A lo largo del siglo XX se han creado muchos mitos, pero hay uno, ahora que otros han muerto y el siglo declina, que se alza sobre los demás: Estados Unidos.
Estados Unidos es ya algo más que esto y aquello, el cine o los automóviles, la música, los westerns, los multimillonarios, los rascacielos, Calvin Klein o la NBA. Cada elemento de este surtido ha dejado de ejercer fascinación como elemento aislado: el fenómeno ahora consiste en que es la totalidad norteamericana la que se importa como un lote completo. No sólo los modos de vida sino el contenido de la vida; no sólo la manera de divertirse sino la diversión; no sólo un estribillo sino una lengua; no sólo una receta sino la comida; todo, en fin, el espíritu familiar, las formas de comprar, las formas de amar, de vestir y de cenar, los planes de estudios y de jubilación y hasta las sectas, es de naturaleza americana. Da lo mismo que se atienda al fenómeno en Gran Bretaña, en Francia, en Italia o en España: bajo el pensamiento único, el mercado único y la aldea global se hacen a la americana, desde Indonesia hasta Chile pasando por Pekín.
Este libro se ha escrito con el propósito de mostrar cómo los contenidos sociales, políticos o económicos que se están expandiendo son coherentes con los ideales fundacionales de ese país y su idiosincrasia peculiar, pero no por ello tienen que sentarnos bien a todos. Ni siquiera a buena parte de sus propios habitantes les hace ya provecho. Ahora que el mundo parece desarmado de ideologías reaparece una idea fuerte en nombre de la libertad, la calidad de la vida humana y el bienestar de la cultura: no rendirse a la fatalidad de un planeta americano.
Vicente Verdú
El planeta americano
ePub r1.0
Sibelius 09.05.14
El día 15 de marzo de 1996, el jurado compuesto por Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater y el editor Jorge Herralde, concedió el XXIV Premio Anagrama de Ensayo a El planeta americano de Vicente Verdú.
Para 423 Lancaster Avenue
Vicente Verdú (Elche, 1942) es escritor y periodista. Doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribe regularmente en El País, donde ha ocupado los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Ha escrito un emblemático libro sobre las relaciones de pareja en España en colaboración con Alejandra Ferrándiz, Noviazgo y matrimonio en la burguesía española (Edicusa) y otro convertido en clásico entre los aficionados al fútbol: El fútbol, mitos, ritos y símbolos (Alianza). Sus dos últimos libros han sido El éxito y el fracaso (Temas de Hoy) y Nuevos amores, nuevas familias (Tusquets). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si usted no hace regalos le asesinarán, se ha publicado también Héroes y vecinos, un volumen de cuentos, y Días sin fumar, finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988.
INTRODUCCIÓN
Este libro es el resultado de las impresiones de tres años que —¡quién me lo hubiera dicho!— consumí en Estados Unidos. Sentí el primer impulso de escribir mi experiencia allí durante el curso 1984-85, cuando la Fundación Nieman y una ayuda de la Fundación March me obsequiaran con los fondos para sostenerme en la Universidad de Harvard comiendo un día con John Kenneth Galbraith, cenando otro con David Riesman y Daniel Bell en el Faculty Club, paseando con Carlos Fuentes, que estaba por allí hablando de los mitos mexicanos y embobando a las alumnas. Viví sobre todo muy cerca de Juan Marichal y Sólita Salinas, que fueron mis sabios y cariñosos lazarillos en el laberinto universitario y en los supermercados. Fue un año de mucho estudio y de mucha pasión también por causa de una chica rubia del Center of European Studies a la que no conseguí interesar por más empeño que puse en las visitas a la biblioteca que ella regentaba con elegancia turbadora. Fuera porque no me sentía capaz de poner aquella turbación en orden, fuera porque pretendía emular a Alexis de Tocqueville, el proyecto se me deshizo entre las manos. El texto que ahora he conseguido redactar es un benévolo desquite de aquella frustración romántica e intelectual tras los dos últimos años que pasé en Filadelfia. No recuperaré nunca el sabor a Sylvia o a salvia, que era lo fundacional. Tampoco este libro aspira a la objetividad y sólo a la objetividad. De la misma manera que me vi envuelto en una emoción, el texto que sigue es también apasionado y de un sujeto sujeto a un punto de vista. Lo he redactado, de hecho, con un ojo puesto allí y otro ojo en Europa, viendo lo americano proyectarse sobre nosotros como un estrabismo. América es tan fascinante en su capacidad de contagio como lo son los procesos epidémicos. A mí no me parece bien que el mundo contraiga este virus sin una defensa crítica ni de cualquier otro modo. Me parece bien que ellos alienten ser como son y vivan como se les ocurre hacerlo si es eso lo que les gusta. Tampoco veo mal que les parezca bien todo lo que les parece bien y menos aún podría hacer nada por enmendarles la plana. He sentido sin embargo el empuje sentimental más que el deber moral —que me hubiera aburrido— de describir algunos fundamentos que, a mi juicio, explican su manera de entender la vida y que desacreditan copiarlos en Europa o en la China a pesar de que se ven marchar las tendencias en este sentido.
Ellos no se obsesionan con trasformarnos a su semejanza, pero, sin querer, cada vez que nos asemejamos a sus modelos —y no hay día en que esto no pase—, empeoramos la salud y las buenas costumbres. Europa tiene sus cosas, sus pecados por lavar, pero no debe llevarlos a las tintorerías de aquel barrio. Al circo americano van sobre todo los niños, y Europa es un continente demasiado adulto para copiar el éxito de sus bromas, ligeras unas y otras muy pesadas. No he visto la necesidad de repetir cada dos por tres en los capítulos de qué modo el sistema americano se filtra en nuestros sistemas. Esto lo comprueba uno mismo en cualquier momento, en cualquier televisor, desde cualquier esquina, en los numerosos detalles que anuncian la simplificación del sentido de la vida. Ahora que ningún orden social ni político se opone a su modelo, abatido el comunismo, degenerado el socialismo, queda, sin embargo, algo por vindicar: no llegar a ser fatalmente una parodia del planeta americano.
EL ORGULLO AMERICANO
En las clases de high school, a la altura del último curso, no es insólito que algunos estudiantes confundan ante un mapa en blanco la ubicación de Australia con Rusia, localicen el mar Mediterráneo en aguas del Índico, ignoren si Europa se prolonga más abajo del estrecho de Gibraltar y conciban España como un Estado alrededor de Guatemala. No debe tomarse a mal: a veces también titubean sobre el emplazamiento de Estados Unidos.
La geografía importa menos en Norteamérica que en otras partes del mundo. Domiciliados en América, la nación se redondea como un espacio absoluto que parece no referirse a nada más. Efectivamente, la enseñanza media en Estados Unidos no se caracteriza por procurar un alto bagaje de conocimientos, sean matemáticos, históricos o geográficos. A ese nivel, se trata de una escuela práctica que procura, ante todo, formar ciudadanos decididos, con fuertes dosis de autoestima y confianza en sí mismos. Fuertes y aptos para desenvolverse dentro de la cancha de Estados Unidos, donde no sólo están sino donde se supone que el mundo entero llegará a estar.