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Curtis Garland - Usted Lleva mi Cerebro

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Curtis Garland Usted Lleva mi Cerebro
  • Libro:
    Usted Lleva mi Cerebro
  • Autor:
  • Editor:
    Bruguera
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CURTIS GARLAND

USTED LLEVA

MI CEREBRO

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 32

Publicación semanal

Aparece los VIERNES

EDITORIAL BRUGUERA S A BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - photo 3

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS – MEXICO

Depósito Legal B 2.900-1971

Impreso en España-Printed in Spain

a edición: marzo, 1971

© CURTIS GARLAND -1971

sobre la parte literaria

© JORGE NUÑEZ-1971

sobre la cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva. 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1971

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia

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  1. — Los hijos de las tinieblas.

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Glenn Parrish

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PROLOGO

« ¿Por qué, Dios mío?

» ¿Por qué sucede todo esto? ¿Por qué a mí, precisamente a mí?

»Hay tantas preguntas por hacerse... Tantas preguntas que no tienen respuesta, que jamás, posiblemente, lleguen a tenerla...

»Estoy asustado. Horrorizado.

»Asustado de algo que la Humanidad desconoce aún. Horrorizado de todo y de todos. De mí mismo en especial. Asustado de alguien más, que ni siquiera sé quién pueda ser.

»Eso sí tiene gracia. O tendría gracia, si no fuera tan espantoso, tan terriblemente espantoso... Ni siquiera sé a quién tengo miedo. Es a alguien, sí. Alguien que va por ahí, por el mundo, por alguna parte. Alguien cuyo nombre desconozco. Alguien que para mí es una perfecta incógnita. Pero le tengo miedo, sí. Mucho miedo. Pavor. Pánico, diría yo.

»Cielos, tiene que haber una solución, tiene que haber algo que uno pueda hacer. Lo que sea. Aunque fracase. Aunque me estrelle contra un muro inexpugnable. Pero tiene que haberlo. Las cosas..., las cosas no pueden quedar así. ¡No debe ser!

«Mientras tanto, ¿qué cosa soy yo? ¿Qué clase de ser, de criatura abominable y aterradora se mueve ahora entre los demás, como si fuese un ser normal, una persona como cualquier otra, cuando eso dista mucho, muchísimo, dé ser cierto?

»Si los que me miran lo pudieran saber... Si cuantos me rodean descubriesen la magnitud terrorífica de mi circunstancia, de los hechos que me rodean, la fatalidad alucinante que me ha tocado vivir, que estoy viviendo en estos momentos..., se apartarían de mí, angustiados, estremecidos de pavor, como se huye de un contaminado o de una bestia cruel y peligrosa.

»Sé que lo harían. Lo sé. Lo temo. Pero es un temor ridículo, comparado con otros temores que se alojan dentro de mí, en el fondo de mis sentimientos. Como algo feroz y despiadado, que ha hecho presa en mí, que me domina y me gobierna.

«Trato de recordar, de pensar, de volver la vista atrás..., y no me es posible.

»Es curioso. No me es posible recordar nada de nada. Nada, antes del momento aquél. Es como haber borrado de la mente todo lo que estorba. Todo lo que puede ser un lastre. Un terrible lastre, pesando implacable sobre uno.

«Recordar...

«Dios mío, es tan fácil para cualquier ser humano. ¿Por qué yo, precisamente yo ..., soy distinto a todos los demás seres humanos? ¿Por qué?

«Voy a cerrar este diario. Debo hacerlo. Alguien se aproxima ya. Oigo los suaves pasos por el corredor. De un momento a otro se abrirá la puerta y aparecerá alguien en ella. Alguien uniformado, rígido, mecánico. Con un sobre lacrado y las últimas ins trucciones. Me mirará inexpresivo. Me saludará militarmente. Me entregará ese sobre, estrechará mi mano y me dirá:

»—Buen viaje, comandante Barrow. Le deseo la mayor de las suertes, en nombre propio y en el del presidente de Estados Unidos de América.

«Eso será todo. Luego, se marchará. O me acompañará a la plataforma. No sé aún. Pero todo eso sucederá ahora. Y no quiero que ellos lean este diario antes de la partida. No deben hacerlo. No quiero que lo hagan. No deben descubrir lo que me sucede. No deben de saber la verdad, la increíble verdad sobre el comandante Austin Barrow.

»Me asusta pensarlo. ¿Qué sería de mí si la supieran? ¿Qué harían conmigo, si llegasen ellos a saber que yo...? No, cielos, no. No quiero ni imaginarlo siquiera. Es demasiado terrible.

»A l menos, partir será una liberación. Será como tener una posibilidad. No sé cuál, pero una. Allá, adonde yo voy ahora, puede haber una esperanza, una ocasión de hacer algo por remediar este horror. Al menos, quiero pensarlo así. Quiero creer que las cosas serán diferentes. Si alguien llegara a decirme que no será así, si me convenciese de que, realmente, no tengo la menor posibilidad de nada..., creo que pondría fin a mi existencia. Creo que sí lo haría sin vacilar. No quiero ser un problema para nadie. No quiero llegar a convertirme en una amenaza, en un peligro para los demás. Me basta con serlo para mí mismo, tengo suficiente con saber que, de un modo u otro, soy ya bastante anormal, bastante extraño y terrible como criatura humana, en las actuales circunstancias.

»Los pasos se detienen ya ante mi puerta cerrada. Zumba el sistema electromagnético de las cerraduras de seguridad. El general está a punto de aparecer con el inevitable sobre lacrado. Será como aquella vez, la primera en que hice el viaje. Sólo que ahora, el viaje va a ser algo más largo, más duradero...

«Cierro el diario. Sí. Es mejor así. Lo guardaré en cuanto termine esta línea.

»Así.»

* * *

La puerta se abrió.

El general Warrington se mantuvo erguido un instante en el umbral. Luego, sonrió ampliamente y penetró en la cabina, tendiendo su mano cordial, tras un saludo breve, castrense, al hombre que, pausado, se incorporaba de su asiento, guardando una pequeña agenda de tapas grises en su bolsillo, junto con un lápiz automático.

—Hola, comandante Barrow —saludó.

—Hola, general —respondió Austin Barrow, estrechando con fuerza la mano firme del viejo militar.

— ¿ Todo a punto?

—Todo, señor. Al menos, por mi parte.

—También por la nuestra, comandante —suspiró el general. Contemplaron sus grises ojos pensativos al comandante—. Espero que todo sea un éxito.

—También yo, señor. Seguro que lo será.

—Tiene mucha confianza, Barrow.

—Se supone que debo tenerla, general. Hasta ahora, todo fue bien. No tiene por qué ser diferente en estos momentos.

—Es cierto. Resulta tonto albergar temores. Sin embargo, la misión es arriesgada.

—Lo sé, general. Estas cosas siempre lo son. Pero han de hacerse.

—Sí, supongo que han de hacerse, después de todo —resopló Warrington. Hizo una pausa y tendió el sobre lacrado a su interlocutor—. Sus instrucciones, comandante. Como en todos los casos, no deberá desprender esos lacres hasta hallarse en pleno viaje.

—Conforme, señor.

—Bien, es todo —meneó la cabeza—. En nombre del presidente de Estados Unidos y del jefe del Programa Espacial, comandante Barrow..., buen viaje a Júpiter. Y buena suerte.

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