirmación oficial de ningún país ni de ninguna entidad o persona familiar afectada por los hechos.
Pero la historia está ahí. En su primera página.
Todavía hay que volver muchas más en el libro del futuro, para saber qué sucederá al final. Posiblemente todo quede en eso: en puro embrión, en teoría imperfecta, en un sueño que nunca se llegue a realizar. Y tal vez sea mejor así. Tal vez, porque uno no sabe dónde está la frontera entre lo razonable y lo delirante, entre el hecho científico y el despropósito. Uno no acusa. Ni tan siquiera se lamenta o censura. Solamente duda. Dudar es humano. Dudar siempre lleva a la propia destrucción y la de los demás, según Shakespeare. Al menos, es lo que Hamlet demostró en su trágica encruci jada. Pero la duda razonada es justa. Es lógica, incluso.
Uno no tiene más remedio que dudar. Como algunos filósofos de la Antigüedad pusieron en duda que la «piedra filosofal» trajese la felicidad a la gente. Como el autor del cuento duda —y mucho— de que el mágico poder del rey Midas en convertir en oro cuanto toca pueda hacer realmente dichoso al codicioso monarca.
Tras esa duda, naturalmente, no hay nada aún. El hecho sigue siendo pura especulación. Un sueño en embrión. La primera página del libro.
¿Qué habrá detrás? ¿Un libro de páginas en blanco? ¿Un éxito asombroso y revolucionario de la ciencia? ¿O el mayor y más escalofriante de todos los fracasos cosechados por el hombre?
El autor, modestamente, no busca una respuesta a todo. Se limita a expresar su duda. Luego, analiza la cuestión. A su modo, claro. Dejando volar la imaginación y especulando con la «anticipación» que es norma de esta serie.
Pero, desgraciadamente, las cosas pueden llegar a ser «así»
Y no en un futuro remoto, no. No harán falta siglos para esa respuesta. No. Uno tiene la inquietante, incómoda sensación de que la historia va a seguir escribiéndose ahora mismo. Y puede llegar a su epílogo pronto, muy pronto. Quizá mañana mismo. O pasado mañana.
Dios quiera que las cosas no sean como el autor ha imaginado en este juego siempre inofensivo y especulativo de anticipar una posibilidad futura sobre un hecho de hoy, de ahora mismo.
CAPITULO PRIMERO
Nunca olvidaré el día que se concedió al Premio Nobel de Medicina a los doctores Wasserman, Hornig y Leskov.
No, no es fácil olvidar ese día. Ocurrieron demasiadas cosas para que esa fecha se borre de mi memoria. Cosas relacionadas con mi propia existencia, con mi profesión, con mi futuro. Y, naturalmente, de un modo indirecto —¿o quizá directo?— con los doctores Wasserman, Hornig y Leskov.
El notable médico investigador de la Academia de Viena, el biólogo de Múnich y el químico de Moscú recibieron el mismo día su común galardón. En realidad, debieran haber sido premiados por muy diversas razones: biología, medicina, química, bioquímica y algunas especialidades más. Pero la Academia sueca optó por considerar su trabajo de equipo en su simple trascendencia médica, quizá para poder quedar bien con todos y dar algunos otros galardones a unos norteamericanos, ingleses y franceses que sonaban en los ambientes científicos internacionales.
Además, los tres investigadores habían trabajado en equipo, subvencionados por la ONU, en la llamada «Operación Segunda Vida», y su labor era puramente médica en tal aspecto y, sobre todo, en sus consecuencias.
La droga «Lázarus» era ya un hecho. Y la Academia sueca les concedió el anhelado Nobel, en ambiente de euforia mundial. Cierto que los Gobiernos aún no habían llegado a la distribución y venta de la droga, pero eso era ya cuestión de tiempo. Seguramente unas semanas, no más de un mes a juicio de los más enterados. Yo estaba de acuerdo con ellos porque también yo era, después de todo, un «enterado».
La droga se llamaba clínicamente de un modo largo y complicado. Quizá por eso, la denominación popular de «Lázarus» gustó a todos y se adoptó rápidamente. Además, era sugerente, esperanzadora. Gustaba de ese modo.
El día que se les concedió el Nobel de Medicina, el veterano Wasserman, jefe del equipo científico, habló por televisión. Su alocución fue breve y poco espectacular, como acostumbran a serlo las de los hombres dedicados a una abnegada y oscura labor científica. Pero creo que jamás retransmisión alguna, ni siquiera política, deportiva o tecnológica, tuvo mayor audiencia visual en todo el orbe. Había sus razones para ello, a fin de cuentas.
El sabio viené s fue conciso en todo. Pero una de sus frases quedó flotando en el ambiente, se repitió en grandes titulares por todos los rotativos mundiales y se grabó hasta la obsesión pura en las mentes de cuantos esperábamos el gran milagro de nuestro tiempo.
Quizá no recuerde exactamente las palabras utilizadas por el doctor Wasserman. Poco más o menos, fueron éstas:
«Yo os lo prometo, amigos todos, ciudadanos del mundo que me escucháis ahora. Todo es cuestión de días, de semanas cuanto más. Trámites burocráticos, industrialización, distribución y todo eso. El producto está elaborado. A punto de salir a los mercados. Por fin lo hemos conseguido. Experimentalmente, ha sido un éxito. Pero ahora vendrá la segunda etapa experimental. Muy breve, eso sí. Y, finalmente, todos podréis disponer de vuestra dosis respectiva. Los demás detalles son cosa de los Gobiernos, de los centros médicos, de la Organización Mundial de la Salud y todos los demás organismos adecuados. Mi palabra es sólo ésta: lo hemos logrado. Para bien de todos. Para vosotros, los que me escucháis. Y, sobre todo..., para los que todavía no pueden escuchar mis palabras. O para los que ya no llegaron a tiempo de escucharlas...»
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