S ECCIÓN DE O BRAS DE L ENGUA Y E STUDIOS L ITERARIOS
ENTRE LA VOZ Y EL SILENCIO
MARGIT FRENK
ENTRE LA VOZ Y EL SILENCIO
La lectura en tiempos de Cervantes
Primera edición (Centro de Estudios Cervantinos, Madrid), 1997
Primera edición ( FCE ), 2005
Primera edición electrónica, 2013
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ISBN 978-607-16-1682-1
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ÍNDICE
E N UN importante libro de 1945, From Script to Print, el inglés Henry John Chaytor decía que hoy en día casi no somos capaces de concebir el lenguaje sino en su forma escrita (1950, 6). Esta inextricable atadura del lenguaje con la escritura es un fenómeno tan reciente en la historia de la humanidad y tan limitado a ciertas culturas como lo es la escritura misma; pero ya lo ha dicho Walter Ong: “nosotros –los lectores de libros como éste– somos tan ‘letrados’”, que “sólo con grandes dificultades logramos imaginar cómo es una cultura de oralidad primaria, esto es, una cultura que desconoce totalmente la escritura e incluso la posibilidad de la escritura” (1982, 2, 30).
Ha hecho época el libro Orality and Literacy. The Technologizing of the Word de Walter Ong (1982), excelente investigador norteamericano que se ha ocupado ampliamente del contraste entre las culturas orales y las dotadas de escritura.
A pesar, dice, de que todo lenguaje es básica, naturalmente, oral y de que la escritura es un fenómeno tardío, derivado y artificial (5-10, 75, 82-83), ella ha marcado muy a fondo a nuestras culturas y creado en nosotros nociones falsas sobre las culturas de épocas y civilizaciones carentes de escritura,
Pero no son sólo las civilizaciones sin escritura las que están reclamando una visión no “escritocéntrica”: ).
L A E DAD M EDIA, BAJO EL IMPERIO DE LA VOZ
Nadie sino san Ambrosio parece haber leído silenciosamente en el siglo IV . Ni nadie más, por muchos siglos. La Regla de San Benito, capítulo 48, ordena que quien desee leer en el dormitorio debe hacerlo sin molestar a los demás: sibi sic legat ut alium non inquietet (Chaytor, 1950, 14). La cultura de la Edad Media europea siguió estando mayoritariamente bajo el imperio de la voz, como lo ha venido a demostrar de manera definitiva el libro de Paul Zumthor, La lettre et la voix. De la “littérature” médiévale (1987).
de modo que nuestro conocimiento de ellos es indirecto y muy insuficiente. Más adelante esbozaré algunas características primordiales de este tipo de culturas.
¿Puede hablarse aquí de “oralidad primaria”? No para Walter Ong, quien limita la expresión a culturas que desconocen la escritura y quien aplica a periodos como el medieval la denominación de “residualmente oral”, por la gran cantidad de elementos, de “residuos”, orales que conserva (1982, 36, 37, 43, passim).
la gente no sabía hacerlo, aun cuando quería. Hay a este respecto una bonita anécdota de comienzos del siglo XIII : Ricalmo, abate del monasterio cisterciense de Schönthal, en Alemania, autor del más completo manual medieval de demonología, confesó lo siguiente:
Cuando estoy leyendo directamente del libro y sólo con el pensamiento, como suelo hacerlo, ellos [los diablos] me hacen leer en voz alta palabra por palabra, privándome de la comprensión interior de lo que leo y para que pueda penetrar
Para quienes no creemos en los demonios, el problema de Ricalmo era, simplemente, que no lograba leer en silencio; deseaba mucho hacerlo, porque compartía con otros la convicción de que la lectura silenciosa propiciaba, más que la oral, la comprensión de los textos (véase aquí cap. VII , nota 26); pero no tenía la costumbre de hacerlo, como no la tenían sus contemporáneos: no era parte de su cultura.
Los nobles acostumbraban oír leer, lo mismo en compañía, durante la comida, que en privado, y ambos hábitos quedaron incluso reglamentados en España desde el siglo XIII . Un pasaje de la Segunda Partida de Alfonso X dice que los antiguos ordenaron que en tiempo de paz los caballeros aprendieran hechos de armas, ya que no “por vista et por prueba”, “por oída et por entendimiento” (o sea, escuchándolos),
et por eso acostumbraban los caballeros, quando comién, que les leyesen las hestorias de los grandes fechos de armas que los otros fecieran […]. Et eso mesmo facién que quando non podiesen dormir, cada uno en su posada
Se leían en voz alta muchos otros tipos de obras. En el prólogo al Libro del caballero e del escudero, don Juan Manuel le cuenta al arzobispo de Toledo que “cada que so en algún cuydado, fago que me lean algunos libros o algunas estorias”, y añade que le envía esa obra suya “porque alguna vez, quando no pudierdes dormir, que vos lean, assý commo vos dirían una fabliella” (1955, 9).
El hábito de escuchar los textos escritos no podía sino repercutir en la escritura misma, como veremos, y así se ha podido comprobar, precisamente en don Juan Manuel, la influencia de los cuentos orales, con ciertos rasgos típicos de composición, como las continuas repeticiones, en el Conde Lucanor y en el llamado Libro de las armas.
En toda la Europa medieval la lectura ocular conducía, pues, normalmente a la oralización de lo escrito. Los ojos alimentaban los oídos, empezando por los del propio “lector”,
“S I QUEREDES OÝR LO QUE VOS QUIERO DEZIR ”
En su mayoría, las presentaciones orales de las obras se hacían colectivamente. Textos de toda índole se leían en voz alta o se recitaban –o cantaban– de memoria La literatura medieval española abunda en referencias a la lectura y recitación ante muchos oyentes: “Sennores e amigos quantos aquí seedes, / si escuchar quisierdes, entenderlo podedes”, dice Berceo en la Estoria de San Millán (1964, versos 435ab; también 109a y 321ab); la Vida de Santa María Egipciaca comienza:
Oít, varones, huma razón,
en que nin ha si verdat non;
escuchat de coraçón,
sí ayades de Dios perdón.
La Disputa del alma y el cuerpo: “Si queredes oýr lo que vos quiero dezir”; la Razón de amor,
Qui triste tiene su coraçón
benga oýr esta razón;
odrá razón acabada,
feyta d’amor e bien rymada.
(A LVAR , 1970, 79, 135, 149)
Juan Ruiz, arcipreste de Hita, dice:
Sy queredes, senores, oýr un buen solaz,
escuchad el rromançe, sosegad vos en paz (14ab).
Hay quienes quieren negarles sentido literal a este tipo de expresiones (Gybbon-Monypenny, 1965), y sin duda se trata de clichés que no en todos los casos tienen que tomarse al pie de la letra; pero globalmente funcionan como indicios de la omnipresencia de una voz que “participa con toda su materialidad en la significancia del texto” y de una “situación de discurso en presencia” (Zumthor, 1987, 20 y 42); indicio también del carácter social, grupal, de la comunicación.
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